Adivino aquel tiempo,
la sangre de agua y sol
escapaba en corriente,
tu ser hoja, flor, fruto…
Hoy te rescato de la muerte blanca,
ni una señal del verde antiguo,
solo unas cicatrices
y esa manera de abrirte en abrazo.
Al fin libre del roce de la piedra,
de este aposento de agua,
del invisible monstruo que te habita,
tú tan sola en el suelo.
Tras de los ojos se encendieron luces,
los dedos vivos como un imán:
Inmortalizaré tu fuerza,
con mi verso.
Serás siempre memoria de esos días
muertos de incertidumbre,
segura de que en cada pulso
te dejo el grito de la vida.
(Ramas encontradas en el pantano de San Juan. 27/08/15)