Alice C.



       Uno de los momentos claves en la vida de Alice Carson sucedió cuando fue consciente de que podía manejar su subconsciente conscientemente y utilizarlo para controlar, a su antojo, el subconsciente de los demás.
       Alice era una muchacha inquieta, movida, kinestésica de aspecto enfermizo, pálida y nerviosa y sobre todo “sensible”, muy sensible. Si alguien gritaba se alteraba, una palabra brusca la sobresaltaba. Cuando iba a la escuela se desencajaba y así poco a poco consiguió que sus padres la dejaran en casa recibiendo clases de profesores particulares. Esa fue su primera conquista y no sería la última.
       No llamaba la atención de modo especial por su belleza pero algo tenían sus ojos grises que laceraban a quiénes miraba y les hacía retirar la mirada, bajarla. Esa fue su segunda conquista, darse cuenta, ser consciente de ese poder y de su uso para manipular el subconsciente de los demás.
       Quería, y conseguía siempre, llamar la atención, deseaba ser apreciada como alguien superior, especial y para ello utilizaba un aire calculado en su cadencia, andaba de un modo peculiar y usaba palabras incomprensibles para quienes le rodeaban. A veces no lograba su objetivo y, entonces, recurría a medios más intensos para hacerse notar, pero no los fingía, sucedían de verdad ya que cualquier impulso que no podía exteriorizar se plegaba y replegaba dentro, se retorcía y destrozaba sus nervios. Le daban convulsiones, temblores, se quedaba rígida y entonces conseguía la atención de todos los que estaban a su alrededor. Sus nervios se conectaban automáticamente cuando quería y sufría de ataques de angustia y alucinaciones de modo cada vez más frecuente, siempre cuando quería conseguir algo, lo que fuera.
       Consciente de todo su poder, Alice Carson llevó a cabo la que sería su creación magnífica, majestuosa, la más fehaciente de las demostraciones de su capacidad de manipulación, creó una nueva Religión. Escribió su propia Biblia, su “Libro” y logró innumerables adeptos en poco tiempo; logrando, sin otra arma, que su fe tenaz en su propia fe conseguir cambiar lo inverosímil en verdadero y vivir prodigiosamente hasta su muerte.