Los dos hermanos

       Nacieron de los mismos padres, en el mismo pueblo, dos años era la distancia de edades. Durante los primeros años era notoria la diferencia pero al pasar el tiempo desapareció, a la escuela asistieron vestidos como gemelos, en eso la madre mujer práctica se evitó muchos problemas, al parecer no había asunto que sembrara la discordia en aquella relación. Un día que nunca olvidaron, sucedieron los acontecimientos que abrirían un abismo en aquella hermosa relación. Jugaban canicas en el piso de tierra con los amigos de siempre, ¿las apuestas?, la canica de vidrio de hermosos colores, contra aquella de simple color azul intenso, ambas eran muy codiciadas, causa de disputas y rencores, pertenecían cada una a cada hermano.
       Un triunfo dudoso armó una gran discusión, Juan Manuel de siete años en un arrebato de cólera cogió la canica de colores, su hermano mayor arrancándola de la mano de su hermano dijo: Ni tuya ni mía y la arrojó sobre los techos de las casas del frente, jamás la recuperaron, por esa razón esa tarde se dejaron de hablar. Al pasar los años, la vida se encargó de marcar no únicamente los rostros y las figuras. Juan Antonio delgado y alto, José Manuel de complexión robusta no logró la misma estatura que su hermano, pero en fuerza y suspicacia lo superaba. Uno más inocente, el otro más desconfiado con los años estas diferencias señalaron sus rostros el uno a simple vista parecía apacible, el otro de nariz corva, ojos pequeños que se entrecerraban para enfocar las imágenes, lo habían marcado con profundas grietas. Han transcurrido algo mas de setenta años y como sucedió aquella tarde, los hermanos no se miran a los ojos, no se dirigen la palabra, permanecen mudos uno frente al otro. Hoy retorné a mi pueblo y los vi después de casi veinte años, ellos pienso que no me reconocieron, fue en la Cafetería González, arribaron con una diferencia de dos minutos escasos, cada uno por su lado, se sentaron en una mesa, cerca de la mía, y en silencio cogieron la carta del menú y después de leerla, cuando el camarero llegó ordenaron el uno Alas de Pollo, el otro Calamares a la andaluza. Continuaron como cada día de todos los años de su larga vida, compartieron en silencio de ambos platos como buenos hermanos, hasta terminar la comida. Al concluir después del café, cada uno pagó su cuenta y abandonaron el local por puertas diferentes, dirigiéndose por rumbos distintos, cada uno a su domicilio de soltero.