Un viejo y el mar

       - Y esa cabaña abandonada… ¿de quién es?
       - No es de nadie, señor, lleva allí muchos años…y es una ruina. La madera está podrida por la salina…cualquier día terminará por derrumbarse y se la llevará el mar…
       - Me recuerda algo…no sé el qué…quizás allí vivió un pescador...
       - ¿Un pescador, dice? No, señor…allí nunca ha vivido nadie. Está así desde siempre. Cuando yo era chico ya estaba así. Los pescadores viven en la aldea, al otro lado de las dunas…no, nadie ha vivido allí…debió ser un refugio para un par de enamorados cuando esta zona aún era la Cuba desconocida…
       - Cuando no había turismo…
       - Cuando no había nada, señor. En esta zona no había nada. Solo tiburones.
       - ¿Cuál es el pueblo más cercano amigo?
       - Quemado de Güines
       - Y este lugar, ¿cómo se llama?
       - Se llama Carahatas.
       - Estoy por decir que por aquí anduvo Ernesto Hemingway…
       - Ah, señor, nunca escuché ese nombre.
       - ¿Sabe que escribió un librito llamado El Viejo y el Mar?
       - Qué escribía, señor, puede que escribiera. Lo que escribiera, habría que saber leer para conocerlo.
       - Pero ¿ha oído hablar de él?
       - No, ya le digo señor, nunca oí ese nombre.
       - Perdone, ¿cómo se llama usted?
       - Yo me llamo Manuel, señor, me llamo Manuel…
       - ¿Cómo Manolín, el protagonista joven de la novela, el aprendiz de Santiago el viejo pescador?
       - Ahí, señor, usted me pregunta más allá de mi alcance. Yo solo supe una cosa, señor. Sacar lo mejor del mar. Ya estoy mayor…y usted me pregunta por un libro de un viejo, escrito por un hombre con un nombre raro y yo, señor, no sé que decirle… no se que decirle más ya.




El enamorado de la lluvia original

Extraída de Google
Para Carmen Fabre, Ana Galán, Antonio Castillo, Alejandro Pérez, Julián Serrano y María del Mar MM, que leyeron el otro "enamorado de la lluvia" y preguntaron por éste.

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       Fede estaba en el corazón de las mantas que abrazaban la cama. La persiana bajada y la puerta cerrada obligaban la oscuridad. Sus ojos caminaban infinito buscando una rendija para soñar. Era un niño bueno. Mamá estaba orgullosa de su niño. No lloraba a la hora de la siesta, no se hacía pipí en la cama, no molestaba con demasiada frecuencia… Fede lloraba algunas tardes en la soledad negra, en silencio, aquellos días que mamá no le dejaba ver llover.
       Le gustaba ver las transparentes líneas que aparecían en el aire cuando el cielo cambiaba a color negruzco. Le gustaba respirar aquella atmósfera amarillenta que aparecía al otro lado de los cristales. Y entre los ruidos y luces del atardecer, Fede se iba lejos, muy lejos de casa; tanto, que incluso se olvidaba de merendar. Recorría regiones inexploradas hablando con nativos de color en lenguajes extrañísimos, volaba por los aires en compañía de terribles pájaros con sólo mover los bravos de arriba abajo, hablaba con Aladino, La Masa, Caperucita Roja… Pero ahora estaba allí, como todos los días a la hora de la siesta, deshaciendo la oscuridad en colores dulces y vivos y rebuscando en su pecera de ideas algo para dormirse. Él sabía que pensando se dormía. Pero hoy era distinto. Había pensado en su osito de terciopelo cafetín, en el caballito que los Reyes Magos, de blanca pelusa, le habían traído, en la aventura que corrió la última vez que llovió… Otros días, con la mitad de pensamientos, ya se había dormido. Pero hoy, cuando los ojos se plegaban derretidos en el cansancio, había sonado un zumbido y el sueño había desaparecido. Pensaba ahora que no se dormiría jamás y que al otro lado de la frontera de su mundo a oscuras, la lluvia lo llamaba amenazadora. Y él sabía que era la lluvia. Oía su repiqueteo en los cristales cada vez más próximo y atrayente. Se acordaba de la tarde en la que todo el mundo se ofreció de un color extraño y la lluvia caía en las ramas de los árboles haciendo llorar a la hojas. Aquella tarde se fue al Amazonas. Fue cuando se encontró con que Tarzán se había caído de un árbol y él, que pasaba con su rifle, su mochila que llevaba botiquín y hornillo…, su flamante gorro, sus botas de oso polar… al velo, le vendó el tobillo dislocado y acabó con un cocodrilo que andaba rondando con la ligerísima esperanza de poder zampárselo. Fede estaba triste y deseoso de ver la lluvia. Las sábanas se pegaban a su cuerpo y cada vez que se movía para cambiar de postura, unidas a su sudor, se desarropaba más y más. Y no podía estarse quieto. Los músculos le saltaban bajo la piel como si los pincharan. Tenía miedo a que mamá se enfadara con él. Hubo un momento, no se sabía si estaba soñando o si todo era fruto de su imaginación, en el que la oscuridad se despejó y apareció un bonito espectáculo invernal. Fede estaba maravillado. Nunca había visto tropezar el agua de aquella forma. Se incorporó en la cama para verlo mejor y, en ese preciso momento, la oscuridad abrió la boca y todo se desvaneció. Fede se puso muy triste. Se preguntaba por qué mamá no le dejaba ver el tan maravilloso espectáculo… y en su tumba sollozaba angustiado por el constante campanilleo que las gotas de agua al caer en las baldosas cercanas, al otro lado de los cristales, producían. Pero he aquí que Fede, sin saber por qué, cuando mamá entró a los pocos minutos de haberlo metido en la cama a ver si estaba dormido, había cerrado los ojos y entreabierto los labios como una flor en primavera y mamá había salido de la habitación creyendo que él soñaba. Y he aquí que hallándose Fede en este dilema escabroso, sintió la puerta de su casa sonar. Estuvo unos minutos con el alma en un puño. Se preguntaba si mamá había salido… y se contestaba que sí, que ya podía levantar la persiana, que ya podía caminar hasta la cocina por las humedecidas baldosas y coger la silla y con ello, de rodillas sobre ella, poder ver su sueño más querido. Pero una duda le asaltaba: si mamá estaba en casa, ¿qué pensaría de él? Seguramente que era un niño malo, que había intentado engañarla… A esto contestó la atmósfera con un aullido y Fede decidido a todo, dejó resbalar en la tarde desdichada una interrogante dubitativa. “Mamá”, dijo. El silencio le apretó el corazón u éste, al poco, cansado de este ahogo, saltó… y los pies desnudos se untaron del fresco húmedo que las baldosas exhalaban.
       La silla ya está preparada. La persiana es tan pesada que Fede no puede subirla de un tirón. Comienza el ascenso lentamente. Y da un grito asustada por la osadía del protagonista. Y se enrosca en su bobina y…
       El marco verdeceladón de la ve la ventana resplandecía. Todo era blanco. El cielo era humo de leña verde. Fede quedó extasiado. Entre el firmamento y el suelo y en todo lugar en que posaran sus ojos, el mundo era un incesante baile de formas: estatuas gruesas que se desvanecían, remolinos violentos que eran tragados por un gorrión descomunal, a su vez absorbido por un ente abstracto… Y una sensación de infinito se apoderó de él. Veía, allá a lo lejos, los castaños gritando una endemoniada alabanza. Y no sabía qué medida darle al espacio que había entre él y los árboles. Y ocurría que entre cada copo de nieve el orbe jugaba a “mayoromenorqué” y daba a la atmósfera una gama de matices insospechados e infinitos. Fede no sabía qué pensar, qué hacer, qué buscar. Le bastaba ver posarse sin prisa cada copo en si sitio. Se divertía viendo la realidad constantemente cambiante que daba el caer de cada partícula. Y no pensaba como cuando llovía a cántaros porque no hacía falta. Ante sus ojos y durante segundos, se formaba y deformaban sensaciones innumerables, latitudes no descubiertas, violentos árboles enroscados de negro cuerpo y pura piel.
       Pasaba el tiempo. Sin saber por qué el pijama pareció desaparecer. El gusanillo que entraba por las rendijas de la ventana empezó a roer. Fede ya había puesto los labios tirantes sobre el cristal frío y había intentado bañar de saliva el aliento que en el ambiente transparente se había posado procedente de unas cuerdas vocales ahogadas por la divinidad. Era bonito aquello. No tenía descripción y no se cansaba de buscar formas y contornos… Y empezó a pensar. Y se preguntaba si sería algodón lo que caía. Él se daba cuenta de que cuando el cielo se ponía como la leche, la lluvia era segura… Pero lo que pasaba no se lo explicaba. Y creía estar soñando… Y fue esta idea la que destrozó el encanto. Se decía que si estaba soñando, nadie le impedía que averiguara qué era aquello pues estaba en la cama durmiendo… y si no, como mamá no estaba en casa…
       Acosado por el afán destructor de conocer, abrió la ventana. Un puñal de hielo se rompió contra su pecho cubierto sólo por el pijama. El frío helado bajó a los talones y todo su cuerpo se estremeció… Y le parecía que no era frío lo que sentía, que era la emoción de tomar y tener entre sus manos algo que jamás había tenido. Sentado en el brocal de la ventana vio que en unos centímetros, los que cubrían el alero y el acueducto que desembocaba en el canalón, el azúcar no cuajaba, se diluía en el cemento oscuro de la acera, y que la que caía desaparecía así, por la de buenas. Miró el cielo y durante unos segundos estuvo a punto de sollozar. Los trocitos de terciopelo había desaparecido y en lugar de su color blanco se mostraban unas motitas negras que creyó iban a estrellarse contras sus ojos, y que como verificó después, al llegar a la altura de la paralela de sus ojos, se escapaban y se convertían en lo que él amaba tanto desde tan corto. Pisó la yerta baldosa de la acera y extendió la mano. Un copo cayó en su infantil deseo y antes de que pudiera acariciarlo con la otra mano se convirtió en agua. Y así otro, otro y otro…

Extraída de Google

       Los pies ya están amoratados. Las manos rojas de sangre. La nariz violeta. Los ojos empañados en lágrimas… y en los labios una palabra: Agua.


Un punto sublime



Infinito espacio,
blanco camino en el Universo.
Un punto sublime: Tierra
Útero, cordón y ombligo,
seno, pezón de Agua…



Agua, diosa del nacimiento.
Su amante el Aire,
dios de infancia, cuna de Sol.
Los labios húmedos, saliva verde.
Copulan, nacen
hijos de lluvia,
cuerpos de tierra,
animal frío,
arco iris horizontal.



Y una incierta criatura
perdida en el desvarío de su intelecto.
En sus ojos
mil escaleras quién sabe a dónde.
En las manos
la absurda acidez del dominar.
Cárcel al tiempo de las batallas,
es hora de trajear la sangre de cordura,
y aprender que cada latido es de prestado.



Madre útero,
cordón de ombligo
pezón de Agua…
¡Cuídala!
Antes de que esta ambición
nos la devuelva al origen
como ceniza de estrellas.




Carta a mi padre

Extraída de Google

Mi querido papá:
Como donde tú estás no se envejece
ya tendremos los dos los mismos años.
¡Qué eternidad de charlas
de afecto nos aguardan
paseando por parques y jardines
o los equivalentes que allí existan!


Quisiera compensarte por los gestos
y frases de ternura
que se quedaron sin llegar
quizás por timidez o por orgullo.

¿Recuerdas? tú te fuiste en una Navidad,
y yo, goloso de turrón
no lo he vuelto a comer.
Se acrecienta el cariño por los padres
cuando ya se han perdido.

Si te he de ser sincero
no tengo mucha prisa por marcharme
quiero seguir gozando
del amor de mis hijas
y jugar con mis nietos.

Y trabajar.
Anidan por ahí cerca del alma
un sinfín de poemas intentando nacer.

Y tú...
Seguro que me esperas impaciente,
justo en la escalinata
que da solemne entrada al Más Allá,
con dos tabletas de turrón
en cada mano.


... de "Mis personajes se pasean por La Red", 
Colección "Li-Poesía". 2006


El Túnel




       Lucía ya no recordaba desde cuándo estaba en el túnel, hacía mucho sin duda .Pero sí sabía qué le llevó hasta allí: una acumulación de ansiedades, dolores difusos que no se podían localizar en algún órgano concreto, y temores indefinidos la metieron en él. Y allí permanecía acurrucada, encogida y callada.
       Las paredes eran translúcidas y de un extraño material osmótico por el que se colaban la tristeza y la pena transmutadas en puñales difíciles de esquivar, y que cuando hacían diana era, exactamente, para bloquear la alegría y el deseo. Era extraño, oscuro y húmedo.
      Antes de meterse en él pasó por varias fases. Pidió ayuda a los que le rodeaban hasta que entendió que por más que lo dijera, por más que describiera lo siniestro de su espacio, nadie la comprendería. 
       Al final acabó por serle suficiente palpar a través de las paredes membranosas del túnel y tocar a algunos de los que estaban fuera, ellos no se daban cuenta y lo peor de todo es que no sabía cómo hacérselo ver. Además su alegría su cotidianiedad le molestaba, la enrabietaba ¿Por qué se reían? ¿No veían lo que ella estaba pasando?
       Mari Sol, su pequeña, era la única que podía deslizarse dentro porque aun era niña y sí que veía las paredes y la grieta por donde podía entrar y salir. Cuando se colaba hablaban y hablaban a pesar de que los demás aseguraran que no lo hacían, y se lo comentaban al Dr. Romero cuando la llevaban a verle en su consulta. Mentira, ellos no eran capaces de oírnos, no entendían y pronto Mari Sol, en cuánto cambie su mirada, ya no podrá atravesarlo ni encontrar la grieta de mi túnel.
       En sus paredes hay palabras escritas, dibujadas con diversas grafías pero que, en definitiva, todas significan lo mismo: “Embrutecimiento”. Pero pone: Escitalopram, dobupal, sertralina, amitrptilina, alprazolam, clonazepan…
       A veces, pocas, intentaba buscar nuevas estrategias, se planteaba hacer algo diferente. Ayer, por ejemplo, decidió que, en vez de andar por el túnel de arriba abajo, iba a cavar en las paredes a ver qué pasaba. Igual lograba salir. 
       Palpó un bulto y apretó. Se abrieron una serie de túneles parecidos al suyo, cada uno con un nombre escrito en su entrada: Zeus, Sabina, Georg, Iria, Marga, Fredy…El camino era tan intrincado que no se veía el final; podría llegar a cualquier parte del mundo, quizás cruzaría océanos llegando hasta Asia… se imaginó por un momento en Hong-Kong …
       Todos eran similares y al mismo tiempo diferentes . Alguno incluso más tenebrosos que el suyo, otros estaban decorados como un hogar y sus inquilinos parecían llevar allí mucho tiempo, quizás hasta habían dejado de buscar la salida, los había que tenían huéspedes extraños y unos pocos algo de luz…
       Un día puso la mano sobre la pared y algo ocurrió: Comenzó a oir conversaciones entre los habitantes de los túneles y se identificó con sus experiencias y mientras su mano se mantenía allí apoyada sintió el calor de muchas manos que, como la suya, estaban apoyadas en las paredes . Encontró muchos como ella, muchos a los que no era necesario explicar nada porque conocían sobradamente lo que pasaba y nunca más volvió a sentirse sola. 
       Y ocurría que de vez en cuando alguno de los túneles se quedaba vacío, su ocupante lograba encontrar la salida.
        Algún día sería el suyo.



Cuando el hambre nos acalla


Extraída de Google
       La señora Grimmbauer rebusca por entre los escombros de la destrozada Berlín algo que echarse a la boca. A unas decenas de metros a su derecha, Marta Ernst, lo intenta bajo el montículo de ladrillos de la última casa demolida por los bombardeos aliados la noche anterior, mientras porta su pequeño recién nacido, Pierre, en su espalda sujeto por una raída colcha: joya, artesanalmente elaborada, del ajuar de su abuela materna.

       La señora Grimmbauer cree reconocer a quien pertenecen los muros derruidos donde Marta insiste, piedra a piedra. La hermosa y coqueta residencia de los Baumann tenía el porche más envidiado de la manzana: las bellas hortensias, de azules, rosas y malvas pálidos, crecían dentro de sus exquisitos maceteros de mármol, añadiendo fulgor y alegría a la madera pintada de un blanco impoluto, rematada por una señorial escalinata de acceso. ¿Qué habrá sido de ellos, tras ser enviados al gueto?, se pregunta, dedicándole apenas un segundo. El mismo que empleaba en cruzar la calle cuando se los encontraba al comienzo del nuevo Estado Ario.
       El rostro de la señora Grimmbauer, recobra la fea mueca de asco, firma de su despótica y remilgada familia, cuando el pequeño Pierre comienza a berrear al ser inclinado vertiginosamente, mientras su madre intenta levantar una enorme baldosa de la antaña escalinata de los Baumman. Y en su mirada nace una interrogante sobre la paternidad del atemorizado crío, no habiendo ni un solo hombre en toda Alemania desde hace tres años. ¡Bastardo! le apunta su mente. Recuerda que su madre trabajaba en el campo de prisioneros que acondicionaron para retener a los franceses rendidos en los primeros combates en el libertino país bolchevique. 
       Ahora, la señora Grimmbauer, se aprieta la barriga, cruzando con sus frías manos las puntas de la rebeca, regalo de aniversario del suboficial de submarinos del escuadrón “manada de lobos”, señor Grimmbauer. Del que no sabe nada desde hace casi un año… casi medio ya, que no se relaciona con nadie, evitando acercarse a ningún alma de las que salen a diario, tras los eficientes bombardeos aliados, y con las que tiene que luchar por su subsistencia: le avergüenza que puedan oír los indomables rugidos de su estómago: ahora, vacío desde hace cuatro días. 
       La señora Grimmbauer, mira a su izquierda, comprobando que, a unos cien metros, la figura del señor Boerman sigue erguida frente a la parada del tranvía que lo llevaba a las 07:30h, cada día, a la casa de su viuda hermana. El orgulloso y estricto oficial prusiano, tan germano como la enfermedad que empieza a corroer su mente. 
       Minutos después de abstraerse en sus más bellos recuerdos de otrora y mejor época, la señora Grimmbauer y el señor Boerman, girán sus cabezas hacia Marta y Pierre Ernst, cuando desaparecen al agacharse tras el montículo, pero vuelven a perder interés cuando se incorporan de nuevo y las manos de Marta siguen vacías.
       Mientras el radiante sol no consigue descomprimir el depresivo día, el señor Boerman se lleva la mano al pecho antes de caer fulminado. El infarto le ha sobrevenido sin que nadie le preste la más mínima atención. Ni la señora Grimmbauer, ni Marta Ernst se han percatado de la nube de polvo levantado tras golpear el amarillento suelo de la parada del tranvía que no llega nunca.
       La señora Grimmbauer, distraída en calmar los implacables lamentos de su estómago, no ha reparado en que Marta y Pierre Ernst se acercan por su espalda, y cuando están apenas a un metro de ella, la horrenda mueca de su boca quiere iniciar lo que para ella es ya su saludo más sincero. Pero al ver aparecer, por entre las raídas ropas de Marta Ernst, medio famélico gato aplastado bajo los restos de la escalinata de los Baumann, el clamor de su vientre acalla el huraño gesto de su rostro. No así el de Marta, que arquea las cejas del suyo, dibujando un insipiente mohín de una ínfima alegría olvidada hace mucho tiempo.
       Marta Ernst, disfruta, notando como baja por su garganta el orgullo de la señora Grimmbauer… y como se lo traga irremediablemente.
       La señora Grimmbauer, gira un segundo la cabeza para encontrarse con el espacio vacío que ha dejado el señor Boerman, antes de seguir tras los sollozos del pequeño Pierre y los pasos de su satisfecha y henchida madre…
       Ninguna de ellas sabe que el ejército rojo está a unas horas de entrar en Berlín… ni que el señor Boerman ya ha cogido su último tranvía. 

Corre, ven

     
       Una gota de sudor rodó por mi cara desde la sien y el nudo de palabras no dichas que llevaba años padeciendo se hizo más grande en el interior de mi estómago. Toqué el timbre, mas nadie acudió. Abrí la puerta con las llaves de las que nunca me desprendí a pesar de la larga ausencia en busca de libertad. Una voz me llegó desde una de las habitaciones: «Corre, ven. Te he echado de menos». Había engordado algunos kilos y su pelo había mudado a gris, pero conservaba la misma expresión embaucadora, la misma mirada hechicera. Otra vez. Jamás debí volver.

Te veo dormir



       No tengo miedo a que me descubras. Un leve parpadeo y desaparezco antes de que te despiertes. He tratado de alejarme de tu vida, dar un rodeo en mi itinerario de rutina. En vano. Soy incapaz de resistirme a pegar el rostro en el cristal de tu ventana. Necesito mi dosis de tu cuerpo entre las sabanas, desnudo aun en invierno. No puedo vivir sin tu serenidad dormida.
       El tejido de mi máscara absorbe las lágrimas. Desearía ser otra persona, entregarme a ciegas, sin secretos. He de irme. Mi mera presencia te pone en peligro.
       Solo cinco saltos para llegar a mi ático, la guarida perfecta para guardar en el armario un traje de superhéroe.

 


Décimas "el grillo"



Estoy perdiendo el sentido,
no soporto el estribillo,
de ese malicioso grillo
el cri crí tan presumido
de este bicho consentido
ya me tiene enajenado,
me estremece todo el techo
y aunque lo tengo cercado
me lo pone complicado.
¡Tengo el oído deshecho!



Él anda fiero a mi acecho,
en cuanto me oye trinar
mi voz quiere fulminar
haciendo cri crí en mi pecho.
Así me consta, es un hecho,
mas esto me da que pensar.
¿Cómo este ruido cesar?
Yo soy un poco suicida
y aunque parezca quebrada
tan confusa y mareada,
no me daré por vencida.


Y mi sorpresa no es esa,
no sólo tengo este bicho
que anda con tanto redicho
moliéndome la cabeza.
Voy de sorpresa en sorpresa.
No salgo del sobresalto
a mi voz le dan asalto,
un zoquete lazarillo,
un maestro con librillo
dándole al bicho resalto.



El avaro


Ahorrar. Restringir y reducir todo. Su mundo era, cada día, más limitado y pequeño. Se había convertido en un pobre hombrecillo. Por eso, cuando le daba el sol de frente, solo podíamos observar, pegada a sus talones, a su miserable sombrilla.

¿Cómo lo hago?

Extraída de Google
       Nunca avisa, siempre se presenta sin llamar, como el huracán que envía emisarias lánguidas brisas antes de embestir. No creo que ni siquiera anunciándose estaría cómodo en su presencia. Pero es así, cómo una visita embarazosa, se planta ante mí sin que pueda hacer nada. No la llamo, no la reclamo, no pienso en ella, pero, no sé cómo, llega hasta mí en el momento justo, ese que ella siempre elige.
       Siento miedo ante su presencia, mis manos tiemblan incontroladas cuando la encaro. Es una llama descontrolada, vista desde demasiado cerca, provocando a todos y a todo. Y duele y agota, es como bracear a contracorriente. Contra la misma que parece impulsarla hacía mí.
        Me gustaría controlar su acceso en mi vida, la cual desborda, quebranta y simplemente quiere intervenir. Explicarle que el efecto que crea en mi vida es insano, como un dañino demonio sobre mi hombro que querría apartar de un manotazo. Mirar sus ojos y decirla que no me hace falta, que no me hace bien, que debe comprender que su impronta es perjudicial para mí. Su decidida presión, a la que mi cuerpo teme ya de una forma inhumana.
       Algunas veces creo intuir cuando se presentará, pero es sólo una ilusión mía, un espejismo remoto y reverberante. Estoy indefenso, sólo trae tristeza, irrumpiendo en mi vida sin ningún sentimiento. Amarga sensación de impotencia que recrea una presencia que no comparto. No trae amor. Sólo quiere dominar vigilante y persistente.
       La he gritado que no vuelva, que no la quiero, que en mi vida nada aporta. Ella no escucha, y en ocasiones siento que se ríe de mí, burlona, esquiva, y sin ningún miramiento sigue queriendo controlarme. Intento apartarla, aislarla, desecharla, pero es en vano. Sólo deja un espacio de tiempo y vuelve a la carga. Mis amigos dicen que soy yo el que no quiere dejarla, ¿cómo les explico que lo he intentado todo para que se esfume de mi vida?, que no hay razones que la hagan cambiar en su empeño. Que es la personificación de la insistencia.
       Yo mismo me he dado un tiempo, alejándome de todo lo que me interesa. Yo mismo, aún a riesgo de perder lo que más quiero. Necesitado de distraer su persecución. Y cuando creo haberlo conseguido se presenta, como siempre, en el peor de los momentos.
       Logrará que pierda a todos mis amigos, a lo que más deseo en éste mundo, a ella, a mi amiga. Pero cómo explicarles que yo no la quiero en mi vida. Que surge sin avisar, en cualquier lugar. Que no soy yo quien la incita, que llega sola, que me es imposible controlar cuando se presentará mi RABIA.

Retrato de familia

Dionisio
Extraída de Google
       Hoy, después de tres días de silencio telefónico, me ha llamado mi hijo Dionisio. Desde que toda España revienta de alcohol y goles yo le llamo El Dioni. Lástima que la borrachera sea como es, sin buen vino de por medio. No me aparto yo ni una legua de aquella fiesta antigua, ni un milímetro siquiera. A mí me van las tradiciones, ¿qué quieren que les diga? Si hubiera habido un buen tinto de por medio no estaría yo ahora pintándoles esta triste viñeta de familia.
Estaría tirado bajo las garras de uno de los leones de La Cibeles, mi corona de hierbajos ladeada en esta frente que es más que calva, desnudo de nuevo, la panza hondeando al viento, con una buena bota aragonesa levantada al cielo y un chorro rojo llenándome la boca. Con uno de Rueda sería bastante, un “2v Premium”, por ejemplo. Y claro está, dándole que te pego al pito, entrando y saliendo en y de todo lo que se pusiera por delante, que en estas ocasiones todo lo bueno de la vida ha estar permitido.
       Cuando lo hago – cuando aflauto la voz y le digo, Dioni, cariño, ¿qué tal estás? -, él se enfada mucho conmigo. Eso es justamente lo que pretendo. Me recuerda entonces su redención, su cristianización, y me escupe en la cara la vergüenza de sus inicios dionisíacos. Luego me suelta toda la ponzoña que ha acumulando dentro por haber dejado de ser el que era. Me dice, entre otras lindezas, que qué dolor que la sangre de su sangre, o sea yo, sea justamente todo lo que odia en este mundo. Me dice que soy un putero, y es verdad. Me grita que soy un borracho, y es verdad. Me dice que no creo en nada, que no tengo principio ético alguno, y es verdad... ¡Si él ya lo sabe! Un dios sabe todo de todos. Y él es un dios. Y yo soy el que soy: Sileno El Grande. Estoy en la cama veintitrés de las veinticuatro horas del día, amodorrado, aletargado, alejado de todos, recorriendo mis visiones, cerrándolas, preparándoos la realidad en la que vivís, engendrando mis profecías. Es mi destino. Ésta es la esencia de mi ser. Él, pobre dios redimido, vive en la impostura, como un vulgar humano, atado de ojos y de oídos y de gusto y de tacto y de todo, atado a su dolor, al dolor que yo le procuro. ¿Qué le importa a él, que le importa a nadie que yo pase el resto de la noche, desde las tres de la mañana, en el suelo, inconsciente, sobre la fría baldosa de mármol, en el lado interno de mi ventana, tras beberme un par de botellas del de yema, vomitado y meado sobre mí mismo, aspirando la pulmonía que el suelo arrastra?¿No estoy acaso en mi casa? ¿Quién tiene derecho a decirme qué hacer con lo mío, con esta vida que detesto, con esta vida que aborrezco?
Escritor que se cita.
Extraído de Google
       A él le gustaría que mis últimos días en este cuerpo de carne y huesos - sí en un cuerpo como el tuyo, lector - los pasara como una persona decente, como una persona normal, metido en una residencia de viejos, jugando a las cartas, tomándome las pastillas, yéndome a dormir a las diez, levantándome al amanecer sólo para que el día se haga largo, tan largo como aquel día sin pan de Don Camilo. A él le gustaría verme controlado todo el tiempo. Y no es eso lo que yo quiero. Yo quiero hacer lo que quiero hacer. Y a él, claro está, esto le molesta. Y es porque la redención que le ata no es suficiente para acallar la voz interna de su ser. Lo que ocurre es simplemente que es un cobarde, que no actúa rectamente con su supuesta limpia conciencia. Me pide a mí que deje de ser cuanto soy para convertirme en todo cuanto él quiere que sea. Pero no es capaz de dejar cuanto él es para convertirse en mi hijo, en un hijo que cuida de su padre, que bebe con su padre, que mira el mundo desde la altura que le corresponde. Es un hipócrita, no tengáis duda alguna. Es El Dioni, no el Dionisio que yo engendré, no aquel niño que venía corriendo hacia mí con el fruto de la vid en las manos y los ojos de la infancia preñados de una pícara y sincera felicidad. No aquel dios atiborrado de divinidad. No se ha llevado dinero de banco alguno, es cierto, de eso doy fe. Él no roba más que el corazón de su padre, este divino y eterno corazón mío que gime por todas las galaxias habidas y por haber. Él tiene que vivir, vive, de esa manera, como uno cualquiera, creyendo, o haciendo que cree, a fin de cuentas es lo mismo, que la salvación es posible. Y lleva razón, es posible salvarse. Pero no de esa manera. Sólo siendo uno mismo uno puede salvarse. Lo otro es engaño, engaño de humanos.

Punto y aparte




Cuántas veces enderecé la pluma
por trazar senderos alineados.
Amaneció líquida cada hebra de añil,
los puntos suspensivos por señal...
Mis dedos te ofrecieron todas las palabras.

Los recuerdos me traían
tanta escritura posible…
Se encendieron los surcos
paralelos, blancos, luminosos.

Sin tiempo para los matices,
tus manos no se expresaban,
solo bocetos de aristas y ángulos,
quebraste todas mis líneas.

Un latido profundo
me arrancó las mayúsculas.
La tinta ardía en cada letra,
no podía escribir el final.
El papel arrugado
fue un vuelo entre las llamas.

Hoy sé que curvaste los renglones
de aquellos días que borro del calendario.
Ahora escribo en hojas sin pautar,
cierro cada guión con un punto.
Y me aparto.

(Marzo de 2011)                                                


                    

Viaje al pais de las galletas de acero, un viaje gratuito de Rafael Lindem


Portada de Carlos Rodón,
para este viaje interactivo

"Jugando a los naipes con castillos me hice con un balconcillo al palo de oros", así comienza este viaje gratuito entre microcuentos, poesías e imágenes, un viaje al país de las galletas de acero, donde
cualquier cosa es posible a la hora del té. Maquetado por Animagina y con portada de Carlos Rodón, este viaje estará disponible muy pronto a un clic de ratón.

Recital en el Ateneo

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Domingo 22 de febrero de 2015
Calle del Prado, 21
Tertulia PENSAMIENTO MARGINAL
20 horas

Las 50 sombras de Grey. La pelicula


     No he leído el libro de E.L. James, uno de los mayores éxitos editoriales de todos los tiempos con más de treinta millones (el número oscila según las fuentes) de ejemplares en papel vendidos (¡en estos tiempos!, en los que ya supone todo un éxito vender tres mil), pero lo cierto es que lo he ojeado así por encima y siento no estar de acuerdo con sus detractores, no parece una obra maestra pero… sí, está muy bien escrito. Y es lógico que sea de este modo, cuando se lanza un producto comercial de esta envergadura, el texto original ha tenido que ser corregido una y mil veces por todo un equipo de redactores, no es para menos.
     Pero la verdad es que tenía ganas de ver la película por curiosidad y ahorrarme el tiempo que debía dedicar a la lectura de la trilogía, aunque desde luego me esperaba un esperpento al ser consciente de la calidad del cine actual.
     Pues no fue así, la película de Sam Taylor-Johnson me ha parecido estupenda, vamos, bien acabada hasta en sus últimos detalles. Para empezar la fotografía, con uso magistral de la luz, tanto de interiores como de exteriores, y la música me parecen excelentes.
     En cuanto a la adaptación, intuyo que es más que aceptable. Teniendo en cuenta que no se habría podido hoy en día comercializar - en circuitos normales - un film que corría riesgo de calificarse como pornográfico, encima sazonado con tintes sadomasoquistas, puesto que la censura, quizás acertadamente según qué casos, sigue existiendo en el mundo occidental pese a que se esfuercen en contarnos lo contrario, los guionistas se han debido esforzar muchísimo para transformar el argumento del que partían, repleto de escenas muy fuertes, en una historia visualmente solo erótica, subidita de tono pero muy aceptable para su visionado por la generalidad del público.
     Y lo han logrado de una forma satisfactoria. Así pues, las escenas amatorias con que nos obsequia el film, aparte de románticas, son tremendamente estéticas, de un erotismo refinado, sin ninguna escena de sexo explícito y además libre de esos pobres recursos del cine rosa mediocre como los consistentes en sábanas “pegadas con silicona” al cuerpo de las actrices.
    Moralmente, bueno, he oído muchas críticas sobre si el libro y la película están haciendo un flaco favor a la causa del maltrato de género y la violencia machista, pero a mí, que ya digo no he leído el libro, me da la sensación, descontados topicazos nefastos como el de la supremacía estética del poder y la riqueza, de que, al menos el film, da la sensación de una victoria de la protagonista, la bella, sobre la bestia, que sí, accede inicialmente a lo de los azotes y la fusta, pero se termina plantando ante los correazos, y por supuesto no firma el famoso contrato.
     Por lo tanto, se percibe al final de esta primera entrega, un cierto triunfo de la inteligencia femenina sobre la barbarie masculina representada por el sadismo, esa monstruosa aberración que se deleita con el dolor ajeno, y que por supuesto, en su esencia genuina, no se conforma con una apariencia de sufrimiento.


Balada a un soneto inacabado

Extraída de Google
Como la primavera
no sabía que estábamos en guerra,
pintó verdes y flores en el valle.
El campo se cubrió, al término del día,
de un gemir de violetas
y cuerpos destrozados.
...Y el toque de retreta sonó en la lejanía.


El casco sirve ahora de nido a los lagartos
y el soldado murió,
sin comprender su muerte.
Estaba en otras latitudes,
intentando escribir
un soneto a su amada.
...Y el toque de retreta sonó en la lejanía.

Las guerras purifican a las razas.
Los ventajistas no se mueren.
Sólo se mueren los inútiles:
los que creen que amar
es importante y no rinden al oro pleitesía,
los que alguna vez lloraron sin saber el porqué.
...Y el toque de retreta sonó en la lejanía.

Se mueren los incautos,
los que sienten tristeza en los atardeceres,
soñadores e ingenuos
como nuestro soldado,
que se dejó matar, suspenso en picardía
sin haber terminado su soneto.
...Y el toque de retreta sonó en la lejanía. 




... de "Mis personajes se pasean por La Red", 
Colección "Li-Poesía". 2006


Mis cuatro estaciones

Extraída de Google

Cuando llegue la primavera
y la paleta muestre el pintor,
se alzará el bejuco en la piedra,
negociando un nuevo verdor.

Y de aromas hablaremos,

luchando por ser el mejor.
Y a los pájaros envidiaremos,
volar alto y cantar a su amor.

Cuando llegue el verano

y el infierno padezca calor,
volverá el berreo del gamo,
y los niños jugarán bajo el sol.

Sortilegios a la luz de la luna,

alboradas de bello fulgor.
Reencuentros que nos acunan,
y mirarás a los ojos al amor.

Cuando llegue el otoño

y se calme el candor del estío,
resecarán las ramas tus demonios,
y partirán tus hojas al río.

El polvo del viaje teñirá tus canas,

la razón calmará tus sentidos.
Reirás recordando batallas,
y en su mirada verás al amigo.

Cuando llegue el invierno

y la nieve se vuelva inmortal,
doblarás por fin los cuadernos,
de los días que no volverán.

La fría bruma será fiel cobijo,

aliado llamarás al dolor.
Los recuerdos serán como hijos,
y en su pálida mano apoyarás tu amor.

Insomnio



I.

Anoche me ganó la batalla el insomnio y me dio miedo volver a ser vulnerable y el horizonte y la espera y entonces tu mano en mi cintura y el beso susurrado en mi oído y la cama y el deseo y el roce de los cuerpos … mas estoy aquí donde nada ha ocurrido hasta que me duerma y me regales la noche.


II.


Quiero tensar la noche, cerrar tu boca a besos, acoplar tu respiración a la mía.

Que nuestras manos sean maraña de dedos, enredo de caricias fugaces y hacerme un ovillo a tu lado mientras me tejes la vida con una madeja de sueños.


III.


Me gusta el laberinto movedizo de las líneas de tu mano, hundirme en ellas.

Tu mano, que me tornó niña y amante, que descorrió velos antiguos de urgencias retenidas. Tu mano me hizo preguntar que si eso siento con su simple roce en la mía qué sería si se pasease sobre mi cuerpo.

Creo que te preguntaste lo mismo, mi mano temblaba y la tuya no estaba firme.


IV.


Te pienso y se pierden las sombras entre luces, aprieto fuerte los párpados para que no se escape el brillo de la mirada y te fugues por ella.

Siento que se comprime el mundo en la garganta y un chispazo recorre mi médula, se enrarece el aire, dejo que las sensaciones se deslicen, me inunden, que venga el amanecer y se haga realidad la verdad entre los lienzos de mi almohada.

El yo digital de Steve Jobs

Extraída de Google


Módulos



        Primer módulo RAM
Coprocesador nuestro, no te vistas
de poema, ni de hombre en la puerta
del patíbulo. Quédate así como
yo te veo, mar como
de gota exacta.
Cero, uno, uno, cero. Una ola
es sólo una incógnita sin remedio,
dígitos en la altura, esos ocho
puntos negros caídos en desuso
(¡Ah vieja impresora de agujas!)
que parecen oscuridad sin serlo.

       Segundo módulo RAM
Aquí la realidad no es,
¿recuerdas? Hay un verso solo
tendido todo él a secar,
sujeto a la niebla electrónica,
eco en las cuerdas del ayer,
por el sur. Las pinzas son como
de camino angosto, y el sentimiento
inútil es el norte, como
si el corazón del ascua
quisiera alzarse: así tañe
la caída de una gota de mar.

       Tercer módulo RAM
La elegía de los siete poetas
no es el beso húmedo de Titania
y Oberón. Nuestro mundo alza
la fuente y el océano furioso
de los números negativos
sobre la parrilla del dolor, como
una sirena en lo profundo; como
de chorreos y lianas y rayos
subatómicos. El pez tiene
ojos de papel, no descubrirá
jamás la hondura automática del amor.

       Cuarto módulo RAM
0110 …


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Particiones


       Partición primaria
El tríptico por el que pasa
una mujer, dos parasoles grises
sobre la arena blanca, viene
a lomos de un lápiz de carpintero,
desde el Arco Nuevo, hasta mi sangre.
Trae una música como
de sombra leopoldina,
olor a pizarra, y a hambre como
de maestro de escuela.
Así la bitácora del presente
en la escena blogger, sin comentarios.

       Partición extendida
Retrato a la intemperie
con un sombrero de copa son sólo
palabras, Señora del Tiempo.
Lo mismo que el dios que era como
de amargura desnuda, como
si todo Él cupiera en esta casa
del fin. Así despunta siempre
éste lienzo de rosa
definitiva, incluso si llega
el destartalado camión
del horror hasta el pueblo:

       Partición lógica

mutando todo el ayer en presente.




Nadie para verlo

Extraída de Google


       Beatriz no estaba en la habitación, ni en la cocina; y no contestaba al teléfono móvil. Por eso Ponciano salió a la calle en pijama, con la desesperación pintada en la cara. Pero allí tampoco había nadie, sólo el viento que arrastraba las hojas amarillentas de los periódicos. Sintió la soledad atenazarle.
       Pero se sobrepuso. Se levantó y erró por aquel mundo inhóspito el resto de su vida. Y un día cualquiera, hastiado de humanidad y dolor, comprendió que un hombre solo es nada... y cerró los ojos para siempre. Las estrellas cayeron. Y no hubo nadie para verlo.     




Burros del mundo

Hay quienes ignoran ser manejados como marionetas y asisten pasivos y aquiescentes a la cruda realidad que urden los que pretenden ser los dueños, incluso, de las conciencias. Hay también quienes son conscientes y se rebelan. Pero no nos equivoquemos, como decía Paulo Freire: "Nadie libera a nadie, nadie se libera solo". Así que mientras más seamos los que reaccionemos, menos nos tomarán por burros; a pesar de que, según digo en el poema, sea injusto para este noble animal el sentido peyorativo que al nombre damos.
BURROS DEL MUNDO, mostraos a los que se doblegan ante el palo, que escuchen el indócil  rebuzno y admiren vuestra PERTINAZ DESOBEDIENCIA.

Me preguntó una mujer
Por qué al burro llaman burro.
En el fondo su pregunta
Quizás pretendiera ser
Por qué llaman burro al torpe.
Y es que este animal tan noble
Tal vez merezca tener
Mejor tratamiento, porque
El uso del nombre da
Que por el nombre de él
Se infiera ya que sea torpe
Aunque torpe no lo sea.
¿Subyace así en la cuestión
Las cualidades nombradas?,
¿Al burro lo llaman burro
Porque el burro torpe sea?
Gran asunto o baladí
Esto del nominalismo
Que desde ya tan antiguo
La polémica suscita.
¿Lo impropio de la metáfora
Refuerza así sus axiomas
O sus axiomas rechaza?
Mas si el burro razonase
Seguro que exclamaría
Al verse llamar así:

“¡Que a mí me tengan por torpe
Es injusto de raíz.
Porque no quiera la carga
Y me resista a seguir
Las órdenes de la vara
Listo deberían saberme
Pues listo soy para mí.
Así que es gran injusticia
Y además una falacia
Que a mí me tengan por torpe.
De burro más bien se infiere
Ser listo e inteligente
Pues no acepto los castigos
Que a todo quisque se infiere
Cuando dobla la cerviz
Ante el yugo del pudiente.
El nombre le cedo pues
Si por burro he de ser torpe
Que mucho más torpe es él”.

Con tinta china.

“Escribía con tinta china. Una vieja pluma de ganso, con su quilla afilada, le permitía garabatear su historia desde niño. Ahora anciano, temía que su vida acabara de golpe, sin aviso, y se cumpliera la maldición de la gitana a la que, de joven, no quiso dar dinero por leerle el futuro en la palma de
la mano. "Te ahogarás en tus lágrimas antes de escribir el final de tu vida", le amenazó, le dijo. El viejo escritor, enfermo de muerte, casi sin poder moverse, mojó por última vez la pluma en la tinta... antes de que la impotencia, la tristeza y el miedo, le golpearan el corazón y se tragara sus últimas palabras. Sin que nadie le viera llorar.”

Domingo


Es un momento vago.
Llevo puestas las gafas de ver el presente.
Hoy no haré piruetas por el pan de mis hijos.

Se han parado a la fuerza los vaivenes,
el ritmo está dormido.
No hay rotos a este lado de la calle.

He enterrado las costillas muy hondo en el sofá.
No oigo el aleteo del mandato.
Tengo la indiferencia conectada,
los mordiscos con la costra reincidente,                                 
y cerca de la nuez a un tal Joaquín,
sabineándome la tarde.