La luz de las antorchas ilumina el gran salón, engalanado con suntuosos tapices. El rey hace un gesto a los músicos que templan y afinan sus instrumentos. Al son de un dulce madrigal, los cortesanos forman parejas y comienzan a bailar, ante la mirada del monarca que, indolente, observa sus rítmicas evoluciones. De repente, las puertas se abren, dando paso a una figura encapuchada que cruza decidida la estancia. Tras ella, camina un anciano sucio y harapiento.
— Guardias, detener a…
La orden parece suspenderse en el aire ante el mandato de la mano descarnada del encapuchado. Preso de una fuerza superior, el soberano desciende del trono. Y los tres, plebeyo, rey y Muerte, inician una danza macabra con un único destino final.