Perogrullo

No me gusta hablar de lo que no entiendo y para mí la Economía, así con mayúscula, como lo escriben los que saben, es un misterio tan insondable como el de la Santísima Trinidad. Sin embargo, este asunto de Grecia me da la impresión de que se podría resumir en una verdad de Perogrullo: de dónde no hay no se puede sacar; eso lo saben hasta los niños y, por supuesto, lo sabe el Eurogrupo, lo sabe el Fondo Monetario Internacional y lo saben todos los que le dieron unos préstamos que ya entonces estaba claro que no podrían pagar. Por algo lo harían, digo yo.
Cuando una familia pide un crédito a un banco con el único fin de sobrevivir una temporada, no para comprarse un coche de alta gama ni un chalet en La Moraleja, decimos que está viviendo por encima de sus posibilidades, pero es que muchas veces las posibilidades reales de vivir dignamente están por debajo del suelo, porque esa hipotética familia no puede pagar el alquiler ni la luz ni el agua ni el colegio de los niños ni la más básica alimentación; así que, si el banco, aunque conoce esas condiciones, le concede un préstamo, la familia en cuestión se agarra como a un clavo ardiendo aunque se abrase las manos, pensando solo en solucionar el pan para hoy; ya verá cómo afronta el hambre de mañana.

Luego, cuando llega el momento de amortizar el crédito, la familia no tiene un duro porque, lógicamente, antes de a pagarlo ha dado prioridad a sus necesidades básicas, que para eso lo pidió. Entonces lo que se le ocurre al banco es darle otro préstamo con el que enjugue el anterior más los intereses, con lo cual a la familia le queda un pequeñísimo remanente con el que sobrevivir el siguiente mes. Y así, vuelta a empezar cada vez con un respiro más corto, en una espiral diabólica sin fin. Llega un momento en que la familia deja de contestar los requerimientos del banco, deja de coger el teléfono y se encierra, aterrorizada, en una concha impenetrable; a algunos la angustia los puede llevar incluso al suicidio, pero los que resisten poco a poco van venciendo el miedo y vuelven a dormir por las noches, cuando se convencen de que tienen las de ganar precisamente porque no tienen nada que perder.

Los directivos del banco, que son unos señores muy listos, empiezan a hacerle ofertas, a perdonarle los intereses y un alto porcentaje de la deuda, además de ofrecerle un nuevo préstamo mucho mayor con el que enjugarla y que no tendrá que pagar hasta que la economía familiar se rehaga mínimamente; pongamos veinte años de carencia. Los directivos del banco, que, repito, son unos señores muy listos, saben que más vale un mal acuerdo que un buen pleito y que es la única posibilidad que tienen de recuperar algo de lo que prestaron. Por eso, porque de dónde no hay no se puede sacar.

Eso sin hablar de que este gobierno de “izquierda radical” que manda en Grecia, solo lleva seis meses en el poder. Los 323.000 millones de euros que, según EL PAIS de hoy, debía la nación cuando llegó Syriza, sí que es una buena herencia recibida.