Salamanca, España



       Recordando mis indecisiones sobre el sitio en donde vivir para nuestra estancia en España, brincaban de Alcalá de Henares, Madrid, Salamanca, Segovia, Soria y Toledo. Cada una de ellas obedecía a razones culturales. Salamanca era la que contaba con mayoría de los atributos oníricos.
       Por razones que cada vez se fortalecen, vivimos en Madrid, ya pronto serán tres años. Hemos viajado a los sitios originalmente planteados, solo nos faltaban Soria y Salamanca.
       Decididos viajamos a Salamanca, dejando a la Soria de Machado para después, porque sin duda iremos a buscar al Olmo viejo, solo aquel hendido por un rayo, ciudad que debe contener al gran espíritu del poeta. Lo dejaremos para después, así se dieron las cosas.
       ¿Por qué Salamanca?
       Ciudad situada a las márgenes del río Tormes, que diera nombre al Lazarillo tan famoso en la literatura universal. Parados contemplamos desde el puente romano que le atribuyen su construcción a Trajano, tratando de ver a un clochard de los que tan bien describiera Cortázar, imaginar al pequeño y escuálido Lazarillo, conduciendo por los senderos al ciego, y después con el hambre como una constante que lo convierte en pícaro acompañante del clérigo y del fraile, más dados a la avaricia que a los asuntos de la iglesia. No lo vimos, pero si encontramos un monumento que hace perdurable su memoria. 
       Salamanca, célebre por su universidad, en ella estudió el bachiller Sansón Carrasco, según nos comenta Cervantes. 
       ¡Qué papel tan decisivo te tocó realizar! Pensaste alguna vez en la magnitud del drama ¿Deberías vencer a don Quijote? Quien después regresó a su pueblo derrotado, sin ilusiones, aunque Sancho lo animara ofreciéndole una vida de pastores.
       Imaginar a Unamuno como Rector durante aquel memorable acto en que dijera: Venceréis, pero no convenceréis. Por poco le cuesta la vida. Más brillante fue su trayectoria, lo encontré leyendo por ahí, en uno de los corredores durante mi recorrido mientras me encontraba ocupado husmeando por los rincones del recinto universitario.
       Ciudad para soñar, en el jardín de Calixto y Melibea, imaginar la obra de la Celestina en aquel sitio tan lleno del romanticismo a finales del siglo XV.
       Contemplar por las callejuelas caminar a los Seminaristas que van de paseo.
      Levantar la vista a los balcones e imaginar a la Salmantina, que mezcla la costura con el rezo y que solo tiene ojos para el joven que no agacha la mirada, que no contempla la tierra, pero tampoco al cielo, sus ojos negros, solo miran a ella.
       Cuando bajo una ligera lluvia caminamos por las callejuelas del gran recinto universitario me preguntaba:
       ¿Será posible que éste sitio pueda obrar milagros y mi mente se llene de inspiración, ideas, argumentos y metáforas, de la hermosura de una buena prosa?
       La respuesta me acudió rápida, en la frase escrita para esa ciudad:
      Quod natura non dat, Salamantica non praestat.