El beso de Agapito Verbenas


Imagen tomada de la Red

        Agapito Verbenas se encontraba trabajando en su computadora y revisó el correo que le llegaba cada día. Esta era una costumbre que Verbenas hacia cada mañana después del desayuno porque decía que no se podía saber si alguno de aquellos mensajes podría depararle un cambio en sus planes cotidianos. Y he aquí que se encontró con la respuesta de una colega de letras, a la que solo conocía de nombre y de voz porque la había escuchado en una radio de Bilbao. Agapito, que era un poco guasón -guasa que le venía de la herencia de su sangre andaluza-, pacífico, algo entrado en años pese a lo cual no había perdido su innata costumbre de la conquista femenina, se despidió de ella con la coletilla de “Y por ser domingo te has ganado un beso madrileño. ¿Contenta?”. A lo cual su colega, en esa manía que había adquirido Agapito de juntar palabras una tras otra hasta conseguir la belleza y la emoción de la frase que no de la idea, recibió de esa mujer que se dedicaba mucho mejor que él a ese extraño oficio la siguiente respuesta: “Contenta no, entusiasmada con ese beso virtual madrileño. Cuando nos encontremos, ya me explicarás en que se diferencia de los demás”. Agapito Verbenas loco de contento y entusiasmo se asomó a la ventana de la buhardilla, inspiró aire y lo renovó en su interior repetidamente, juntó lo labios, se orientó hacia el Norte y lanzó su beso a los vientos tranquilos encerrado en una cápsula mágica. “Tal vez, algún día le llegará”, se dijo el Verbenas.
       Pero Agapito Verbenas se encontró en la obligación de responder a la pregunta que le hacía su colega. ¿En qué se podía diferenciar un beso madrileño de los demás? “Hay muchas diferencias”, se dijo Agapito. “El beso madrileño es templado, suave, lento, tierno, profundo, expansivo…” A el Verbenas le había enseñado a besar una mujer del Levante y recordaba todavía que estuvieron en esa tarea durante más de ocho horas seguidas sin sentir el mínimo cansancio ni el deseo de pasar del beso a otros asuntos que a veces se hacen inevitables. Agapito Verbenas, a partir de entonces, adquirió la manía, si así podía llamársele, de coleccionar besos de diferentes mujeres de distintas poblaciones. De esta forma recorrió la geografía nacional de Norte a Sur y de Este a Oeste e incluso, cuando se pensaba que se había agotado su camino, se trajo consigo otros besos de otras nacionalidades, incluida Rusia, Finlandia, los Países Escandinavos… En su recuerdo permanecían los besos de madame Bobary, de Natacha, de Anna Karenina, de Fermina Daza y no había olvidado ninguno de ellos. Todas ellas habían sido las que le habían dicho que los besos madrileños eran distintos y algunas de ellas llegaron a manifestar, como su colega en las letras, su entusiasmo.
       ¡Qué rareza la de Agapito Verbenas de ir repartiendo besos! A fin de cuentas, Agapito pensaba que los besos madrileños, cualquier beso en general, siempre consuela y nos da vigor y fuerzas para continuar viviendo, y llegado a este punto, casi con lágrimas en los ojos, Agapito sintió una especie de escalofrío al sentir el beso de su colega. Sería lo más oportuno no encontrarse nunca a su colega porque si acaso llegaban a besarse el encanto desaparecería porque era probable que ella sintiera en su interior el mismo alivio que con otros besos.