Bailando con trapos

Foto: todogimp.com
Maricela silba una bachata pegadiza mientras trastea inquieta su generosa humanidad por el cuartucho de los cacharros. Ve en los tapones alineados de las botellas de lejía el ardor de los ojos de Gabriel, ese galán de telenovela que la ha sacado a bailar la noche anterior. Sale al pasillo empujando su carrito, mientras contonea las caderas y lleva el paso como si estuviera amarrada aún a la cintura de ese hombre. Se coloca en posición de inicio y ya no tiene ante sí más de dos mil metros cuadrados de baldosa insípida, sino la cuadrícula que refleja los brillos de la bola de la sala de baile.

Qué fuerza en los brazos, qué elegancia y señorío. Gabriel, a la sazón ese palo de fregona entre sus manos callosas, la hace sentirse una dama de Viena, aunque no es vals lo que la mueve sino merengue tórrido, pleno de sensualidad. Maricela siente que el bamboleo rítmico de su labor enciende de nuevo el fuego de su vientre, pero no se avergüenza por ello. Al igual que sobre la pista, solo están ella y su gallarda pareja. La fregona es su Gabriel y el resto del mundo ha dejado de existir.