— Ni se te ocurra decir nada más y mucho menos gritarme de ese modo. Eres mío y hago contigo lo que me apetece. Vivirás o morirás según mi antojo.
— ¡No te vas a deshacer de mí así como así! Con lo que me has hecho sufrir y ahora vas y me liquidas con una bala perdida en un atraco de tres al cuarto… ni hablar — me contestó.
— ¿ Y qué vas a hacer, eh? — dije con sorna.
— Por lo pronto me vas a dejar vivir y además en las condiciones que yo te imponga, si no…
— Si no ¿qué? Déjate de fanfarronadas.
— Si no, me borro.
Y las palabras comenzaron a desaparecer delante de mí en la pantalla del ordenador…