La ambulancia


       El tiempo cronológico lo medimos en segundos, minutos, días... Pero, ¿y el tiempo psíquico?, ¿cómo lo medimos? Porque a veces, en pocos minutos, incluso en breves segundos, cabe toda una vida. Algo así le sucede al Sr. Caneda, el protagonista de nuestro relato. Mas, ¿acaso no es eso lo que te sucede a ti, amable lector; o, más bien, lo que nos sucede a todos? Frente a la objetiva percepción cronológica de la realidad contingente, tú y yo, al igual que Caneda, poseemos una brizna omnicomprensiva de divinidad en el flujo de nuestra conciencia. Yo así lo creo; y, ¿tú?... 

Tengo que ir más deprisa... ¡ojalá tuviera los mismos reflejos que antes!, ¡qué tiempos aquellos!, a correr no había quién me ganara… siempre fui un buen corredor… y, ahora, estas malditas piernas me pesan como si fueran de plomo… ¡La cara que puso!... desde luego no me gustó nada la cara que puso el doctor cuando miró las radiografías... " - Sr. Caneda, su esposa Ana..." Pero tú no vayas a fallarme, Ana… no podría soportar que me fallaras, tanto tiempo queriéndote... que no sabría acostumbrarme... Ya sé que soy muy rudo, que no sé decirte esas cosas bonitas que tanto les gustan a las mujeres; soy... un zopenco; sí, un zopenco, ya lo sé... pero la verdad es que no sabría vivir sin ti, Ana, ¿qué haría yo sin ti? En el hospital me dijeron que después de que te operasen, pasada la convalecencia, tendrías que ir todos los días para radiarte, pero que no me preocupase porque nuestro pueblo estuviese lejos que nos pondrían una ambulancia. "¿Una ambulancia?... ¡de ninguna manera!... que no, que no… que no se preocupe, doctor, que ya nos arreglaremos sin ambulancia… Que no, que no... ¡que de ninguna manera, hombre!" No, querida, ¿cómo iba a permitir yo que te llevaran en ambulancia todos los días con el miedo que te han dado siempre las ambulancias?; y ahora, tú... ¿ibas a estar dependiendo un día sí y otro también de una maldita ambulancia?; pues, ¡menudo soy yo para achicarme!, ¡claro que no!, ¡por supuesto que no! ¿Te acuerdas cuando niños?, el maestro me preguntaba la lección y yo no me achicaba, ¿verdad?; además, como estabas tú para soplarme... porque tú sí que lo sabías todo, por eso has llevado siempre la iniciativa; y, sin embargo, has conseguido hacerme creer que era yo el que la llevaba siempre… Seis minutos... me quedan seis minutos… tengo que darme prisa o perderé el examen. Y luego, Teo, el de la autoescuela... si hubieras visto con qué cara me miró el lelo de Teo, el de la autoescuela, cuando le dije que quería sacarme el carné de conducir… "- Pero, Sr. Caneda... si tiene más años que Matusalén... - Y a ti ¿qué leche te importa?, tú hazme la matrícula y ya está." Pero, nada... Él a lo suyo… " - Hombre, Sr. Caneda, que ya no está para esos trotes, que el año pasado estuvo usted con un pie en el otro barrio… tiene que cuidarse un poco… su corazón...  - Mira, Teo, sabes que te digo... ¡que te vayas a hacer puñetas!" Ahora que lo más difícil fue convencerte a ti de que no estoy chocho… " - Que sí, mujer, tú no soportas una ambulancia y a mí no me da la gana de que tengamos que depender de un maldito autobús, sobre todo en invierno... ¡con el frío que hace en invierno!, ¿tú crees que yo voy a consentir que vayas en autobús en invierno con el frío que hace?" ¡Vaya, con la cuestecita!, ¡venga, Caneda, que sólo falta que llegues tarde al examen con la falta que te hace el dichoso carné!  Y Teo, el de la autoescuela, bajando la calle... si vieras, querida, la cara que traía Teo, el de la autoescuela... Ahora, que yo no podía ni imaginarme lo que iba a salir en el periódico... claro que ese periodista del Heraldo del Bajío... Con lo mal que me sabía la lección entonces y lo requetebién que me salió el teórico. Pero tú no me falles, Ana, no me falles… lo conseguiremos, ya verás... hoy ya no es como antes, con la radiación la gente se cura… ¡y tan a gusto!... ¿Y el periodista ese del Heraldo del Bajío, pues no que al salir de la prueba me estaba esperando?; y digo yo que ¿cómo se enteraría?; fíjate... y no va y me pregunta que si de verdad quería sacarme el carné de conducir… " - ¡Hombre!, acabo de hacer el teórico, ¿no? - Perdone, pero a su edad...  - Ya, ya, a mi edad... pero, mire usted, yo por mi mujer me saco el carné y lo que haga falta, aunque para esto tenga que venirme a la capital… - Claro, claro… porque usted es de… - ¿Un servidor?, de Villa de X; pero, ya sabe usted, cuando hay confianza da asco... ¿usted cree que voy a pararme a explicarle al tonto de Teo, el de la autoescuela, que necesito el carné para traer a mi mujer al hospital?, ¡vamos!, como si no hubiera más sitios para sacarse el carné…" Las nueve y veinticinco, no voy a llegar a tiempo… tenía que haber salido antes… porque ya no estoy para carreras... solo faltaba que suspendiera el práctico por no llegar a tiempo; cinco minutos... no, si sólo faltaba... ¡venga, viejo, que ya falta poco!… Ahora que Teo, el de la autoescuela... la cara que traía el otro día Teo, el de la autoescuela... venía calle abajo blandiendo el periódico como una maza; y, bueno, ¿qué le iba a decir yo? " - Hombre, Teo, que yo no sabía nada…; ¿cómo iba a saber que ese chalao de periodista iba a publicar que tú eras poco menos que un desalmado por no hacerme la matrícula?" Y, Teo, que si no me daba cuenta... que él no discriminaba a nadie... que maldita sea su estampa por preocuparse por mí... que qué iban a pensar en el pueblo... que si patatín... que si patatán… Qué putada, Ana, ¿pero, cómo iba a saber?... ¡Qué dolor!, Señor, ahora no... ¡por favor, ahora no!, esto es peor que la otra vez… " -¡Pobre hombre!… ¡una ambulancia!, ¡pronto, llamad una ambulancia!" ¡Me duele!, ¡cómo me duele!, ¡ahh!, no puedo aguantar más!... "- ¡La ambulancia!, ¿habéis llamado la ambulancia!" ¿Te das cuenta, Ana?, están gritando por mí, están gritando por mí... pero yo no puedo fallarte, esta vez, no puedo fallarte, no puedo, no quiero… ¡qué mala suerte, Ana, qué mala suerte!... Una ambulancia... que alguien me traiga una ambulancia... una ambulancia... por favor… una ambulan...