Nadie para verlo

Extraída de Google


       Beatriz no estaba en la habitación, ni en la cocina; y no contestaba al teléfono móvil. Por eso Ponciano salió a la calle en pijama, con la desesperación pintada en la cara. Pero allí tampoco había nadie, sólo el viento que arrastraba las hojas amarillentas de los periódicos. Sintió la soledad atenazarle.
       Pero se sobrepuso. Se levantó y erró por aquel mundo inhóspito el resto de su vida. Y un día cualquiera, hastiado de humanidad y dolor, comprendió que un hombre solo es nada... y cerró los ojos para siempre. Las estrellas cayeron. Y no hubo nadie para verlo.