De andar por casa

       Hay un vaso sobre la vitro cerámica, todo luz sobre lo negro, a un metro de la ventana por la izquierda, a un metro de ella por la derecha. Le falta un dedo para colmarse. Ella está de espaldas a la puerta de la cocina. 
       Llega él, la abraza y le da un beso; y le pide disculpas, y le dice que la ayuda que necesita de ella es otra cosa que un zumo. Que está bien licuar las naranjas, pero que otras son sus necesidades.
      Ella está agotada, tiene en la cara esa mueca de cansancio de quien está a punto de tirar la toalla, y en los ojos la mota de profundidad de cuando niña es ahora una habitación oscura con sudoraciones febriles.
       Por eso él, en un intento de soltar lastre, se acerca al vaso y dice:
      - Este vaso no contiene un zumo de naranja. Mira, desde el borde hasta la superficie del líquido es aire, y de ahí para abajo es amor, un amor amarillo, como el sol en la cara en los días de primavera.
       Luego lo prueba, y seguidamente pregunta si le ha añadido azúcar. Ella dice que no. Entonces él concluye:
       - Así es el amor que me trae este vaso desde tus manos, dulce elixir de la vida.