Mi piel es una mujer

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Recortada


            Mi piel es una mujer que ama.
            Busca tu cuerpo junto al suyo,
            siente las caricias como nutriente básico.
            Dentro de esa piel
            hay un esqueleto que le da forma al conjunto:
            mujer militante
            con sus acierto, errores, manias y coherencias.
            Más adentro un músculo bombea sangre:
            mujer poetisa
            enseñante y aprendiente.





Oportunidad fallida

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       La esposa del mayordomo de turnos se encontraba en la ciudad de México pasando una temporada con la hija que estudiaba en la UNAM. Él como de costumbre se había afeitado y duchado en los servicios de la fábrica, limpio del cuerpo y de ropa conducía el viejo automóvil rumbo a su casa, tomar un ligero desayuno y luego dormir unas seis horas. En una callejuela contempló una joven que cargaba un enorme bidón de vidrio para la compra de agua embotellada, aproximó su coche y conduciendo con lentitud al lado de ella le habló. 
       — ¿Y tu marido por qué no carga el garrafón en lugar tuyo? 
      — Mi marido está trabajando y no tenemos agua para beber y para cocinar. 
       Detuvo la marcha y quitándole la carga de sus delgados brazos, abrió la puerta del coche y dijo:
       — Súbete, vamos a tu casa, yo me encargo de llevarte el agua que requieras y de otras cositas. 
       La chica, sin complejos se acomodó en el asiento mientras Roberto colocaba el recipiente en la petaca. La condujo a casa y prometió estar de regreso en diez minutos. Cantando conducía su vehículo y mientras conducía el coche y su mente imaginaba tórridas escenas de amor. Llegó al comercio próximo y canjeo el vacío por uno lleno y adquirió uno adicional, la morena valía más que el pequeño desembolso. Saboreando las mieles de su conquista, llamó a la puerta en donde había dejado a la joven señora. Después de insistir por unos minutos la puerta se abrió y apareció en lugar de la chica un hombre que a Roberto le pareció Popeye por los enormes brazos. 
       — ¿Qué se le ofrece? 
       Casi mudo logró tartamudear: 
       — Me enviaron a traerles agua. 
      Abriendo un poco más la puerta dijo: 
      — Tráigala y colóquela en el balancín. 
      Muy obediente don Roberto cargó por primera vez en su vida un garrafón de veinte litros sobre su espalda, ingresó a hasta la cocina en donde contempló las caderas de la joven que no se dignó agradecer el servicio.



El sueño de Evaki

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Motivo recortado



       Ella vino a mí en la noche, con su pijama rosa, bajo la influencia de la luz azul que ilumina mis noches, desde nuestra habitación de casados: 
        ¿Dónde está el niño? 
        ¿Qué niño?  contesté. 
       Joselito. 
       Evaki, no tuvimos hijos. 
       Anda, es verdad, estaba soñando.

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       A la mañana siguiente soy yo quien va a nuestro cuarto de amor. Ella duerme. Le doy un beso en la mejilla y abre los ojos. Me devuelve el beso. 
        ¿Qué pasó anoche? 
        Hablé dormida, ¿verdad? 
        En una cama tan grande no me extraña que pierdas los sueños  digo.


Buenos Aires

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A Coque Wolfenson


Siempre se recuerda con cariño 
esa ciudad que te gusta.
Pero Buenos Aires no se añora, se ama.
Recorro sus calles en busca de poesía,
de tango para desgarrarme el alma,
y no tengo que hacer mucho esfuerzo:
la voz de Alfonsina se escucha
en el correr del río de la Plata,
la gente te habla con la mirada,
te sonríen a la vez inocentes y suicidas,
cantan tentaciones que te invitan a quedarte.


El aire te absorbe
bailando tangos y milongas
en las noches de marzo,
donde fluye voluptuoso el Paraná.
Paseas por Caminito desde la Boca,
entramado de callejuelas y jacarandas,
envidia de la luna que va rodando por Callao.
Es difícil bajar a la Recoleta
viniendo desde Corrientes uno de esos tantos días,
sin querer descansar bajo los magnolios,
sin querer morir de amor en ese mismo instante.




... del poemario "Las piernas de la libélula", 
Colección "Li-Poesía" Nº 4, 
Vision LIbros, 2007




Calle Sambara, 5



       Las sirenas alertaron a los vecinos de que algo ocurría en la calle. Algunos curiosos se asomaron a los balcones para confirmar sus sospechas de que, una vez más, se detenían frente al portal número cinco, la casa maldita como ya se conocía en toda la ciudad, por el alto número de desgracias, asesinatos y suicidios acaecidos en el inmueble. Nadie osaba acercarse a la propiedad, y la evitaban caminando por la acera de enfrente, sin siquiera dirigir una mirada hacia la finca y persignándose los más creyentes.
       Nemesia, la anciana portera, salió a recibir a los policías haciendo grandes aspavientos.
       — Se ha escuchado una gran disputa y luego dos disparos, precedido de los gritos de una mujer. Seguro que ha sido en el segundo derecha.
       Los agentes subieron las escaleras con Nemesia tras ellos, que no paraba de hablar.
       — Todo el mundo sabía, excepto el marido como suele ocurrir en estos casos, que Matilde, la vecina del segundo, estaba liada con Javier, el vecino del sexto centro, y que, tarde o temprano, ocurriría una desgracia. El otro día mismo lo estuve comentando con la hija de Doña Juana, que…
       — Señora, por favor, apártese y déjenos trabajar — dijo uno de los agentes, con tono airado.
       — Ya saben dónde buscarme — espetó Nemesia con un arranque de orgullo lastimado, mientras giraba para unirse a varios residentes, que se arremolinaban en el rellano.
       Ante la falta de respuesta a la llamada del timbre, los policías abrieron la puerta de una patada, sacaron sus armas reglamentarias y caminaron despacio por el pasillo hasta llegar al salón. Los signos de lucha eran evidentes: cortinas rasgadas, muebles tirados, cristales rotos… Los objetos susurraban su propio mensaje, en un tiempo que parecía detenido. La luz que penetraba por la cristalera delató la presencia de un hombre que, sentado en el sofá y con un revólver en las manos, miraba absorto los cuerpos ensangrentados de una pareja.
       — Tire el arma, por favor. No queremos hacerle daño — exhortaron al unísono.
       Una lágrima comenzó a rodar por su rostro, mientras dirigía el cañón hacia la sien. Su dedo no tembló al apretar el gatillo.


****** 


       Nemesia comenzó a recoger, planta por planta, las bolsas de basura, que los vecinos dejaban en los rellanos y las amontonó en el patio. Antes de llevarlas al contenedor, rebuscó entre los desperdicios hasta localizar una serie de cartas y documentos, que leyó con una chispa de malicia en la mirada. De regreso a la portería, su vivienda habitual, observó cómo las luces del edificio se fueron apagando, una a una. Nadie como ella conocía todas las miserias y debilidades de sus moradores. Un rumor por aquí, un comentario descuidado por allá, una carta que, curiosamente, reposaba en el fondo de un buzón equivocado… Tras cerrar con llave la puerta, se dirigió hacia el baño, enderezando su cuerpo encorvado. Abrió el grifo de la ducha y, antes de desnudarse, se quitó la peluca con la que cubría una seductora melena cobriza. Dejó que el agua se deslizara por su cuerpo, llevándose los restos de maquillaje que cubría su verdadera naturaleza: Némesis, la diosa de la venganza.



Charlas con mi cocodrilo


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       Lo terrible, lo espantoso no es que haya quebrado mi empresa, que esté sin trabajo, y que apenas si tengo dinero para cargar el móvil.
       Lo terrible, lo espantoso es que tengo un cocodrilo debajo de la cama.
       Los dos hemos comprendido que la situación es insostenible, no podemos seguir viviendo juntos en la misma habitación, así que hemos firmado un pacto.
       Si me rindo, si dejo de luchar por conseguir un empleo me devorará, pero si salgo a flote permitirá que le mate sin oponer resistencia.
       Cada noche cuando vuelvo de buscar trabajo infructuosamente, me pregunta:
       — ¿Conseguiste un empleo?
       — No, pero seguiré luchando, no te hagas ilusiones.
       — Puede que no lo creas, pero te he tomado cariño, lo que ocurre es que tengo que comer. Recuerda lo que dijo D. José Ortega y Gasset : Yo soy yo y mi circunstancia. Y esta no es mi circunstancia, estoy incomprensiblemente lejos de mi habitáculo lógico, aquí no puedo cazar.
       La situación económica continuó empeorando, y tras meses de inútil búsqueda me dí por vencido.
       Y ya no os puedo contar más, debió de devorarme el cocodrilo.




... de Mis personajes se pasean por La Red
Tomo II, Colección de Poesía Claves Líricas, 2012

"El libro de las historias fingidas" de Pedro Pablo de Andrés

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     Estimados compañeros y seguidores de este blog, deseaba hablaros de una nueva obra que acabo de terminar, “El libro de las historias fingidas” de nuestro camarada escritor Pedro Pablo de Andrés, publicada por Ediciones Atlantis para su colección Netwriters.
     Su presentación fue hace unos meses pero es tanto el material que tengo pendiente de leer, bien sea por compromiso o por apetencia, que no he podido dedicarle un instante hasta hace poco.
     ¿Y qué decir de él, del texto?, pues que es estupendo. En líneas generales se trata de una novela cuya trama sirve de hilo conductor a una sucesión de relatos cortos, a cual más bueno, original y bien compuesto, culminando para mi gusto en el último de todos ellos, “Pintar la niebla”.
     No piense nadie que, como quizás pase en otras obras de este estilo, cuyo argumento constituye únicamente y a duras penas la hebra que engarza una colección de cuentos dispares, ocurre aquí lo mismo, en absoluto. El asunto de esta no es baladí sino muy consistente y original, recordándonos en algo el de “Las mil y una noches”.
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     Los personajes y la relación que se establece entre ellos es muy sólida, y aquellos están además muy bien definidos. El misterio, el suspense, el amor, el erotismo y la lucha épica y titánica contra un ser superior que trata de marcar el destino del protagonista y su amada, se combinan sabiamente y se funden entre ellos para ofrecernos una historia rica en matices que acaba por conmovernos.
     La técnica literaria utilizada de notable no baja, y es que se nota la consolidada maestría del autor. Pues mi enhorabuena a Pedro Pablo, y la recomendación a los demás de que tengáis muy en cuenta el citado título y no dejéis de leerlo si cae en vuestras manos, pasaréis un rato pero que muy agradable.

Saludos.

Sangre herética

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       Mi objetivo brillaba para mí como un faro fosforescente en la oscuridad, entre las luces de la gran ciudad. Tres saltos más y estaría en la azotea del rascacielos de enfrente. Tenía una vista precisa de los ventanales tras los cuales se movía, creyéndose a salvo entre las sombras de su apartamento de alto standing. Mi amo me había prevenido: «Guárdate del astuto hechicero. Eres inmune a la magia, pero no lo subestimes ».
       Me relamí los colmillos contemplando el resplandor de las velas en la estancia contigua. ¿Un pentáculo? Bah. ¿A qué esperar? Tensé los músculos para el salto definitivo y atravesé el ventanal con estrépito de esquirlas de vidrio. Su encantamiento de protección evitó que resultara herido, pero lo desactivó en cuanto posé mis cuartos traseros sobre su moqueta de lana.
       — Te esperaba, demonio — dijo con una superioridad que estaba lejos de sentir.
       — Lo sé. — Rugí en la lengua humana. El temblor de sus pupilas delataba su pavor.
       — Quiero hacer un pacto contigo, Asmodeo.
       — ¿Qué puedes ofrecerme a cambio de tu existencia? Llevas tres siglos ocultando tu identidad entre los mortales, pero has enfadado a la gente equivocada.
       — Te propongo un cambio de dieta…
       — Soy un demonio cazador — interrumpí —. Tu carne me proporcionará placer suficiente.
       — ¿Y si te digo que tus limitaciones impiden el gozo de placeres que no imaginas? Sé que puedes adoptar forma humana. Hazlo y sígueme.
       — No caeré en un truco tan burdo.
       — ¿Qué tienes que perder? No soy contrincante para ti…
       Su zalamería no me engañaba, a la menor señal de trampa lo destrozaría de un zarpazo.
       — No intentes nada. Puedo devorarte durante una agonía de horas. No te lo recomiendo. 
       La advertencia no cayó en saco roto. Hizo un gesto con las manos abiertas pidiendo una tregua. Me picaba la curiosidad y le seguí hasta la estancia en la que él encendió las velas mientras yo lo vigilaba. No se trataba de nigromancia, al fin y al cabo. Era un banquete.
       — Debe tratarse de una broma. Te he dicho que soy un carnicero.
       — Abre tus sentidos, en especial el del olfato. En esa forma humana eres sensible a los aromas más selectos.
       No confiaba en él, mas tenía tiempo de sobra antes de regresar al Portal Infernal. Podía seguir su juego un rato, antes de… Fue como un choque, una lujuria de fragancias que invadieron mis fosas nasales. Venteé con las aletas de la nariz extendidas y me acerqué a la mesa. Él se alejaba con cada movimiento que yo hacía para rodear la mesa, llenando mi visión de colores y formas comestibles en las que jamás hubiera reparado. Había captado mi atención, aunque no lo perdía de vista con el rabillo del ojo. Estaba concentrado en la sinfonía de olores y perfumes prometedores. ¿Y si tenía razón? Cogí un fruto encarnado que rellenaba mi palma como si formara parte de ella. Acaricié la pelusilla de su piel y volví a olerla. Era la quintaesencia de los efluvios. Me atrapaba y me seducía. Temía el momento en que tendría que retornar a la pestilencia del tercer infierno donde residía entre invocaciones. ¿Cómo había podido vivir alejado de perfumes tan sublimes? En medio del éxtasis que me embargaba, percibí el sudor en la frente despejada del hechicero durante la tensa espera.
       Me lancé a un frenesí de glotonería. Los sabores, hasta ahora desconocidos, multiplicaban las sensaciones olfativas. Por Lucifer. Empezaba a pensar que lo del Averno era realmente una condena. No había cosas así allá abajo. Mi presa sabía lo que se hacía. Cuando mis sentidos amenazaban con saturarse, se abrió una puerta al fondo. Me puse en guardia de inmediato, dispuesto a pagar con sangre ajena cualquier emboscada. Sin embargo, nuevas sorpresas me aguardaban. Dos mujeres completamente desnudas entraban en la estancia ejecutando con sensualidad los pasos de una melodía que se insinuaba a través de altavoces ocultos. Me quedé en cuclillas sobre la mesa, desde donde podía saltar a la menor señal de traición. Ambas bellezas continuaban su danza sin que mi actitud recelosa las sorprendiera lo más mínimo. Se acercaron por turnos, sin dejar de contonearse al ritmo de esa música que llenaba mis oídos de sensaciones novedosas, desplegando ante mis ojos cada pliegue, cada curva de sus cuerpos flexibles. Tampoco dieron muestras de inquietud cuando, más relajado, me incliné sobre el vientre de la más alta, que en ese momento se estiraba como un felino sobre el tablero de la mesa y abrí mi olfato a un nuevo universo sensorial. Lo que me brotaba del bajo vientre no era ya el furor vengativo o el ansia del cazador nato. Era un calor desconocido, que vigorizaba mi espíritu en cada pulgada de piel. Cada bocanada aceleraba mi respiración conforme mi nariz, ese apéndice diminuto y ridículo capaz de hazañas imposibles para mi hocico diabólico, se deslizaba sin reparos por cada rincón de la joven que pareciera digno de ser explorado. Su compañera de actuación pareció prestarse de buen grado al juego y tuve así la ocasión de poder gozar del solaz de las comparaciones.
       — ¿Y bien…? — Me interrumpió con osadía el mago. Se estaba confiando.
       Con un rugido sincero, detuve el arrebato a regañadientes. Debería haberlo matado por su atrevimiento. Había cumplido lo que ofrecía y, sin embargo… En menos de lo que tarda un pensamiento, tenía mi cara pegada a la suya. Leía el terror en su mirada, incapaz de suplicar por su vida. Había recuperado mi ser demoniaco y le amenacé con una sonrisa llena de colmillos.
        Los dedos de una mano, insípidos y sin aroma, eran un justo precio. A mí me lo parecía y, al fin y al cabo, era yo quien tomaba las decisiones. Una mutilación tan insignificante no lo mataría y si me iba a quedar en ese plano de existencia renegando de mis orígenes, sería mejor que contara con alguien que me iniciase en la gastronomía y demás placeres de la vida humana.



El barco


"El viajero",
pintura de
Maria Goretti Guisande
dedicada a su gran amigo
 el doctor Vernacci
Anoche, un barco atracó en mi cama. Era un barco vacío, sin pilotos, sin oficiales, sin capitán. Llegó con una gran luz y zarpó sin avisar. Pronto, me vi en la cubierta, sobrevolado por extrañas gaviotas y dragones de papel. El color del mar recordaba a los ojos de un pez muerto, y de su superficie emergían grandes lomos pardos cubiertos de orificios que expulsaban humo y fuego. A lo lejos podían verse las montañas de una isla, eran de acero. Desde el cielo, dos astros pálidos alumbraban mis manos en la barandilla. Al poco se cubrieron de nubes y el oleaje saltó con fuerza bajo la quilla. Un aire frío amenazaba con tormenta. Me aferré con fuerza. Quería regresar a tierra firme, quería lo imposible. Entonces, de repente, una voz me habló en un idioma extraño. No puedo explicarlo pero adiviné cuanto me decía: «¡Salta!». Eché una mirada al mar tempestuoso, y a las extrañas formas que lo poblaban. «¡Salta!», repitió. Y salté. Abajo, en las profundidades, entre los leviatanes, hallé de nuevo mi cama.

La calandria y el pincel

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Era una rubia que llamaba la atención, por su manera de caminar, por la coquetería que derramaba en sus actos, se decía que esparcía sexo por donde transitaba. Disfrutaba de estar en boca de todas las damas decentes de la ciudad, y que todos los hombres sintieran deseos cuando la miraban. Cada mañana salía de casa como quien va al mercado a disfrutar anticipadamente del platillo de cada día, algunas compraban frutas y legumbres, ella, escogía al hombre que ya no podría olvidarla.
Pasaban los meses y parecía que aquella mujer conocería a todos los especímenes masculinos de aquella pequeña ciudad, hasta que llegó un artista, una persona que podría decirse que no se diferenciaba en nada a cualquier habitante de…, la verdad era distinto, ella pensó de inmediato en seducirlo con sus encantos; pero él parecía que veía algo diferente en ella, y ello la provocaba con intensidad, ¿cómo era posible que aquel hombre no cayera de rodillas frente a ella? El forastero era su obsesión, cambió su manera provocativa de vestirse, sus andares y sus gestos, despreciaba al resto de los varones, solo tenía ojos para el nuevo, que con esa palabra era conocido. Se olvidó del sexo y parecía que había encontrado el remedio de todos sus males. El artista veía en ella algo diferente, la observaba como una joya de la creación, en sus movimientos imaginaba una gacela, la elegancia del cisne, el suave vaivén de las palmeras acariciados por el viento, la contemplaba como una nube en un amanecer, con ligeros movimientos, tal como un ballet de la creación. Su ropa no le parecía provocativa, consideraba lo indispensable como apropiado y nada más; no era lícito mantener ocultas, obras como las de Fídias. En las expresiones de su boca, imaginaba los pétalos de las flores provocando a las mariposas, en sus ojos, contemplaba anonadado la mar, en calma o en tormenta, en toda ella, encontraba el lenguaje de la naturaleza, las palabras no eran necesarias. El pueblo habló, como siempre, dijo y opinó lo que las envidias dictaban, los celos reprimían y los deseos trataban de ocultar, eso ocasionó que los acontecimientos se precipitaran, y en la serenata del domingo, la acompañó en su caminar por el parque, se les veía reír, ella discretamente, él, con la soltura que brinda la naturalidad, mientras la gente observaba y en voz baja murmuraban. Al discurrir de los días, siempre uno al lado del otro, él, la pintó en su mejor lienzo: junto a la fuente del jardín del atrio, vestía la ropa del pueblo, plena de flores y pájaros, en sus breves pies, sandalias del campo y en sus trenzas, cordeles multicolores, que contagiaban a sus mejillas y labios. Y un domingo en la misa de doce fueron al altar y recibieron la bendición sagrada. Ella se vistió y calzó como las indias de la sierra, llena de colores, y él, con ropa blanca de manta y un pañuelo rojo anudado al cuello, el pueblo quedó mudo, afuera los esperaba un coche antiguo, no hubo música ni comida para el pueblo como era la costumbre.

Mascota

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       No le gustaba que lo sacara del serrín para acariciarlo; lo aceptaba como justo intercambio por el refugio, comida y seguridad.
       Era un buen Proveedor y tenía costumbres divertidas que le gustaba imitar, como cuando se rascaba. Eran tan parecidos… imagen y semejanza. De ahí pasó a rascar el fondo de la jaula y si el Proveedor se tumbaba en su sofá, él hacía lo mismo. Otras cosas, otros ruidos y olores le resultaban familiares, pero no lograba verlos desde sus rejas. También le gustaba cuando se sentaba a rascar lo blanco con el cilindro, hermosas líneas que luego le mostraba, aunque no lograba entenderlas. Después, el Proveedor pasaba sus ojos por encima y murmuraba, como si rezara a su propio Proveedor.
       Volvió a imitarlo. Carecía de objetos, pero podía usar sus patas para rascar su lecho. Terminado su trabajo, se echó a esperar en la puerta. El Proveedor, como siempre, se acercó a rellenar su cuenco y acariciar su cabeza. De pronto, parpadeó. Cerró los ojos, respiró deprisa y volvió a abrirlos. Abrió mucho la boca y salió corriendo. Nunca más lo vio.
       Ahora espera en silencio, la jaula sucia, el comedero vacío. No entiende por qué no le gustó cuando dibujó aquellos signos: GRACIAS.

Letargo

Fotografía de Luis Beltrán




Abrázame la estructura del labio
escalonado de preguntas
rozando el aullido de tu plegaria,
encontrando los motivos
para burlar las ganas
de encadenarme a tu beso,
empapando el aliento
retorcido y capaz
de apagar de un soplo
lo negado,
a la altura misma
de tu gesto envejecido.


Último tren con destino a Eros

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Desde el primer momento
supo que estaba grave.

Cuando intuyó que le quedaban
apenas unas horas
llamó al Ambrosio,
hijo de la Benita
y cartero del pueblo.
El que según las lenguas viperinas
se dedica también a consolar
señoras solitarias.


— No digas nada escúchame.
Sé que voy a morir. ¡Hazme el amor!
Asombroso, ¿verdad?
que yo la mojigata
y beatuca te lo pida.

No sé lo que es un beso.
¡Qué paradoja!
Triunfan en todos los concursos
mis libros de poemas
hablando de un amor que no conozco.

Trátame con ternura,
no te apoyes en mí
apenas si ya puedo respirar,
y acompasa tus ímpetus
a mi ritmo cardíaco.
Hazme llegar al éxtasis
cuando exhale el último estertor.



... de Mis personajes se pasean por La Red
Tomo II, Colección de Poesía Claves Líricas, 2012





El ventilador

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          Hoy va a ser tu cumpleaños,
          cuando despiertes.

                                             Estoy
          aquí, esperando la llegada del día.
          No puedo dormir. Podría excusarme:
          " ¡Que hace mucho calor! ",
          que es verdad; " ¡que dejé
          el ordenador encendido
          con lo de la actualización! "...
          Mil pretextos. Mas no,
          el deber es una losa.

  
                                              Me duele
          la espalda del alma de tanto
          peso. Lo mismo
          por fuera que por dentro.
          Una cosa es lo que deseas,
          otra lo que puede ser, lo que es
          en realidad.
          No dejamos nunca de ser
          niños con caprichos absurdos.
          Así nos va.
          He aquí el dolor.


          El ventilador sigue funcionando,
          como si nada.







Vida, palabra, sueño

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       Escribo estas palabras en el hospital: 
       La vida es una novela de intriga que queremos escribir en primera persona. La planeamos con los elementos que tenemos a mano. Algunos días todo se ajusta a lo previsto, otros todo se tuerce. Ahí nos damos cuenta que es mejor no involucrarse en los acontecimientos tanto. Es mejor dejarse llevar. Así evitamos dejarnos el alma diseminada en los rincones del tiempo.
       Por la noche sueño. Estamos en el agua. Yo a este lado de la vaya de madera, y ella al otro. A lo lejos saltan los delfines. 
       El frío elemento me da miedo.

La conejita Sánchez

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       Le decían La Conejita a pesar de trabajar como responsable de uno de los hornos en donde se producía el acero. Vestía siempre limpio. El apodo se lo había ganado por que recién incorporado al departamento, su comida siempre era de vegetales, principalmente zanahorias crudas que limpiaba con su pequeña navaja y mordisqueaba como conejo. En él se respiraba confianza, era ministro de una religión que dos hermanos nacido en los Estados Unidos habían introducido en la región.
       La Conejita no bebía nada que tuviera alcohol, no decía malas palabras y su comportamiento era intachable. En los momentos de ocio, El Marihuano lo buscaba para charlar con él, aunque muy diferentes, se les veía dialogar. Aquella noche laboraban en el turno, que concluiría a las siete de la mañana. El horno de la Conejita estaba en reparación y él pasaría el turno en limpieza del área igualmente que El Marihuano, por lo que toda la jornada estuvieron conversando. 
       — Compañero Sánchez — concluyó el operador de la grúa—: ¿será mucho pecado acostarse con una comadre de pila? 
       — Mire camarada, es pecado hacerlo fuera del matrimonio.
       Y continuaba dándole consejos para apartarlo del mal camino. 
       A las seis y media de la mañana llegó el relevo del Marihuano, al despedirse de Sánchez con humildad le pidió: 
       — Rece por favor por mi, mi compadre acaba de llegar a trabajar y la comadre me espera en su cama.

Plato de agosto



       

                                   Nos lo zampamos el viernes,
                                   con una copa de vino
                                   curado en roble. ¡Qué rico!
                                 



... y hoy me acuerdo de él


       El mareo del Chico. 
       Su vomitona en el asiento trasero. 
       Paramos cerca de Navalmoral de la Mata: los mosquitos, sus ojos vidriosos, su corazoncito latiendo fuerte.
       Tuve su carne pentamesina en mis brazos, su cabecita muy cerca de mi corazón, palabras cariñosas del padre que nunca fui. 
       Cerré el coche - en una mano a la criatura y en la otra la maleta – y abrí la casa. 
       Dejé al animalito en el pasillo, cerré la puerta.
       Cuando volví con el resto del equipaje, él estaba tumbado en el pasillo, sobre sus orines, lloraba el llanto más triste que he oído nunca.

Baño rojo

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       Teknos abre la pantalla principal para esta ocasión, veintidós metros cuadrados situados en la zona en la que en su tiempo estuvo el escenario de la Casa de la Cultura, frente por frente con la puerta de entrada a la sala de esparcimiento convertida ahora en centro neurálgico de la defensa de La Casa. Todas las otras reproducciones cesan, se funden al negro.
       El punto de vista desde el que se transmiten las señales es un dron situado a cuatro kilómetros de altura. Se ve con claridad diáfana que la punta de flecha del ataque enemigo está compuesto por una compañía de ciento un soldados de infantería en formación que reproducen un triángulo equilátero perfecto. Llevan los viejos fusiles de asalto HK G36, los viejos chalecos antibalas, los inservibles cascos de principios del siglo veintiuno. Detrás de esta primera formación, que ocupa un frente de ciento un metros exactos, con un intervalo de ciento un metros entre el último y el primer elemento de cada formación, como si de un desfile se tratara, van otras tres compañías, también con el mismo número de elementos, también en equilátero, una detrás de la primera, y otras dos a los costados. Y que tras estas tres hay cinco más, tres tras la fila de tres, y dos más a los costados. La progresión es siempre la misma. Uno, tres, cinco, siete, nueve, once, trece. Y ahí se detiene el frente: mil trescientos trece metros. Cuarenta y nueve compañías de ciento un elementos. La profundidad de la punta de flecha sobre el terreno es exactamente setecientos siete metros.
       Detrás, formando el cuerpo de lanza, va una formación compuesta por trece cuadrados, compuesto cada uno por cuatro triángulos equiláteros que parecen arropar, o sostener, o llevar en andas, lo que claramente es una pirámide, lo que bien pudiera ser, piensa Elías Quimey, una arma o un tipo de defensa incomprensible para su ojos cibernéticos. Los cuadrados van en un frente de tres, en cuatro filas, quedando el decimotercero como un final de formación que mira a retaguardia, o como un apéndice de finalidad no definida. Las cuarenta y nueve compañías que forman la punta y las cincuenta y dos que forman el cuerpo de la lanza vuelven a resultar ciento uno.
Extraída de Google
       — ¿Bonito e infantil dibujo táctico, no, Teknos?
       — Sí, parece una irresponsabilidad, como si quienes dirigen esa operación no hubieran pasado de la instrucción cerrada. Pero su poder de regeneración es inconcebible, superior en mucho a nuestros sistemas de reposición mecánica. Caen, riegan la tierra con su sangre, con sus gritos; pero tal cual caen, así renacen.
       — ¿Y siempre mantienen la misma configuración de ataque?
       — Sí, Señor.
       — ¿Quieres darte un baño rojo?
       Los ojos de Teknos brillan de placer.
       — ¡Sí, Señor!
       — Pues vamos allá — dice Elías Quimey.
       — Modo acelerado pues — afirma Teknos.
       Elías Quimey mantiene su apariencia de patricio imberbe al que ha añadido una espada de gladiador con empuñadura de marfil. Teknos utiliza sus tres manos simultáneamente. En una, la pistola de neutrinos. El rifle tormenta, en la segunda. Y la espada láser en la de puño de acero. Su forma de Alcaudón pasa sin ser vista ante los ojos de los soldados que arden, explotan, se parten dos, gritos, dolor, sangre, mucha sangre por doquier.
       Las dos Inteligencias Artificiales se mueven por el campo de batalla más allá de los doscientos kilómetros por hora. Elías Quimey abre el vientre de un soldado, le saca las tripas, prueba la sangre, sonríe, le mira como quien observa una estatua, y para cuando ha cortado la cabeza de los cinco soldados que están a su lado, el soldado con las tripas fuera se da cuenta de que está muerto, de que algo lo ha matado, algo que ni ha visto llegar, ni ha visto irse. Los ojos de ese soldado, en un esfuerzo último y muy humano, dejan caer una lágrima y un grito mitad dolor, mitad angustia, mitad desconcierto. 
       La primera compañía ha caído completamente ne menos de dos minutos. Las manos de las Inteligencias Artificiales están teñidas del rojo de la vida. Los segundos pasan lentamente. Ochenta, noventa, cien, ciento uno. Los cuerpos que habían muerto se levantan, arden, como si la vida fuera fuego derritiéndose sobre la tierra.

Extraída de Google

       Elías Quimey y Teknos están viendo de cerca este fenómeno inexplicable, ese despertar de la carne humana. La luna, en lo alto, empieza su eclipse. 
       El soldado de la lágrima y el grito es ahora una muchacha que no está a gusto con su blusa, tan dura y áspera como un corsé y tan apretada bajo los pechos, y hasta la cintura. Una muchachita que no siente favorecida su figura con tal vestimenta, tan sin adorno alguno, ni un volantito, ni un detalle de pedrería, tan a lo simple y sin florituras que casi se siente preparada para acaudillar ese grupo de lechuguinos que se llaman soldados y que salen ahora al campo de batalla, a enfrentarse a ese patricio sin armadura; y a esa mole de pinchos que está a su lado si se tercia.
       Ahora, cuando el eclipse de luna total ha empezado, cuando la sangre hierve más allá del entendimiento humano y tecnológico, Elías Quimey y Teknos se dan cuenta de que sus pies están pisando la arena de una plaza de toros. Se miran sorprendidos, sin comprender. 
       En este instante irrepetible de la historia de la humanidad la niña Elvira ve a Elías Quimey, arma su fusil y dispara. Y todo esto ocurre antes de que la Inteligencia Artificial pueda hacer nada. 
       La bala secciona el dedo índice de la mano derecha de cuerpo mecánico.



Dos palabras antiguas

Croquis de los elementos defensivos
Círculo exterior = La esfera de plasma
Círculo negro interior = los 4 fosos
El octoedro =  Muros de contención/Puertas/Torres hexagonales.


       — Pues yo no lo veo — replica Teknos.
       — No tienes por qué ver más allá de lo que necesitas ver. Tú céntrate en la defensa de La Casa. Si es lo que pienso, pronto tendremos un problema relacionado con el abastecimiento de energía solar. Con eso tienes bastante para tus cometidos. Recarga todos los recipientes que sean posibles, de superficie y de profundidad, detén la distribución de esa fuente de energía más allá de los niveles aconsejables, digamos que del nivel cuatro, y abre el suministro de los grandes gaseosos al máximo, que los zepelines hagan turnos dobles hasta nueva orden — contesta Elías Quimey.
       — Entendido, Señor. Sí, Señor. — contesta Teknos. Sus ojos se han vuelto ciegos, todo su ser está ahora bajo la mampara de una inteligencia que él sabe ciertamente superior. Nada más necesita. La certeza de que ninguna información más pude adquirir de su dueño le basta.
       — Muéstrame una panorámica de los estanques, de las pasarelas, de todas las puertas, de todas y cada uno de los Muros de Contención, de todos los elementos defensivos.
       Todas las pantallas se centran en el informe que solicita Elías Quimey. Las imágenes, para un observador humano, están más allá del límite de velocidad que el ojo orgánico es capaz de asimilar. Para las dos Inteligencias Artificiales es únicamente un detenido paseo por el escenario. 
       Ven efectivamente que los estanques — cuatro fosos ahora al descubierto de veinte metros de profundidad y cuarenta metros de ancho cada uno, separados entre sí por muros de carbino de un espesor de diez metros, enterrados en la tierra, que sellan todo el perímetro bajo la esfera de plasma desde su mismo arranque — están llenos de bombas termobáricas. Las ocho pasarelas — esos doscientos metros de carretera pavimentada con grafeno que en situaciones normales llevan a los campos de cultivo — se han plegado diez veces sobre sí mismas y se han fundido literalmente con las puertas del pueblo de las que salen en un abrazo a lo fibra de carbono que a Elías Quimey le parece infranqueable. Los Muros de Contención — todos ellos facturados con materiales de reputada resistencia y que unen los ocho accesos a la fortaleza — se alargan hasta los cuatrocientos metros cada uno, suben hasta los sesenta, y alcanzan en anchura la misma distancia que las pasarelas extendidas. Cada cien metros hay una almena con un cañón sónico que atienden humanos nano tecnológicamente potenciados. Vehículos de transporte, de personal, y de material bélico circulan por doquier, cada cual en su afán, en su cometido. Las torres, ocho en total, una sobre cada puerta, hexaedros regulares de doscientos metros de lado, apuntalan el techo de la cúpula — poco más arriba — con una almohada de gravedad electromagnética cuatro veces superior a la de Júpiter. De torre a torre, desde los sesenta metros de los Muros de Contención hasta los doscientos de las torres, hay forjada una red de nano cables de alta tensión trenzados a dos milímetros de separación entre sí que son invisible al ojo humano. 
       Y dentro de toda esta majestuosa fortaleza, el pueblo, La Casa, que dicen algunos, el viejo Burujón, que recuerdan otros: lo que hay que defender a toda costa. La plaza del ayuntamiento, que antaño fuera el centro urbanístico de la villa, se ve ahora muy disminuida, casi borrada del mapa ante la tan vasta extensión de estos elementos arquitectónicos de defensa. La misma Casa de Cultura desde la que se dirigen todas las operaciones militares parece un punto insignificante en la totalidad. Y en aquella diminuta torre de tejados rojos que da a la calle Nohalos, Lilu, el yo orgánico de Elías Quimey, él mismo, su frágil cuerpo de carne y hueso nano tecnológicamente protegido, quien dicta las órdenes, quien sabe más allá de los cálculos.
       Elías Quimey se siente tranquilo cuando verifica todo el potencial armamentístico que atesora y que pone en práctica Teknos, su mejor general. Usar toda esta tropa de choque capaz de detener cualquier cosa sólo para la defensa de un punto insignificante, aunque de notable relevancia en el planeta, parece un derroche. Pero no es tal. Elías Quimey sabe que no. Él sabe que Lilu está unido a este rincón del mundo por algo más que sustancia cuantificable, hay algo en su yo biológico que va más allá de todo conocimiento y que le ata al lugar. Son dos palabras antiguas que él, como ente tecnológico, no llega a entender del todo: empatía y nostalgia.
       — ¿Y qué hay fuera, al otro lado de la cúpula? 
       — Allí sigue el bombardeo, la lucha — contesta Teknos.
       — ¿Y nada más?
       — Nada más, Señor.
       — Muéstrame una panorámica de lo que ocurre en veinte kilómetros a la redonda.
       — Entendido, Señor. Sí, Señor. – contesta el general.





EnR. Revista verano 2015

Soledad Serrano Fabre

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La verdad y el castigo

Extraída de Google
       Lo han castigado por no saber contestar a su maestra, lo envían al juicio del señor Director, se sienta en la espera de escuchar su nombre, dos enormes ojos se han convertido en espejos uno frente al otro inclinados para ver desde sus zapatos, levanta la vista y ve su cuerpo multiplicado, uno, dos…, diez y figuras y más figuras del cuerpo, gira la cabeza y el segundo espejo lo reproduce con rapidez cien, doscientas veces y más, como un eco repiten la misma cara, idénticas figuras que no temen al Director ni a los espejos. La señorita secretaria lo hace ingresar a la oficina del señor Director.


       — ¿Qué hiciste ahora?
       — Lo que la señorita Micaela diga.
       — Y que es lo que la señorita dice.
       — No tengo la menor idea, tal vez usted sepa.
       — Debes confesar, es tu responsabilidad, todos callan, ignoran el porqué los castigamos, se dicen inocentes. Soy el responsable de castigar las faltas y debes de decirme: ¿Qué hiciste, te ha enviado conmigo por tu mal comportamiento, confiésalo.


       Pocos meses habían transcurrido de su primera confesión en la parroquia de San Miguelito, las palabras del señor cura aún frescas repetían en su memoria:
       — ¿Cuándo fue tu última confesión?
       — Es la primera vez señor cura.
       — ¿Vas hacer la primera comunión?
       — Depende de usted.
       — Dependes de tus pecados no de mi, soy quien pone los castigos, de acuerdo a tus culpas.
       — ¿Es usted como el señor cura de San Miguelito?


       — Yo no soy cura y deja de decir tonteras, ¿dime qué hiciste?
       — Es la primera vez que vengo a la dirección, no se como y que debo confesar.
       — Culpable de qué, solo eso dilo ya.
       — Soy culpable de tener miedos, de tenerle miedo a usted, a la señorita Micaela también.
       — Pero que fue lo que hiciste para que te enviaran a la dirección.
       — A mi abuelo lo meten a la cárcel casi todos los días dice mi abuela, por decirle al gobierno la verdad. ¿Usted desea castigarme por decirle la verdad?
       — No te castigaré por decirme la verdad, te castigaré por que eres un cínico.
       — Un cínico dice la verdad y lo castigan, por cínico y tiene la culpa el cínico de serlo.
       — Regresa a tu salón y dile a la señorita Micaela que te he castigado, aunque sea una pequeña mentira.


       — Que te dijo el señor Director.
       — Me quería castigar por decir la verdad y me perdonó por decir una mentira.
       — Siéntate no estoy para tonteras.
       Así transcurrió aquel día en la escuela, no aprendió nada, solo a contar mentiras.



EnR. Revista verano 2015

Rebeca Barrón

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Alcánzame

Fotografía de Babak Haghi



Fría mañana de bordes escarchando alas en mi nido
                                                                      [de cuervos,
alcánzame con tu flecha el vuelo
y abrázame abrazando deseos en clausura del labio
                                                                       [que regresa,
entregado al abandono de tu sílaba imagen.


De tu canto en mi viento.
De tu tiempo en mi hueso.
De tu espacio en mi pozo.




Comprendo

Extraída de Google
El Alcaudón
       Teknos es una Inteligencia Artificial de base orgánica que interactúa con su entorno de forma multiforme. Cuando se le imponen instrucciones tan estrictas como las que acaba de recibir — la defensa de Burujón, el pueblo bajo la esfera de plasma conocido vulgarmente como La Casa —, siempre se muestra con elementos bélicos visibles sobre ella: una pistola de neutrinos en la funda de la pierna derecha, un rifle tormenta con amplificador sónico a la espalda, y una espada láser tipo Wan Kenobi en la cintura. La forma física es la de un humanoide de dos metros y medio de altura embutido en una coraza, metal bruñido, color plata, todo él erizado de largos puñales afilados capaces de cortar, perforar, taladrar, desvencijar todo aquello que caiga en sus fauces. Parece una réplica del Alcaudón de Dan Simmons.
       Se sitúa en el centro exacto del rectángulo que es el Salón de Actos de la Casa de la Cultura, sobre la peana de un par de metros de diámetro y apenas veinte centímetros de altura que le sirve de lugar señalado para el mando. El suelo del centro neurálgico de la defensa de La Casa levanta a su alrededor un frío brillo metálico en el aire. El techo es como un cielo al medio día. Desciende de él una luz blanca que no deja sombras. Las paredes son pantallas de distintos tamaños separadas entre sí por una línea de vacío apenas perceptible, pantallas que emiten en directo los acontecimientos que ocurren bajo la cúpula, sobre la cúpula; pantallas que aportan también informes del amanecer en Marte y del agitado despertar de sus serpientes carnívoras. Pantallas que traducen los pensamientos de los zepelines orgánicos de cien tentáculos, tan grandes como la vieja ciudad de Nueva York, y sin embargo tan pequeños en un mar de gas tal que Saturno, o Urano, o Neptuno, colocados allí por la mano exacta y calculadora de las máquinas sin sentimientos de la Era I-aplesfera-tres, y que ahora dan luz y energía a más de media Tierra. Pantallas conectadas a un mar digital que hierve de actividad.
Extraída de Google
       Al lado mismo de Teknos, vestido con una toga blanca y unas sandalias, muñequeras de cuero negro, y añillo de senador en el anular de la mano derecha, el holograma del yo digital de Lilu: Elías Quimey, flotando a un metro del suelo. Parece un joven patricio que esté pidiendo cuentas, la mano derecha sobre el ceñidor que dibuja hojas de laurel en la cintura, la izquierda cayendo con naturalidad desde el hombro. Va recién afeitado, con el pelo en jóvenes rizos dorados que cubren por entero la cabeza y que se detienen a un palmo de la zona cervical. Los ojos son azules, de un azul intenso y un brillo que muchos calificarían de mortal como poco.
       — ¿Qué novedades hay dentro de la esfera?
       — Las esfera de plasma aguanta bastante bien. Los doce kilómetros de seguridad en torno a La Casa se mantienen.
       — ¿Ninguna intrusión?
       — No, nada aparte de la encontrada por Dogo en forma de una antigua memoria flash.
       — ¿Estás seguro?
       — Los últimos rastreos indican eso. La agresión, la destrucción se ubica fuera, en los campos de cultivo.
       — ¿Y qué hacen en concreto?
       — Arrancan, desmenuzan todo lo que encuentran, dejan sólo la tierra revuelta a sus espaldas.
       — ¿Qué has hecho para detenerlos?
       — He mandado un batallón de infantería, humanos nano tecnológicamente potenciados, con armamento más que suficiente para detener lo que parece un ejército convencional de los tiempos de los Clinton-Bush-Obama.
       — ¿Con qué resultados?
       — Los resultados no son buenos. Las armas que utilizamos contra ellos no sirven. Los tumban, los incendian, los carbonizan. Pero, contra toda lógica, tras ciento un segundos, se levantan como si nada les hubiera pasado, tan frescos como si acabaran de salir de un baño refrescante.
       — ¿Son muchos?
       — Ciento un elementos.
       — ¿Cuántos?
       — Sí, ciento un elementos bélicos, instrumentos bélicos; no creo que sea acertado llamarles soldados. Yo también lo veo. Esos números impares, carente de lógica alguna, parecen ser el elemento esencial constitutivo de quien nos invade.
       — ¿Nada de una plaza de toros?
Extraída de Google
       — ¡Una plaza de toros! ¿ Qué es eso?
       — Busca en tus archivos y no preguntes — dice Elías Quimey con una voz cargada de dureza — ¿Nada de un caballo verde?
       — No, nada.
       — ¿Y cuando estos instrumentos bélicos son alcanzados por nuestras armas, les hierve la sangre?
       — No al principio. Al principio como ya he dicho son perforados, sangran, gritan, se revuelven de dolor. Ya sabe, ese toque de atención a la supervivencia del mundo orgánico tan poco efectivo. Luego se quedan en el suelo, inmóviles, como elementos mecánicos inservibles, como elementos desconectados, la mirada perdida más allá de la frontera de lo visible. Pero, tras ciento un segundo, como ya he dicho, se levantan. Y sí, en el momento mismo en el que se levantan, en el que resucitan, bueno parecen resucitar, la sangre les hierve.
       — Ya... y el eclipse de luna está al caer. Ya comprendo.





EnR. Revista verano 2015

Rafael Mulero

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Buzón digital



       A veces llegan cartas es el título de una canción triste, y también una realidad en la vida de cualquiera, aunque cada vez menos. Aquellas cartas en sobre con sello, que aparecían en el buzón del portal de casa siempre como una sorpresa, ya no llegan. Y se añoran aquellas muchas faltas de ortografía con una emoción que desbordaba los límites de la misiva, y aquel olor a papel, y a tinta; o a lápiz. Parece que nos cueste escribir a mano, o que ya no tengamos amigos, que todo puede ser. Ahora llegan cartas al buzón digital. Algunas como ésta.

Labor titánica, tu camino. Desde el silencio que solo rompe la escritura quiero que, en la medida de mis actuales posibilidades y disponibilidades, sientas todo mi apoyo. He puesto en el periódico un comentario. En cualquier caso, esta carátula resume todo. Un adelantado a su tiempo, un descubridor, un pionero. Y alguien que no puede tener toda la respuesta que necesitaría por parte del coro. Porque las personas del coro cantan su partitura, la suya, la que Dios les da a entender, en su tiempo, sus circunstancias. Escritores en Red, mantenido contra viento y marea, es algo que va más allá del presente. Tenlo en cuenta siempre. Yo he aprendido, contigo, que la tenacidad es uno de los grandes valores de la Humanidad. Aunque la tenacidad sin inteligencia y cultura no produce avances ni progreso. No es el caso. De vez en cuando, ya me conoces, expreso mi opinión en correos personales. Son comentarios que tú puedes guardar o utilizar como desees. Sé que soy un solitario - aunque no lo parezca - pero me acompaña siempre la escritura. Y la memoria. Sigue. Aparte de tus relatos de Tolkien hay una película que siempre tengo de ejemplo: Gladiator. Y su música.