La condición humana


A mi amiga Carmen Fabre


       Yo Carmen conocí, de joven, a una Señora que llamaban Inspiración, y que me iba dictando desde no sé qué cielo todo cuanto escribía.
      Luego conocí a un señor que se llamaba Técnica y de apellidos Esfuerzo Diario, que me iba traduciendo la chapuza de textos que me enviaba la Señora Inspiración.
       Luego, un amigo mío, Simmons, para más señas, me dijo que está bien que yo reconozca a estas dos personas distinta y verdaderas, pero que hay una sola verdad y es que toda la empatía humana, todo aquello que nos une, está siempre a disposición de los que escribirnos, en un lugar llamado Amor, que es una fuerza tan real como la gravedad, y tan potente como ella.
      Y yo ando en la duda de que todo esto sea o no sea. Y vienes tú ahora y me hablas de un caballito de mar que se llama Hipocampo en el que está todo esto que yo escribo, dormido, esperando a que yo lo despierte, a que lo comparta… y me desconciertas, porque el Hipocampo es un algo tangible, carne de cerebro humano, algo físico que caerá con lo físico.
      ¿Qué ocurrirá con todo eso que sigue ahí dormido y que yo no decida compartir? ¿Se perderá para siempre? 

Besoabrazote.

Canto de la infancia

     No es extraño, pienso yo, que dejemos cabalgar el caballo negro, sombra y noche de la melancolía, hacia el pueblo natal, para recobrar así la inocencia y el contento de la infancia, sobre todo cuando sentimos que nos invade la nostalgia de un tiempo pasado que, con el tamiz de la memoria, creemos siempre mejor. En este estado de ánimo comienza el poema que os invito a leer y en el que, además de los motivos que veréis, he querido rendir homenaje a la memoria de Paco, aquel viejecito, padre de mi vecina María Micaela, que nos contaba cuentos de lobos en las noches de verano precedidos del ritual parsimonioso que llevaba consigo el liar un cigarrillo, trance amoroso que nos adentraba sigilosamente en el maravilloso ámbito de la imaginación y la poesía.

¿Ves aquellos montes?
Son los de mi pueblo...
Cuando yo era niño
Me contó el abuelo
Que en agrestes cimas
Aullidos siniestros
De lobos malignos
Colmaban los vientos.

Vamos Sombrainoche,
Que yo quiero verlo.
Anda caballito,
Caballito bueno.

Que añoro los tiempos
De feliz recuerdo
Cuando navegante
En delicados sueños
Dirigí la nave
De mi pensamiento
Por galaxias verdes
De bosques etéreos.

Arre Sombrainoche,
Que me abraso dentro.
Trota caballito,
Con cascos de acero.

Y en mis soledades
Nostalgia yo siento
De hamacas y gentes,
De niños y juegos,
De calles blanqueadas
Bajo los luceros,
De mi tierna infancia
Y de aquel abuelo...

Corre Sombrainoche,
Fuerte como el trueno.
Vuela caballito,
Con alma de fuego.

Oh, cuánta nostalgia
De aquel viejo ameno...
Su petaca negra,
Sus cansados dedos
Mariposeando
En el tabaco negro,
Aquel dulce rito
Tan dulce y sereno.

Raudo caballito,
Que ya falta menos.
Hale, Sombrainoche,
Caballito negro.

Que añoro las cosas
De aquel niño bueno
Que en horas nocturnas
De umbral veraniego
Albergó en su alma
Sentimientos bellos.
Sus casitas blancas...
Su blanco universo...

Vamos, buen amigo,
Que es mi amado pueblo
Vuela, caballito,
Que yo quiero verlo.

El nudo de las estrellas



       El nudo de las estrellas, de Rafael Mulero Valenzuela es una novela de interior, que diría mi buen amigo y catedrático cordobés de literatura D. Martín-Armando Díez Urueña, una novela que transcurre "En la vieja ciudad del interior" del ser humano, en este caso un ser humano que escribe sentado a la sombra de las ramas del árbol poético de Vicente Huidobro. Los que no conocemos en profundidad el sentir del poeta, la cadencia de sus versos si es que la hubiere, o la trascendencia de su creación versal, seguro que nos quedamos en los aledaños de muchas cosas.
       Con todo, es fácil de alcanzar que nada en estas páginas es lo que parece. Y lo que es está siempre revestido - algunos dirían que contaminado - con la visión dramática o dramatizada de la voz narradora, un supuesto poeta que según le conviene se torna en distante o en cercano, según sus entendederas o su capricho.
       Lo pone en librerías el Grupo Sial, dentro de la colección Pigmalión y consta de cincuenta y tres capítulos agrupados en dos partes. La primera llega hasta el veintiocho y, por decirlo de alguna manera, constituye lo que en una novela tradicional sería la presentación y el nudo de la obra. Están ya en esta primera parte todos los elementos con los que el autor va a darnos su particular visión del mundo que nace y crece y se desploma y vuelve a hervir en el personaje central de la novela, en Joaquín. Está también Salinas, el camarero del Café Comercial, asturiano para más señas, anclado en Madrid, que va dejando un rastro del hecho de habla de la comunidad astur, que no de bable, aquí y allá, y Misarda y Memé, que, a decir del autor, comparten el mismo misterio poético, y todo inmerso en el escenario mental y físico que lo sustenta y que se transforma en una coreografía pertinente, tan pertinente como la línea de lo que se cuenta.
Rafael Mulero, el autor
       De estos veintiocho capítulos seis están redactados en primera persona, en letra cursiva, y el resto en tercera persona. Estos seis capítulos, que representan la cercanía, la subjetividad, la privacidad - no en balde van en primera persona - son las reflexiones, interrogantes, preguntas, etc., que se hace la voz narradora que escribe los otros veintidós capítulos, que, a mi modo de ver, representan la lejanía, la fría y descriptiva tercera persona y que concuerdan con la ficción de los acontecimientos que ocurren. Se unen pues en esta novela, en toda la novela, el pensamiento en directo del supuesto autor de lo que se cuenta con lo que supuestamente escribe, con lo que supuestamente cuenta, formando un yo narrativo global a dos voces, que es el total de la novela. Poco sabemos de la otra vida del poeta, de su existencia en carne y hueso, por decirlo de alguna manera, si no es en relación con lo que escribe. Poco a excepción de pequeños apuntes como los de la página setenta y cuatro en la que textualmente se nos dice que, en el trabajo, estaba reunido con mi jefe y otros compañeros y no pude resistir que se me fuera la cabeza: me quedé traspuesto por breves momentos. Lo que sirve también para puntualizar que esta voz que cuenta, es la voz de un apasionado a la escritura, no la voz de un profesional de ella. De ahí que le ocurra que los personajes crezcan a su antojo, que pierda el control de los mismos y otra serie de acontecimientos que son el meollo real de lo que Rafael, el autor verdadero, quiere contar: no otra cosa que el autor en su laberinto.
Anotaciones capítulos en 1ª persona
       En los veinticinco capítulos de la segunda parte, la alternancia de capítulos en primera y en tercera persona está más equilibrada. Ocho en primera persona, el resto en tercera. A medida que se acerca el final, es casi uno en primera y otro en tercera. La unión de los días del supuesto autor de la novela con la novela se van uniendo y enzarzando hasta formar una única tela, hasta formar un único nudo de las estrellas que lo cuenta todo.
       Siendo como es esta novela un ejercicio de introspección, una novela que plantea un juego de identidades al lector, que lo lleva y lo trae hacia la sorpresa continuada, hacia el vuelco continuado en la dirección de la trama, se podría decir que se nos sugiere dos formas de leerla. Tal y como se nos propone, en la alternancia de las dos voces, o leer todas las primeras personas de corrido, que nos daría el marco referencial de lo que se va a contar, primero, y segundo todos los capítulos en tercera persona, que es lo que se cuenta. Esto nos llevaría a una lectura en la que se rompe el tiempo del pensamiento y se compone una secuencia lógica tradicional, en apariencia, más fácil de seguir, quizás también menos sorpresiva, que dejamos en manos del lector.
Autor y novela que se citan
       Esto me recuerda un poco a la que se ha dado en llamar la anti novela de Julio Cortázar, el escritor argentino. Hablo de Rayuela, aquella escrita en París, ésta en Madrid, primas hermanas como mínimo. Ambas son una narración introspectiva, en monólogo interior, que narra cada cual la historia de su protagonista de un modo tal que juega con la subjetividad del lector. Esta contra novela, llamémosla experimental si se quiere, de Rafael, como aquella de Julio, mantiene a lo largo de la obra un estilo muy variado y entra perfectamente en la vía del surrealismo. Podríamos decir de ella lo mismo que Cortázar dijo de Rayuela: “de alguna manera es la experiencia de toda una vida y la tentativa de llevarla a la escritura”. 



La primera cruzada y el grial

Miniatura siglo XII representando una cruzada
     En 1064 el Papa Alejandro II, respondiendo a la llamada de auxilio del Rey de Argón Sancho Ramírez, hizo un llamamiento a la guerra Santa al que acudieron señores de toda Europa. Aquellos caballeros tomaron la cruz como estandarte. Participar en esta contienda te liberaba de todos tus pecados. Los que cometiste antes y los que cometerías durante esta sangrienta campaña.
       Así comenzó la primera cruzada de la historia. Su sagrado objetivo tomar la ciudad de Barbastro…
       Los hechos pudieron ocurrir así:

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La Aljaferia de la Ciudad Blanca
hoy conocida como Zaragoza 
       Una magnifica comitiva a caballo se dirige al santuario de San Juan de la Peña. A la cabeza de este séquito un jinete porta una bandera blanca. La tela de la que está hecho este estandarte nunca se había visto por aquellas tierras pirenaicas. Los habitantes de estos montes se sorprendían de lo extremadamente fina y brillante que era. No conocían la seda, nunca habían visto corceles con las bridas hechas de oro.
        El sabio rey Al-Mugtadir que gobierna e la taifa de la ciudad blanca (Zaragoza) ha enviado este pequeño grupo de diplomáticos para intentar firmar la paz con el nuevo Rey Aragonés Don Sancho Ramírez. Le llevan un presente en señal de buena voluntad.
       Cuando el embajador musulmán abre el cofre donde guarda aquel regalo un murmullo se levanta en la lóbrega y húmeda sala. Alumbrada por las tenues velas y por la poca luz que entra por los ventanucos aquella maravilla brilla con luz propia.

Replica del Santo Caliz
en San Juan de la Peña

       Los monjes se santiguan, aquello parece estar hecho por las manos de los ángeles. Ante los atónitos ojos de todos, los hispano-musulmanes les habían traído un relicario para el Santo Cáliz.
       Una vez unidas las dos piezas parecía que la taza de ágata sobre la que el Nazareno había puestos sus labios en la última cena y el resto de la copa fuesen un objeto indivisible.
       Este era el modo de pedir perdón por haber matado a su padre, Ramiro I, durante el fallido asedio de Graus unos meses antes.

Ilustración de La cruzada de Barbastro 
ediciones Ikusager 

       Aquella fortaleza ribagorzana había estado bien defendida por los mercenarios castellanos a sueldo de los musulmanes. Entre ellos destacaba uno al que los musulmanes por su carisma simplemente llaman Mi Señor “Mío Sid”, mezclando el árabe y la lengua romance, su nombre era Rodrigo Díaz de Vivar.
       El regalo muy al contrario de lo que pretendía el Califa desataría la codicia del joven Rey. Incapaz de que el recién nacido Reino de río Aragón pudiese competir con las prosperas Taifas del sur solicitó el auxilio Papal.
       Por primera vez en la historia un ejército formado por Normandos, Franceses e Italianos atraviesa los pirineos donde se unen a las tropas del Conde de Urgel y las huestes del Rey Argones.

Ilustración de la cruzada de Barbastro
ediciones Ikusager 

       La primera cruzada había comenzado. Arrasaron con facilidad Graus, a la que esta vez los castellanos no quisieron vender sus servicios temerosos de las represalias papales. Barbastro resistió durante meses pero el corte de suministro de agua a la alcazaba fue decisivo y la ciudad tuvo que capitular. Los tratados de la rendición no fueron cumplidos y los cruzados arrasaron la ciudad. Más de 20.000 personas fueron asesinadas. No se respetó a mujeres ni a niños, no se perdonó a los cristianos mozárabes. Las hordas fanáticas solo frenaban su masacre para celebrar la santa misa, comulgar y seguir con su sanguinaria labor. En el zoco los cadáveres y las moscas se mezclaron con las exóticas especias venidas de la India. Los baños árabes se llenaron de sangre y vísceras de los infieles, los incultos católicos no conocían su uso. El botín del saqueo fue algo nunca visto. Al oro y la plata se sumaron perlas negras y cerámicas China junto a miles de esclavas traídas de Senegal.
       Al igual que ocurriría en tierra santa años después, acabada la misión los guerreros pronto regresaron a sus territorios. Su alma estaba ya salvada y sus bolsillos repletos.


Ilustración de la cruzada de Barbastro 
ediciones Ikusager 

       El califa de Zaragoza esperó este momento para contraatacar. La pequeña guarnición que se había quedado al cuidado de Barbastro fue pronto sometida. La ciudad que antes de la cruzada pertenecía a la taifa de Lérida, donde gobernaba su hermano y rival Al-Mussafar, pasó a manos de califa de Zaragoza.
       Al-Muqtadí lloró amargamente cuando atravesó aquella muralla. Lejos quedaba su sincero intento de firmar la paz y el respeto con los vecinos católicos. Hoy en la catedral de Valencia aquel cáliz sigue teniendo el relicario medieval y en su base la inscripción en árabe en caracteres cúficos dejan clara esta intención. Se trascribe como Li-Izahirati o lizáhira, “Para el que reluce”.

Detalle del gravado en el relicario de Santo Caliz


Fuentes:













Poema a ras de suelo



Mis palabras no trepan a los árboles.
Temen la luz a cielo abierto,
no saber el lenguaje de los pájaros
o liarse en la espesura de las ramas.


Se asustan de esas hojas tan enormes,
las de nudo esponjoso,
con el envés volcado a cualquier viento
que las alce y realce.


Son tercas mis palabras.
Ellas tiran al suelo,
a por el sol que duerme lunas
mientras la hierba las nombra.


Un reto ser raíz,
los ojos de las vocales muy abiertos,
el cuerpo en vertical.
Y nacer verso...
de la tierra del trigo
de la tierra del cuerpo y sus gusanos.


Y no, no quieren subirse a los árboles.



Mirando una flor desde muy cerca

Extraída de Google

Mirando una flor desde muy cerca,
llamáronme a corrillo las musas,
convirtiendo su imagen difusa,
me entregue de forma violenta.

Y sentí pétalos mariposeando,
con sus tonalidades sitiando mi cuerpo.
Admitiendo ser presa de un cerco,
las palabras se fueron rimando.


Oh, bella flor que excitas el alma,
con tus aromas doblegas los miedos.
tatuando en el onírico karma,
el más fatuo coste del tiempo.

Sabia ante los ojos eternos,
conquistando la más dura herida,
te alzas arrogante y altiva,
que ante ti arrodillarnos debemos.

Precioso atributo de nuestro mundo,
dominando a tu antojo las formas.
Victoriosa ante el más iracundo,
que junto a ti, ya es esclavo sin sombra.


Mirando una flor desde muy cerca,
llamáronme a corrillo las musas
y dejé llevar, por una dicha tan profusa,
que conservaré su olor, en estas mis letras.

Y tu llaga es mi daga

Este soneto quiere ser una contribución en la lucha contra la violencia de género.


Los golpes que recibes, oh mujer,
son embates contra la humana esencia;
no tolero en el mundo la vileza
del macho que por bárbaro es tan cruel.

Por tu ardor eres luz en el camino,
de mis versos ardientes eres chispa;
pues amor no es amor si no hay justicia
en mi canto soy adarga y soy contigo.

Y tu llaga es mi daga. Y es mi verso
proclamar que tu afán lo hacemos nuestro
hombres justos que en ti vemos el sol.

Ser, pues, tibio en la lucha es cobardía
que tu causa es la rosa de la vida
y las rosas se agostan sin amor.

Los literonautas



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Homenaje a Santiago Solano


       - ¿ Por qué declamas tus poemas
       a la orilla del mar y nunca los escribes?
       Terminarás por olvidarlos.

       - Seguramente los olvidaré
       pero no están perdidos
       permanecen flotando en el espacio.

       - Los sonidos se van debilitando
       hasta su desaparición.

       - No
       nunca desaparecen,
       lo que ocurre es que nuestro aparato auditivo
       no es capaz de captarlos.

       Pero un día vendrán
       los navegantes del espacio,
       verdaderos amantes de la Literatura,
       a los que bien podríamos llamar
       LITERONAUTAS.

       Ellos podrán recuperar
       los poemas que flotan sin rumbo en el espacio
       para ponerlos al alcance
       de todo el mundo.

       Si los hubiese escrito en algún libro
       se encontrarían presos en sus páginas,
       sólo a disposición de quien comprase el libro.


De "Atrapados en La Red de la amistad"  "Li-Poesía" - 2009

Lúa es su nombre

       ... Nos adentramos en un paraíso-canto de convivencia que, pudiendo haber sido planto a la soledad, se hace cántico a la anti-soledad, himno a la más fértil compañía, en activa comunión del ser humano con la Naturaleza desplegada en sus reinos vegetal, animal y mineral. Se diría un soliloquio y es un silencioso diálogo, una transparente meditación coral en conexión armónica con el universo...
Ángel Guinda


Lúa es ingenua como un niño chico
y grandota a la vez.
¡Qué bien le está este nombre
imagen de lo chico y de lo grande!

Grande como la luna
arcana de las meigas,
la luna yerma de los astronautas,
la luna seductora del poeta.

Y chico en la escritura
musical y hechicera
de la lengua gallega:
tres letras, tres fonemas.

Tres es número mágico,
el bien supremo y triangular platónico:
la verdad, la bondad y la belleza.

Verdad en el espejo de la luna 
que refleja sus ojos
de perrita lunera.

Bondad para la musa del poeta
que se inspira en un nombre
de tan sólo tres letras.

Y belleza en el marco del poema
que ilumina su imagen:
Lúa, Lúa... Fijaos, ¡qué bien suena!

Recuerdos que enseñan

Extraído de Google
       Cómo explicarle a alguien que no ha vivido en un barrio, qué se siente, cómo se vive su indomable espíritu, cuales son sus virtudes o sus preciosas y simples historias. Siento que explicarlo nunca será tan intenso como vivir su convulsiva y ritual armonía. Veinte años dedicados a pulular por sus comunitarios inmuebles, sus espacios olvidados donde se refugia el antaño bosque, las zonas donde se esparcen las extensas charlas, ermitaña crítica, de sus moradores, han dado sentido a mi forma de ver la vida fuera de sus fronteras.
       Todavía, en el confort de mi dormitorio tipo suite y domotizado, busco las historias que atravesaban las delgadas paredes de mi insignificante cuarto, en el inquietante contexto de aquel bloque de ladrillo purpúreo. Con mis brazos extendidos intento palpar aquella mesita de noche, cámara acorazada de mis valiosas posesiones. O sentir el olor de las esquinas humeantes donde escurridizas aves nocturnas intentaban aplacar los inviernos. El rumor insaciable de riñas familiares, las amargas serenatas buscando el perdón de amores perdidos.
       Y sus límites: como explicar la desapacible sensación de atravesar una ficticia línea que te dejaba expuesto a expensas de la idiosincrasia del barrio vecino. Como eludir ese etéreo campo de fuerza que notabas en las entrañas.
       Sus intensos e interminables días, las insomnitas noches evaluando lo vivido y lo que restaba por vivir, como una descomunal hambruna insaciable. Creador de leyendas vivas, como Robines o Barbas negras atormentando o anhelando sus mismos criterios. Sus paseos de llantos por prematuras muertes o sus languidecidas despedidas a sus decanos más sabios.
       El calor de los veranos prometiendo días felices y eternos a los ojos de precoces adolescentes hostigados por la fuerza de su guía, su impertérrito rumbo.
       Nada tuve jamás tan claro como el sentido fugaz de los olores que emanaban de los quehaceres de sus habitantes, entremezclándose aromas de caldos, barbacoas y bares un sábado cualquiera. Uno de aquellos sábados en los que estábamos exentos de pelear por una educación, una formación que nos permitiera mejorar fuera del barrio, aun echándolo tanto de menos como ahora.
       En definitiva, un barrio es tan grande o tan pequeño como la edad en que nos sorprenda, los amigos que te esquiven o las adversidades que te persigan.
       Por eso, en la majestad de esta aula de esta magna universidad, en la sobriedad de esta grada llena de jóvenes talentos, les propongo: que cuando empuñen un lápiz, una pluma, un pincel, dejen bajar todos esos sentimientos vividos, por sus brazos, hasta la mano y los dedos. Y que en cada proyecto que emprendan no desoigan recuerdos tan sinceros como los que me produjeron vivir en un barrio.


       Hasta la próxima clase. 
       Buenos días.

El escribano

Extraída de Google


       Sed amarga, cruel esclavo,
       abrigando la carencia.
       Más el mar que viene alzado,
       trae sedimentos de miseria.

       De lo propio a lo escaso,
       del devenir de los días.
       Se entristece la alegría,

       de ver inacabados los vasos.

Mundo ruin, soez, esquivo,
deslucido, si os merece.
Que no arredra al distraído,
más si para, ¿quién padece?

De maltrechas acerillas,
donde posan tantos pies.
Ya recogen las plumillas.
lo que los ojos no ven.

Vive al fin el escribano,
que rellena lo olvidado,
convirtiendo lo pagano,

maravilla, puesta en mano.

Bailando con trapos

Foto: todogimp.com
Maricela silba una bachata pegadiza mientras trastea inquieta su generosa humanidad por el cuartucho de los cacharros. Ve en los tapones alineados de las botellas de lejía el ardor de los ojos de Gabriel, ese galán de telenovela que la ha sacado a bailar la noche anterior. Sale al pasillo empujando su carrito, mientras contonea las caderas y lleva el paso como si estuviera amarrada aún a la cintura de ese hombre. Se coloca en posición de inicio y ya no tiene ante sí más de dos mil metros cuadrados de baldosa insípida, sino la cuadrícula que refleja los brillos de la bola de la sala de baile.

Qué fuerza en los brazos, qué elegancia y señorío. Gabriel, a la sazón ese palo de fregona entre sus manos callosas, la hace sentirse una dama de Viena, aunque no es vals lo que la mueve sino merengue tórrido, pleno de sensualidad. Maricela siente que el bamboleo rítmico de su labor enciende de nuevo el fuego de su vientre, pero no se avergüenza por ello. Al igual que sobre la pista, solo están ella y su gallarda pareja. La fregona es su Gabriel y el resto del mundo ha dejado de existir.

Alice C.



       Uno de los momentos claves en la vida de Alice Carson sucedió cuando fue consciente de que podía manejar su subconsciente conscientemente y utilizarlo para controlar, a su antojo, el subconsciente de los demás.
       Alice era una muchacha inquieta, movida, kinestésica de aspecto enfermizo, pálida y nerviosa y sobre todo “sensible”, muy sensible. Si alguien gritaba se alteraba, una palabra brusca la sobresaltaba. Cuando iba a la escuela se desencajaba y así poco a poco consiguió que sus padres la dejaran en casa recibiendo clases de profesores particulares. Esa fue su primera conquista y no sería la última.
       No llamaba la atención de modo especial por su belleza pero algo tenían sus ojos grises que laceraban a quiénes miraba y les hacía retirar la mirada, bajarla. Esa fue su segunda conquista, darse cuenta, ser consciente de ese poder y de su uso para manipular el subconsciente de los demás.
       Quería, y conseguía siempre, llamar la atención, deseaba ser apreciada como alguien superior, especial y para ello utilizaba un aire calculado en su cadencia, andaba de un modo peculiar y usaba palabras incomprensibles para quienes le rodeaban. A veces no lograba su objetivo y, entonces, recurría a medios más intensos para hacerse notar, pero no los fingía, sucedían de verdad ya que cualquier impulso que no podía exteriorizar se plegaba y replegaba dentro, se retorcía y destrozaba sus nervios. Le daban convulsiones, temblores, se quedaba rígida y entonces conseguía la atención de todos los que estaban a su alrededor. Sus nervios se conectaban automáticamente cuando quería y sufría de ataques de angustia y alucinaciones de modo cada vez más frecuente, siempre cuando quería conseguir algo, lo que fuera.
       Consciente de todo su poder, Alice Carson llevó a cabo la que sería su creación magnífica, majestuosa, la más fehaciente de las demostraciones de su capacidad de manipulación, creó una nueva Religión. Escribió su propia Biblia, su “Libro” y logró innumerables adeptos en poco tiempo; logrando, sin otra arma, que su fe tenaz en su propia fe conseguir cambiar lo inverosímil en verdadero y vivir prodigiosamente hasta su muerte.


Identifícate



       — ¿Que demuestre que no soy un robot?
       Ana se queda atónita ante lo que está leyendo en la pantalla del ordenador.
       — Todo el día siguiendo las instrucciones de una máquina, en el cajero, para dar de baja al teléfono… hasta para pedir una cita médica ¡y soy yo la que tiene que demostrar que no soy como tú! Demuéstrame tú, robot, que soy algo. Que toda la rabia y desesperanza que se agita en este momento dentro de mí consisten, en realidad, en algo. Que soy humana y no una prolongación tuya.


La ambulancia


       El tiempo cronológico lo medimos en segundos, minutos, días... Pero, ¿y el tiempo psíquico?, ¿cómo lo medimos? Porque a veces, en pocos minutos, incluso en breves segundos, cabe toda una vida. Algo así le sucede al Sr. Caneda, el protagonista de nuestro relato. Mas, ¿acaso no es eso lo que te sucede a ti, amable lector; o, más bien, lo que nos sucede a todos? Frente a la objetiva percepción cronológica de la realidad contingente, tú y yo, al igual que Caneda, poseemos una brizna omnicomprensiva de divinidad en el flujo de nuestra conciencia. Yo así lo creo; y, ¿tú?... 

Tengo que ir más deprisa... ¡ojalá tuviera los mismos reflejos que antes!, ¡qué tiempos aquellos!, a correr no había quién me ganara… siempre fui un buen corredor… y, ahora, estas malditas piernas me pesan como si fueran de plomo… ¡La cara que puso!... desde luego no me gustó nada la cara que puso el doctor cuando miró las radiografías... " - Sr. Caneda, su esposa Ana..." Pero tú no vayas a fallarme, Ana… no podría soportar que me fallaras, tanto tiempo queriéndote... que no sabría acostumbrarme... Ya sé que soy muy rudo, que no sé decirte esas cosas bonitas que tanto les gustan a las mujeres; soy... un zopenco; sí, un zopenco, ya lo sé... pero la verdad es que no sabría vivir sin ti, Ana, ¿qué haría yo sin ti? En el hospital me dijeron que después de que te operasen, pasada la convalecencia, tendrías que ir todos los días para radiarte, pero que no me preocupase porque nuestro pueblo estuviese lejos que nos pondrían una ambulancia. "¿Una ambulancia?... ¡de ninguna manera!... que no, que no… que no se preocupe, doctor, que ya nos arreglaremos sin ambulancia… Que no, que no... ¡que de ninguna manera, hombre!" No, querida, ¿cómo iba a permitir yo que te llevaran en ambulancia todos los días con el miedo que te han dado siempre las ambulancias?; y ahora, tú... ¿ibas a estar dependiendo un día sí y otro también de una maldita ambulancia?; pues, ¡menudo soy yo para achicarme!, ¡claro que no!, ¡por supuesto que no! ¿Te acuerdas cuando niños?, el maestro me preguntaba la lección y yo no me achicaba, ¿verdad?; además, como estabas tú para soplarme... porque tú sí que lo sabías todo, por eso has llevado siempre la iniciativa; y, sin embargo, has conseguido hacerme creer que era yo el que la llevaba siempre… Seis minutos... me quedan seis minutos… tengo que darme prisa o perderé el examen. Y luego, Teo, el de la autoescuela... si hubieras visto con qué cara me miró el lelo de Teo, el de la autoescuela, cuando le dije que quería sacarme el carné de conducir… "- Pero, Sr. Caneda... si tiene más años que Matusalén... - Y a ti ¿qué leche te importa?, tú hazme la matrícula y ya está." Pero, nada... Él a lo suyo… " - Hombre, Sr. Caneda, que ya no está para esos trotes, que el año pasado estuvo usted con un pie en el otro barrio… tiene que cuidarse un poco… su corazón...  - Mira, Teo, sabes que te digo... ¡que te vayas a hacer puñetas!" Ahora que lo más difícil fue convencerte a ti de que no estoy chocho… " - Que sí, mujer, tú no soportas una ambulancia y a mí no me da la gana de que tengamos que depender de un maldito autobús, sobre todo en invierno... ¡con el frío que hace en invierno!, ¿tú crees que yo voy a consentir que vayas en autobús en invierno con el frío que hace?" ¡Vaya, con la cuestecita!, ¡venga, Caneda, que sólo falta que llegues tarde al examen con la falta que te hace el dichoso carné!  Y Teo, el de la autoescuela, bajando la calle... si vieras, querida, la cara que traía Teo, el de la autoescuela... Ahora, que yo no podía ni imaginarme lo que iba a salir en el periódico... claro que ese periodista del Heraldo del Bajío... Con lo mal que me sabía la lección entonces y lo requetebién que me salió el teórico. Pero tú no me falles, Ana, no me falles… lo conseguiremos, ya verás... hoy ya no es como antes, con la radiación la gente se cura… ¡y tan a gusto!... ¿Y el periodista ese del Heraldo del Bajío, pues no que al salir de la prueba me estaba esperando?; y digo yo que ¿cómo se enteraría?; fíjate... y no va y me pregunta que si de verdad quería sacarme el carné de conducir… " - ¡Hombre!, acabo de hacer el teórico, ¿no? - Perdone, pero a su edad...  - Ya, ya, a mi edad... pero, mire usted, yo por mi mujer me saco el carné y lo que haga falta, aunque para esto tenga que venirme a la capital… - Claro, claro… porque usted es de… - ¿Un servidor?, de Villa de X; pero, ya sabe usted, cuando hay confianza da asco... ¿usted cree que voy a pararme a explicarle al tonto de Teo, el de la autoescuela, que necesito el carné para traer a mi mujer al hospital?, ¡vamos!, como si no hubiera más sitios para sacarse el carné…" Las nueve y veinticinco, no voy a llegar a tiempo… tenía que haber salido antes… porque ya no estoy para carreras... solo faltaba que suspendiera el práctico por no llegar a tiempo; cinco minutos... no, si sólo faltaba... ¡venga, viejo, que ya falta poco!… Ahora que Teo, el de la autoescuela... la cara que traía el otro día Teo, el de la autoescuela... venía calle abajo blandiendo el periódico como una maza; y, bueno, ¿qué le iba a decir yo? " - Hombre, Teo, que yo no sabía nada…; ¿cómo iba a saber que ese chalao de periodista iba a publicar que tú eras poco menos que un desalmado por no hacerme la matrícula?" Y, Teo, que si no me daba cuenta... que él no discriminaba a nadie... que maldita sea su estampa por preocuparse por mí... que qué iban a pensar en el pueblo... que si patatín... que si patatán… Qué putada, Ana, ¿pero, cómo iba a saber?... ¡Qué dolor!, Señor, ahora no... ¡por favor, ahora no!, esto es peor que la otra vez… " -¡Pobre hombre!… ¡una ambulancia!, ¡pronto, llamad una ambulancia!" ¡Me duele!, ¡cómo me duele!, ¡ahh!, no puedo aguantar más!... "- ¡La ambulancia!, ¿habéis llamado la ambulancia!" ¿Te das cuenta, Ana?, están gritando por mí, están gritando por mí... pero yo no puedo fallarte, esta vez, no puedo fallarte, no puedo, no quiero… ¡qué mala suerte, Ana, qué mala suerte!... Una ambulancia... que alguien me traiga una ambulancia... una ambulancia... por favor… una ambulan...

Triste y calmada

Extraída de Google

       La nieve caía triste y calmada sobre sus hombros y sus muslos temblorosos. Triste y calmada, sobre sus oscuros cabellos, tornados en grises senderos de polvorienta debilidad. Triste y calmada, como su mirada perdida en la lejanía entre los titilantes copos, blancos impolutos. Triste y calmada, como la razón que la había llevado hasta allí, hasta aquel parque, tan triste y calmado.

       En aquel banco solitario de color impropio, de verde inicio tornado en blanquecino retiro. Arrinconado en el rojizo muro, tornado en verdosa muscínea, desalineado por el tiempo. El tiempo… el tiempo que a ella le faltaba. El tiempo violento de invierno, de frío sumiso y lánguido tormento.
       Bajo aquella nieve, tornada en diamantes lagrimeados desde su triste y calmado rostro. Apesadumbrando las ramas de los pasmados árboles, tornados en silenciosos muñecos de nieve. Donde la fauna esconde su melodía, tornada en taciturno respeto, triste y calmada como el manto donde hunde sus pies. 

El sendero se pierde, la luz se adormece, 
la vida continúa aunque el corazón adolece. 
Pensando, pensando, en volver o alejarse. 
Triste y calmada su alma rehace. 
Los minutos, las horas, que empleas en reflexionar, 
se tornan en odas por no querer doblegar. 
El frío, el silencio, y el imparable tiempo, 
que asusta, que aleja, que miente violento. 


La nieve caía triste y calmada, 
sobre sus hombros y muslos, hasta que lloró cuanto amaba.



La esperanza de la renovación

     Sabéis, a estas alturas, con lo que está cayendo de un tiempo a esta parte: el zarpazo tremendo de la crisis, que según algunas opiniones empezamos a superar (yo todavía no lo noto del todo, lo siento), el terrible problema del paro, a duras penas maquillado, la burla de la corrupción generalizada, el embrutecimiento cultural acelerado, y el desencanto completo con el que contemplo ahora nuestra maltrecha democracia, me imagino que como le pasa al ochenta por ciento de los ciudadanos, lo único que me está devolviendo un poco la ilusión es la presencia de estos jóvenes líderes que representan, dentro de la política nacional y cada uno en su ámbito y tendencia, la esperanza de un futuro mejor.
       Bien preparados por lo general, emprendedores, vitales, diestros en el manejo de la palabra, con las ideas claras y una elevada autoestima, da gusto seguirlos en cualquier coloquio televisivo, luego cada cual es muy suyo de creer lo que cuentan unos y otros, o no creerlo.
     He subido las imágenes de los más representativos, aunque hay muchos más, y las he dispuesto en un orden aleatorio que nada tiene que ver con mis preferencias (tampoco el tamaño, eh). Los hay para todos los gustos, de izquierdas, de derechas, de centro, de arriba y de abajo, de atrás y de delante, para que nadie se quede con las ganas de adoptar como faro a uno de estos muchachos y muchachas de la nueva ola. Un guiño queridos lectores.






Ignorar la flor marchita

Extraída de Google

Me habló una voz pequeña,
sentada sobre mi hombro.
Habló con tanta pena,
que reí, cual feo Ogro.

Ignorando aquellas sitas,
que creí, iban con otro.
Ignorar la flor marchita,
es no saber cual fue su logro.


Y olvidé su simple voz,
distraído de algún modo.
Olvidé, ¡que extraño Don!,
y caí en en el frío lodo.

Intentando recordar,
mientras me hundía y hundía.
Intentar no es lograr,
pero era lo único que me pedía.

Pasaré unos años roto,
hasta recuperar la hacienda.
Pasar, mirando el hombro,
por si vuelves, mi conciencia.

En el patio de mi casa


Beso frío


       Y voy y vengo y sigue la lengua,
       en las papilas tiembla el sabor.
       Los labios redondean,
       de giro en giro,
       rueda el placer.


       Y la nariz al compás del aroma
       quiere llegar hasta el borde del cono.
       La garganta recibe el jugo,
       esa mixtura
       que la saliva ya no soporta.


       Y sigue y vuelve la lengua,
       trazo elegante,
       delicadeza en tantos poros
       dulzura del beso frío,
       los labios son un témpano.


       Y voy y vengo y baja la lengua,
       llega sin más al fin del fondo,
       barquillo sin turrón.


       Y por qué no
        un helado caliente…
       ¿Quizá mejor tu boca?





La hermandad de las estrellas


       Durante muchos siglos habían venido celebrando pacíficamente sus reuniones. Solo pretendían que los claros del bosque fueran su espacio de libertad. Era falso su amor por el Diablo, entre otras cosas, porque no creían en él. Pero claro, tampoco eran amigas del Poder establecido, ni de la Iglesia, que era el mismo poder.
       Vestían de negro porque trataban de ocultarse en la noche. Y guardaban sus secretos como una hermandad. La mayoría fueron quemadas pero, algunas de ellas, lograron salvarse disfrazándose con la luz de las estrellas. Las llamaron hadas. Y viven en los cuentos que no escribieron los inquisidores.

Luminosa crisálida


       En diferentes momentos y etapas de mi trayectoria, he puesto de manifiesto en sendos poemas las premisas de mi poética. Este es uno de ellos que recoge, en gran medida, lo que más me preocupa porque en su paradigma está la máxima dimensión que aspiro a alcanzar.


Has llegado desnuda
Luminosa crisálida
Alumbrada en la mente.
Y contemplo en tu piel
Con tus ojos de luna
Con tus ojos de luz
La imagen de otro mundo
Que sin embargo es nuestro.

Interpelo tu acento
Y el latido está en ti
Que nos mueves al pálpito.
Estridor de las alas
En tu canto de sombras
En tu canto de luces
Eres tú la cigarra
Que nos tienes alerta.

Doncella de los sueños
Te asemejas a un grillo
Que no quiere dormir.
E iluminas la carne
Con tus mágicos élitros
Con tu canto infinito.
Vestal bella, ¡tan bella!,
Que en tu seno me alcanzo.

¿Nuevo Género Literario, El Comentario?



       Este artículo lo publiqué y lo comentasteis muchos de vosotros en septiembre de dos mil nueve, en mi bitácora de entonces.
       Creo que es el momento de reeditarlo. 

       Tengo que admitir que me reconozco poco en lo que escribí en su día. Hoy me quedaría quizás únicamente con esa bandera de tristeza o de extrañeza que hondea al fondo de un paisaje que me es ajeno, sin referentes. 
       Me gusta más lo que dijeron los otros, lo que dijisteis vosotros.
       Lo importante ahora es que entonces ya queríamos escribir historias juntos.
       ¿Casi como ahora, no?





El arcón mágico

Extraída de Google
       Juan vivía en el bosque, en una cabaña que se había fabricado él mismo. Poca gente sabía que Juan vivía allí, en la soledad del campo, bajo las ramas y las hojas de las acacias, de los olmos, de los avellanos, de los nogales; al lado de un riachuelo de aguas transparentes con muchos peces.

       Juan era un perfecto desconocido.

       El tendero del pueblo le miraba entrar en la tienda, sin decir palabra, callado como la misma muerte; ni daba los buenos días siquiera. Le veía coger lo que necesitaba – una caja de clavos, una lata de sardinas, una sierra - y, así, como si no supiera hablar, con una sonrisa en la cara, le pagaba; le pagaba y salía por donde había entrado. Eso sí, los billetes eran nuevos, como recién salidos de las arcas del estado.

       Juan se hacía la ropa que vestía. Los pantalones, las camisas, los calzoncillos, los calcetines, las chaquetas, los abrigos. En su casa había un telar, un telar que había levantado él desde su propia imaginación, con sus manos rugosas, con sus manos de piel áspera, manos curtidas por el uso diario, fuertes como las del oso, y hábiles, diestras como las del pianista. También el calzado que cubría sus pies lo había fabricado él, con sus herramientas de zapatero y su paciencia infinita.


Imagen extraída de google

       Juan vivía en el bosque, caminaba por el bosque, hablaba con cada uno de los seres vivos que lo habitaban, ya fueran vegetales, ya fueran animales; les pedía permiso cuando tenía que utilizarlos para su subsistencia. Y todas las tardes subía a la montaña, a ver la anchura, la altura, la profundidad del mundo. Las puestas de sol en días claros, los atardeceres cuajados de nubes negras antes de dejarse caer sobre la tierra transformadas en lluvia, el ocaso rojo del los estíos y la limpieza virginal de un cielo lleno de estrellas. Le gustaba, le extasiaba ese momento maravilloso en el que Dios se pone melancólico y descubre para el hombre las verdades eternas.

       Cierto día, Anselmo, el tendero, intrigado por el silencio y por los inmaculados billetes con que Juan le pagaba siempre, le preguntó:

       - Oiga, amigo, ¿cómo se llama usted?

       Pero él no contestó. Le miró a los ojos, le sonrío.

       - Bueno, vale, no tengo derecho a meterme en su vida- dijo Anselmo.

       Luego de un rato, cuando Juan se acercó al mostrador, a pagar la mercancía que necesitaba, dijo:

       - Me llamo Juan y vivo en el bosque, solo; bueno solo no, con los animales, con los árboles, el aire, el cielo, las nubes.

       Anselmo no dijo nada, siguió registrando la compra.

       - Son treinta y cinco euros con cuarenta céntimos.

       Juan sacó el dinero, nuevo, como recién fabricado.
       - Oiga, amigo, y si vive usted solo en el bosque, y nunca sale de él; quiero decir, que sólo sale de él para venir aquí, a la tienda a comprar, ¿por qué siempre me paga con dinero nuevo?


Extraído de Google

       - Porque en mi cabaña tengo un cofre mágico. Cada vez que lo abro hay en él el dinero exacto que necesito para la compra.

       - Es usted un bromista, claro.

       - No, es la verdad – dijo Juan.

       Anselmo aquella noche no pudo dormir. Estuvo dándole vueltas y vueltas a lo que había dicho el hombre del bosque: “Es una tontería, una insensatez. Me ha tomado el pelo, ese Juan, o como se llame, ese solitario, ese extraño desconocido. Es un tipo raro, desde luego, huraño; y sus ojos son como el fuego. Es perspicaz, listo y callado. ¿Y si fuera un mago y hubiera de verdad, en su casa, un cofre lleno de dinero, un cofre que no se vacía nunca? Es una tontería; nada, duérmete de una vez. No hay nada así en el mundo”, pensaba.

       Pero al día siguiente Anselmo le contó el secreto de Juan a Julián, el herrero, y a Pedro, el panadero, y a Joaquín, el hijo de la Benita, que había estado en la cárcel por un lío de faldas. Y todo el pueblo supo, aquel mismo día, antes de la hora sin sombra, que en el bosque, cerca del riachuelo, vivía un mago, un hombre desconocido llamado Juan que tenía su casa llena de arcones repletos de billetes de quinientos euros, de alhajas traídas de oriente, de copas de oro con incrustaciones de rubíes y diamantes.

          Aquella misma tarde, Juan, desde la montaña, pudo ver el fuego que consumía su hogar.

Extraída de Google

Otros desiertos

       
Extraído de Google
       El embargo que le produjo verse ante aquel extenso espacio vacío y yermo, no recordaba haberlo sentido jamás. Ante el inicio de un desapacible escenario donde había sido abandonado, a pesar de ser a voluntad, inerme y huérfano, abrigando su escuálido cuerpo, por primera vez, el miedo más aterrador del ser humano: la soledad.
       Compartiendo los extraordinarios acontecimientos que lo habían llevado hasta el borde de aquel páramo, ahora el miedo absorbía por completo ese momento, y una triste reflexión se apoderó de él: -¿qué abominables tropiezos habré cometido para terminar ante esta estéril escena que se abre ante mí?-
       Como único objeto, bajo una luz irradiante y plomiza, un báculo, un bastón donde apoyar sus desvanecimientos presentes y futuros, el único ente además de su propio cuerpo que emitirá sombra en aquella planicie recóndita a partir de ese instante. Y le pareció, de improviso, titánica.
       Cuatro puntos cardinales, y tan sólo uno para elegir. Hacia delante, ¡hacia el norte!, en busca de lo tan deseado desde su más tierna infancia y que ahora paralizaba sus pies y secaba su garganta. Con su inmutable mirada,dirigió su vista hasta el horizonte de la blanquecina explanada, confirmando que de adentrarse en ella ya no cabría la posibilidad de volverse atrás, nunca, hasta llegar al final de su travesía. Sabía que aún no viendo nada ante él que le pudiera retener por más tiempo, se encontraría con numerosas situaciones que dificultarán su avance y que su mente sería su mejor arma para aplacar cuantos demonios quisieran desviarlo de su camino. 
       Tan sólo como ocurren en lugares solitarios como éste, comenzó a escuchar su voz interior. La única que lo alentará en sus primeros pasos, levantará cuando desfallezca y que le recibirá cuando acabe éste enigmático viaje. Esa misma voz que no le dejará cerrar sus ojos, sólo dormitar a ratos, con el sublime y fiel propósito de no dejarle abandonar su objetivo deseado. 
       El sudor de su frente y el nerviosismo de sus manos, al empuñar con fuerza el cálido apoyo de la única herramienta con la contará en su futuro presente, le recuerdan nuevamente que está aquí por propia voluntad. Y la hora ha llegado. 
       Con un simple paso, que esculpe con firmeza en el áspero territorio en el que acaba de adentrarse, en ese otro desierto, comienza a escribir lo que ya será su leyenda: “En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme….”