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Don Quijote ve, con desdén, los rostros que le mira al pasar, desconfía de las manos tendidas de las que parecen brotar esperanzas mágicas, ilusiones ópticas que le hace volver a sus antiguos senderos llenos de magos y aventureros de horizontes difuminados. Entonces contaba con la cordura de un buen amigo Sancho, pero este se fue, se perdió, para siempre, en las páginas de algún libro de caballería en busca de la paz definitiva.
Los gigantes modernos son más destructivos, su rencor es mortal, y el noble caballero castellano intenta, por todos los medios posibles, mostrarles los versos de la concordia, procura hacerles ver los errores que comenten, no importa que los siglos pasen, el hombre sigue tropezando en las mismas piedras, no comprende los lamentos del silencio, parece ignorar los gritos de auxilio del prójimo, no mueve ni un dedo por sus semejantes. Así es imposible luchar, los viejos ideales desparecieron para siempre.
Ahora reina la discordia entre los hombres, pero el caballero castellano, con la esperanza por bandera, continua viendo hermosos y robustos molinos de viento.