Corre, ven

     
       Una gota de sudor rodó por mi cara desde la sien y el nudo de palabras no dichas que llevaba años padeciendo se hizo más grande en el interior de mi estómago. Toqué el timbre, mas nadie acudió. Abrí la puerta con las llaves de las que nunca me desprendí a pesar de la larga ausencia en busca de libertad. Una voz me llegó desde una de las habitaciones: «Corre, ven. Te he echado de menos». Había engordado algunos kilos y su pelo había mudado a gris, pero conservaba la misma expresión embaucadora, la misma mirada hechicera. Otra vez. Jamás debí volver.