Extraída de Google |
me regaló mi abuelo
un juego de ajedrez
y me enseñó a jugar.
Después de algunos meses me di cuenta
que podía vencerle.
Me dispuse a mover mi caballo de dama
y a darle jaque mate.
Entonces le miré.
Se mantenía totalmente lúcido
pero ya era blanco su cabello
le faltaba un oído
y le hacía sufrir su "dichoso" reuma
que casi le impedía jugar a la petanca.
Avancé un peón
y dejé a mi reina al descubierto.
Le brilló de alegría la mirada
y a mí se me cubrieron de lágrimas los ojos.
Jamás hubiera sospechado
lo dulce que resulta perder una partida.
de "Poemas a la luz de una vela", Morandi, 2000