La envidia anda suelta...

       LA ENVIDIA ANDA SUELTA por los pasillos del alma; baja los ojos al toparse conmigo. Qué siniestra la veo pasar caminando de puntillas para hacerse invisible, pero no, su opacidad se va haciendo más oscura mientras pasea con sonrisa misteriosa en la comisura de los labios. Vuelve la cabeza, me mira impertérrita , intenta seducirme con un par de magnolias que recrean la pureza en su imagen. El alago da la cara, frasea. Me miro al espejo y con trazo asimétrico no me reconozco; rompo en mil pedazos ese rostro deforme; lloro, me seco las lágrimas, la miro de frente y le digo: –márchate muy lejos, yo no soy tu amiga–.
       LA ENVIDIA se regodea, ríe a carcajadas, me sigue, vocifera un alarido y repite cansina: –no te librarás de mí fácilmente. Toma resuello, alarga su mano hasta mi nariz aguda; el hedor que desprende me deja inconsciente. Tras veinte minutos, despierto. La ENVIDIA ha sembrado en mis dientes. Voy al aseo, tomo el cepillo y la crema y froto con fuerza, me sangran las encías, mas la inmundicia no sale. ¡Piensa, piensa, piensa…! me asesora la mente; sólo un corazón limpio puede vencerla.
       Cojo el bisturí, me abro el costado, extraigo el músculo, lo introduzco en la lavadora y tras el lavado le pongo más suavizante del habitual que pongo a los tejidos; le seco con cuidado, lo coloco en su sitio y coso. Perfecto, todo ha acabado, me digo… Antes de darse cuenta, la muerte le pone las galas blancas y se la lleva.