El poder del amor


       Con este título, escribo hoy acerca de un maestro de las letras españolas, D. Carlos Murciano en quien se aúnan todas las premisas exigidas por una buena pluma; y me remito a un sólo capítulo de su caudalosa bibliografía, un ceñido cuaderno, que llega a mis manos y que, por mor de la palabra, de ese erótico y sugestivo verbo, despierta la emoción y la transforma. Ese Cuaderno de Es Verger, que tal es su título, ganador del premio Alfonso VIII de Poesía, lleva en su primera página estas palabras:“Lo que nunca supiste, ahora lo sabes; lo que callaste tanto, alguien lo dice con tu lengua”.
       Como si el poder de la confesión doblegara a la muerte que despiadada va conciliándonos muy despacio el sueño definitivo. Ante ese abismo oscuro surge la indómita plegaria a uno mismo, el contemplarse por dentro y perdonarse. El poderoso centauro sabe jugar bien el juego de la vida porque conoce el fondo de la noche: “Nadie sabrá que fuimos sombras de un mismo cuerpo”. Y se explaya ante la amada (¿la amada es la noche?) e implora: “Abrásame los labios. No te vayas”. Reflexiones dulces y atormentadas le envuelven (la noche es ahora una dulce boa): “Viene con alas negras, cubierta de raíces,/ apagando el estío./ Es maga y es mendiga”. Los versos de desconsuelo y zozobra que el enamorado exhala en el poema nº 11, hablan de la tremenda soledad del ser humano, de la desolación ante la inminente pérdida de lo amado, mientras se lamenta de la carrera del tiempo. Incluso maldice lo que ama. Se sabe vencido. El terror le alcanza y exclama: “Cierro los ojos para que me veas/ por dentro de los tuyos”. Y parece recrearse en la miseria que alberga el dolor.
       En la segunda parte del poemario, se aprecia cómo el poeta recorre en profundidad las continuas metamorfosis de la amada. Habla de sus oscuridades, de sus abismos, pero también de sus sublimes albas. En un momento de fugaz ensueño la percibe castigada, sufrida hija del sacrificio. Y quiere hacerla comprender que, en esta vida, el menor descuido lleva a la celebración de sus exequias. Pero, desde sus palabras, se convence a sí mismo: “Ah viva, viva siempre./ Resucitas del polvo, creces de tus cenizas”…El poema nº 4 de esta parte, huele a salmo. El nº 5 es sumamente bello: como un faro que guía al náufrago, que luego queda fijo en la roca, olvidado de todos.
       Otra vez derrotado, el poeta recurre a la estratagema de la incomprensión, adentrándose en la sonoridad del tren que cada unos somos. De ese tren que desciende por una estancia que no existe sino en la memoria del olvido, donde una mujer se detiene para alegrar el gris-zul de un presente pasivo: “Vienes desnuda y tibia, ruborosa y secreta”… ¿Está describiendo el poeta a una diosa de carne y hueso o todo es fruto de su imaginación? Es tan tajante en sus convicciones, que bien pudiera creerse que existe ese relevo adolescente que puebla su mundo. Tal paralelismo existente entre ficción y realidad, dimensiona el alma del hombre y pone de relieve los cautiverios que han de padecer los seres sensibles ante las enmarañadas leyes de la subjetividad.
       En resumen, se trata de un libro intimista, mágico y descriptivo, onírico. Un libro que encierra una tremenda descarga psicológica, de la que se desprende que la dualidad del ser repercute en cada uno de nosotros, obligándonos a unificar nuestras luces y nuestras sombras. Pero a pesar de ese fulminante delirio que afronta con valentía ante el lector, el poeta está mostrando con claridad el poder del amor, en este subyugante Cuaderno de Es Verger.