Canto de la infancia

     No es extraño, pienso yo, que dejemos cabalgar el caballo negro, sombra y noche de la melancolía, hacia el pueblo natal, para recobrar así la inocencia y el contento de la infancia, sobre todo cuando sentimos que nos invade la nostalgia de un tiempo pasado que, con el tamiz de la memoria, creemos siempre mejor. En este estado de ánimo comienza el poema que os invito a leer y en el que, además de los motivos que veréis, he querido rendir homenaje a la memoria de Paco, aquel viejecito, padre de mi vecina María Micaela, que nos contaba cuentos de lobos en las noches de verano precedidos del ritual parsimonioso que llevaba consigo el liar un cigarrillo, trance amoroso que nos adentraba sigilosamente en el maravilloso ámbito de la imaginación y la poesía.

¿Ves aquellos montes?
Son los de mi pueblo...
Cuando yo era niño
Me contó el abuelo
Que en agrestes cimas
Aullidos siniestros
De lobos malignos
Colmaban los vientos.

Vamos Sombrainoche,
Que yo quiero verlo.
Anda caballito,
Caballito bueno.

Que añoro los tiempos
De feliz recuerdo
Cuando navegante
En delicados sueños
Dirigí la nave
De mi pensamiento
Por galaxias verdes
De bosques etéreos.

Arre Sombrainoche,
Que me abraso dentro.
Trota caballito,
Con cascos de acero.

Y en mis soledades
Nostalgia yo siento
De hamacas y gentes,
De niños y juegos,
De calles blanqueadas
Bajo los luceros,
De mi tierna infancia
Y de aquel abuelo...

Corre Sombrainoche,
Fuerte como el trueno.
Vuela caballito,
Con alma de fuego.

Oh, cuánta nostalgia
De aquel viejo ameno...
Su petaca negra,
Sus cansados dedos
Mariposeando
En el tabaco negro,
Aquel dulce rito
Tan dulce y sereno.

Raudo caballito,
Que ya falta menos.
Hale, Sombrainoche,
Caballito negro.

Que añoro las cosas
De aquel niño bueno
Que en horas nocturnas
De umbral veraniego
Albergó en su alma
Sentimientos bellos.
Sus casitas blancas...
Su blanco universo...

Vamos, buen amigo,
Que es mi amado pueblo
Vuela, caballito,
Que yo quiero verlo.