Foto: WIKIPEDIA |
— No toque a mi novia, señor Presidente —dije con frialdad apoyando su propia Beretta en la sien. Sabía que era como hablar a un trozo de carne. De hecho, así era. Levantó su mirada vacía y gruñó como un cerdo. No fue difícil apretar el gatillo y desperdigar un poco más de casquería por el Despacho Oval—. No tuviste suficiente con que la becaria te la comiera, que tenías que comértela tú…
Reprimí un sollozo y volví a disparar, esta vez a ella. No quería que volviera de la muerte como había hecho el señor Presidente.