¡Cómo pasa el tiempo!



Alejandro Pérez García
Cariñosamente: Cele.
La fotografía, cedida,
es de su propiedad
Guillermo Martín Rodríguez
Santuario de Sonsoles - Ávila -
La fotografía es de mi propiedad



Roma, 8 del junio del  2011



Queridísimo Cele: 

       ¡¡¡Cómo pasa el tiempo!!! Sí, así es. Pero, mientras ese tiempo va pasando, y deseas ponerte en contacto con un amigo especial y no te es posible por culpa de lo que los médicos llaman diplopia o diplopía, que nada cambia sólo el acento, las cosas se alteran, se modifican, nada es igual, todo es doble y eso trae muchos quebraderos y dolores de cabeza. Me hubiera gustado ser un moderno Josué, sucesor de Moisés en la guía de su pueblo. Mi ambición de parecerme a él no es más que por el deseo de haber podido detener el sol, es decir, el tiempo y mantenerlo en su etapa previa al doblaje de imágenes. De esa manera el tiempo no habría pasado en vano ni se hubiera perdido de forma tan ineficaz, pues incluso mi quehacer, bien que de jubilado, habría continuado su lenta pero imparable actividad: sin prisa pero sin pausa, proporcionándome sus agradables gratificaciones. Pero así son las cosas. No obstante, me gusta recordar a Josué, ese guerrero que doblegó a Jericó, precisamente porque el día fue más largo y Dios se puso de su parte. 
       Precisamente en Josué 10, 12-14 leemos:
       12 Cuando el Señor entregó los amorreos a los israelitas, aquel día Josué habló al Señor y gritó en presencia de Israel: 
       - ¡Sol, quieto en Gabaón! ¡Y tú, luna, en el valle de Cervera!
       13 Y el sol quedó quieto y la luna inmóvil, hasta que se vengó de los pueblos enemigos. 
       Así consta en los Cantares de Gesta (o en el Libro de Yasar):
       "El sol se detuvo en medio del cielo y tardó un día entero en ponerse. 
       14 Ni antes ni después ha habido un día como aquel,
       cuando el Señor obedeció a la voz de un hombre,
       porque el Señor luchaba por Israel". 

       Así traduce este pasaje mi gran amigo, que en paz descanse, el Padre Luis Alonso Schökel en su Nueva Biblia Española, cuya traducción fue publicada en diciembre de 1975. Sobre el Padre Alonso he publicado, como sabes, un libro homenaje titulado "Saberes y Sabores", que este verano, cuando vaya a Ávila (del 3 al 24 de julio) te entregaré para que te deleites, aunque tal vez ya hayas leído el ejemplar que doné a Don Ramiro. Pero deseo hacerte ofrenda de uno a ti, personalmente, como humilde homenaje a mi escritor del corazón, a Cele, a aquel niño regordete y aplicado de El Barraco, hoy adulto y avezado escritor de cuentos y otras lindezas, incluso poéticas, como he podido ver, utilizando la estructura métrica tradicional de rimas consonantes
       Tú que asimilas y absorbes con facilidad y provecho todo aquello que entra en contacto con tu inteligencia viva y despierta, encontrarás, sin duda alguna, en este libro, no por lo que yo digo en él sino por lo que personajes eminentes te ofrecen, alimento suculento para tu inteligencia. Te digo solamente, pues no es el momento de hablar ahora del P. Alonso de manera exhaustiva, que este jesuita madrileño, nacido en los aledaños de la Plaza de la Cebada el 15 de febrero de 1920, puede ser considerado un auténtico ‘polígrafo’, como afirma uno de sus discípulos y colaboradores más estrechos, el sacerdote y biblista vallisoletano Eduardo Zurro Rodríguez: "creía yo en mi adolescencia que el significado de 'polígrafo' convenía exclusivamente a Menéndez y Pelayo. Después he tenido la fortuna de conocer al P. Schökel, verdadero polígrafo por la cantidad y la variedad de sus escritos".
       Palabras que hago mías pues la Providencia me ha consentido conocer muy de cerca a este hombre espléndido, a quien tuve ocasión de escuchar doctísimas conferencias sobre Biblia y teología bíblica, estilo literario y literatura en la Biblia a finales de los años 50 del pasado siglo en el Seminario Mayor de Ávila. Nuestra amistad sincera y leal se consolidó a partir de 1982, cuando lo encontré de nuevo en Radio Vaticano y empecé a trabajar en el Programa Español bajo la dirección de otro jesuita, muy conocido y famoso en televisión española, pues había sido, durante varios años, director de los Programas Religiosos de la misma, P. Javier de Santiago, quien fue especialista también en Dirección de Ejercicios Espirituales o Ignacianos. Dio los Ejercicios a Franco en el Pardo en seis ocasiones. Él mismo me habló varias veces de estas cosas. 
       El P. Alonso iba con frecuencia a los Estudios de Radio Vaticano para grabar sus famosas "Charlas Bíblicas", que iban en onda los viernes por la noche. Sus charlas eran muy seguidas, a juzgar por lo que nos decían los oyentes en sus cartas, que no eran pocas. Su lenguaje era exquisito, clásico, muy castizo y a la vez, variado y muy comprensible. Era un gran dominador de la lengua, del estilo y del léxico. Me recordaba mucho a Camilo José Cela, bien que los temas y los contenidos fueran muy diversos. Hablaba sin leer papel alguno; a veces llevaba un pequeño esquema que en ocasiones luego ni usaba siquiera. Pero, eso sí, siempre llevaba la Biblia, que mantenía abierta mientras hablaba. Y ya se sabe, los que graban algo para la radio, a veces repiten para rectificar errores, de esa forma la grabación sale limpia de toses, tropezones de lectura, pausas largas, entonaciones altisonantes o fuera de lugar, etc. El P. Alonso nunca tuvo que repetir ni una palabra. Hablaba con soltura, buena dicción, buena entonación, con la sencillez de un amigo, de un padre, de un catequista, que te habla con llaneza y cariño a la vez, pero con la profundidad de un hombre de Dios y de ciencia. Sentías como si te hablara sólo a ti, captaba plenamente tu atención, lo seguías como si te llevara de la mano a un lugar que deseabas conocer, gozar de él. Su espiritualidad fuerte, basada en el Dios de Abraham, Isaac y Jacob, en el Yahvéh del encinar de Mambré, en el Verbo, hecho hombre, muerto por la salvación de la humanidad, se derramaba a través de sus palabras. Nos iba desmenuzando el sentido y la profundidad de la Palabra en el Antiguo y Nuevo Testamento. La duración nunca superaba los seis minutos.
       Cuando, a partir de septiembre de 1987 me pusieron como Director al frente del Programa Español tuve ocasión de estrechar aún más nuestra relación de amistad que se iba acendrando cada día más. Le hice entrevistas para Vida Nueva, sobre todo, y también para las diversas emisiones del Programa Español e Hispanoamericano. Ese trato de amistad me llevó un día a pedirle si me permitía escribir y organizar un libro homenaje a su persona como hombre, como sacerdote y como eximio biblista.
       La tentación de hablar un poco más del P. Alonso se apodera de mí, me subyuga el tema, podemos decir. Precisamente el 5 de mayo de 1995, cumplidos ya los 75 años tres meses antes y con motivo de su jubilación como profesor del Pontificio Instituto Bíblico de Roma, pronunció su última lección, lección "clausural", como él mismo la definió, en oposición a la lección "inaugural", pronunciada en octubre de 1957. Pero dado que te llevaré este verano el libro Saberes y Sabores que preparé en su homenaje, lo dejo aquí ya que en él tendrás ocasión de leer todo lo concerniente a este jesuita ejemplar y polígrafo extraordinario. Espero que podamos coincidir los dos en esos días que pienso pasar en Ávila y así poder vernos junto con Ramiro y conversar con la fruición que engendra el encuentro de amistad. Aprovecho para llevarte también los artículos publicados en Religión y Cultura -que tengo en separatas-, así como el publicado en las Actas del Colloquium Calderonianum Internationale que, con motivo del tercer centenario de la muerte de Calderón de la Barca, se celebró en la ciudad italiana de l’Aquila, los días 16 al 19 de septiembre de 1981.
       A pesar de todo y de mis buenas intenciones, cedo a la tentación y te digo algo más de él, de este hombre que tanto bien ha hecho y me ha hecho. Te transcribo algunos párrafos del libro a él dedicado y que describen los orígenes y motivos del libro-homenaje.
       «Era por la mañana. Debían ser las 10 y media, más o menos, de un martes de mediados de diciembre de 1994. El P. Alonso acababa de grabar lo que sería el último bloque de charlas –unas 12 ó 14, tal era el número de ellas que grababa cada vez que iba a la Radio- sobre la “Poesía en la Biblia”. Estábamos en el pasillo del tercer piso del Palacio Pío, haciendo corro en torno a él, mis compañeros del Programa Español y yo. Se hablaba precisamente de que con las que acababa de grabar había terminado, no sólo la serie o el tema de la Poesía en la Biblia, sino, muy posiblemente, las “Charlas Bíblicas”, dando así fin a 18 años de presencia prácticamente ininterrumpida en el Programa Español y, por ende, en el Hispanoamericano.
       Se hablaba también de la jubilación, ya próxima, y de su última lección en el Instituto Bíblico de Roma. Ésta tendría lugar el día 5 de mayo del año siguiente, 1995, año en que cumpliría 75 años, edad tope, más allá de la cual no se puede continuar la docencia y hay que jubilarse, aunque, como estamos viendo, hay muchos profesores que podrían seguir enseñando e investigando. Tenemos un ejemplo, además de en el propio P. Alonso, en los miembros del Colegio de Eméritos, de Madrid, que han dejado la docencia por jubilación y siguen impartiendo seminarios y dictando conferencias, además de seguir escribiendo incansablemente como Don Pedro Laín Entralgo y Don Julián Marías. 
       Naturalmente, el 5 de mayo de 1995, Dios mediante, yo estaría presente en el Aula Magna del Instituto Bíblico para escuchar al P. Luis Alonso Schökel en su última lección “clausural”, como docente del mismo. Su primera lección, “inaugural” tuvo lugar allá por el mes de octubre de 1957. El día 4 de mayo llamé por teléfono al P. Alonso para que me diera algunos datos sobre su persona y circunstancias de su vida y así poder redactar una nota, lo más completa posible, con la que informar a nuestros oyentes en el Diario Hablado y en el Programa Nocturno de ese mismo día, ofreciéndoles una breve semblanza del P. Alonso, a la vez que se anunciaba el acto académico del día siguiente en el Bíblico.
       En aquellos momentos, todavía de pie en el pasillo, fijé la mirada en el P. Alonso y le vi como distante, ausente. Dejé de percibir su voz y la de mis compañeros y por algunos segundos el ausente fui yo. El timbre de sus voces, sus palabras, incluso sus risas, pasaron decididamente a segundo plano. Todo ello quedaba, como decimos en nuestra jerga radiofónica: en “sottofondo”, casi “sfumata”, como murmullo o música de fondo, hasta que casi dejé de percibirla por completo. Era una sensación tremenda de soledad y vacío, pues no tenía respuesta a unas cuantas preguntas que en rápida sucesión y en forma de reflexión, me fui haciendo. Algo parecido me había sucedido ya con la marcha del P. Javier de Santiago allá por el año 1985, al que recuerdo siempre con un gran afecto y admiración. La figura del P. Alonso desaparecía de nuestro entorno. Al parecer se quedaba en Roma, pero sus relaciones con la Radio cesarían, su colaboración, al menos de manera estable, se iba a interrumpir definitivamente. ¿Qué nos queda de él? Esta era mi primera pregunta. Ciertamente teníamos en nuestro archivo una parte considerable de sus “Charlas Bíblicas”. Podíamos retransmitirlas de nuevo. Dieciocho años de hablar sobre la Sagrada Escritura eran muchos años, aunque la Palabra de Dios no se agote tan fácilmente y se pudiesen abrir nuevas series de temas diversos. El P. Alonso podía estar ya cansado –sus oyentes, puedo asegurarlo, no estaban cansados de él-, y, por ende, desear dejarlo ya.
       El P. Alonso había dedicado muchas horas a nuestra Emisora. Pero ¿qué podíamos hacer nosotros por él? Francamente poca cosa, pues ante una personalidad de su calibre no queda otra alternativa, afortunada y privilegiada para nosotros, que la de escucharlo. No obstante, algo había que hacer. Cuando uno no pone obstáculos a la luz, ésta termina por iluminar tu entorno y hacer que veas y te veas. Pues bien, esa luz hizo surgir en mi mente una idea, mejor, una iniciativa, que me restituyó a la realidad. Volví a sentirme presente. La voz del P. Alonso y de mis compañeros –algunos habían entrado en la oficina y reemprendido la elaboración del Diario Hablado- se hizo próxima, sonora e inteligible.
       Todo había ocurrido en escasos segundos. Con la misma rapidez le lancé al P. Alonso esta pregunta: “¿Qué le parece, padre, si le hago una serie de entrevistas sobre su vida y su actividad tanto docente como de escritor y las publicamos en un libro? Yo creo que vale la pena que usted nos cuente, y se conozca, la historia de la investigación bíblica y exegética de estos últimos casi 50 años, con referencia especialmente a su intervención en la misma”. El P. Alonso, la verdad sea dicha, tampoco pensó mucho la respuesta y me dijo: “Hombre, pues sí. No estaría mal. Me parece muy bien”. Esta fue la génesis, la antecedencia de este libro, original y novedoso en su estructura, muy humano y rebosante de afecto. Un libro espontáneo donde hay muchas cosas y en el que, solicitadas por mí, intervienen muchas e ilustres personas, amigos, discípulos, colaboradores, admiradores del P. Alonso. 
       La conversación del pasillo hizo que mis relaciones con el P. Alonso se hicieran aún más estrechas y frecuentes. Hasta entonces habían sido unas relaciones de tipo telefónico para acordar el día y la hora en que debía realizar la grabación de sus Charlas, cosa que ocurría tres o cuatro veces al año. En ocasiones hablábamos un poco sobre posibles temas que iba a desarrollar, aunque era él quien los decidía, teniendo en cuenta los estudios o las publicaciones que tenía entre manos en aquellos momentos. Caminamos lentamente por el pasillo hasta el ascensor. Mientras tanto, íbamos hablando de la iniciativa que le acababa de proponer. Le noté entusiasmado con la idea. Quedamos en vernos y charlar sobre este asunto».
       «En uno de nuestros coloquios durante la gestación del libro, llegado el momento de pensar en el título, yo le propuse el que tenía previsto y que, de hecho, ya había puesto en la portada de la copia que había elaborado en el ordenador: El sabor de la Palabra. Al p. Alonso le gustó mucho el título; le pareció muy bien. Pero a los pocos momentos, tras pocos segundos de reflexión, me pidió que lo cambiara «pues el vocablo palabra, dijo, aparece con frecuencia en los títulos de mis libros y artículos».
       Yo no me mostré muy inclinado a cambiarlo. Él lo notó sin que mediaran palabras por mi parte. Nos miramos unos momentos, bolígrafo en ristre, y llegamos a un acuerdo tácito: forjar un título en el que quedara la palabra «sabor» y se substituyera el vocablo «palabra». Escribió algo en un papel y me lo tendió: «¿Qué te parece?». Había escrito el título: Saberes y sabores. La semejanza fonética y la plenitud de contenido, además de ser la expresión más acabada del compromiso alcanzado, me hizo aceptarlo gozoso sin dilación alguna. Me gustaba. Y le dimos ese título.


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       Pero no era esto de lo que yo quería hablarte. Como ves, no se me puede dejar solo. Creo que esto va con la vejez. Las arrugas del rostro nos propinan una metáfora que puede explicar la dispersión, la desviación, la fuga de unos temas a otros, como sin rumbo fijo, saltando de uno a otro, siempre por culpa de alguna asociación de ideas o palabras. 
       Bueno, en realidad, el paso del tiempo sin haberme dejado “ver” o “leer” ha sido debido a una serie de factores que me han tenido preocupado y apenado durante largo tiempo. El primero de esos pesares se ha concluido, si es que cosas así concluyen… con la muerte de un primo hermano mío, casado en Canarias, con el que siempre he tenido una relación muy estrecha. Tenía 63 años. Un cáncer de estómago. Dios se lo ha llevado. Ha sufrido mucho durante más de un año. Luego mi hermano. No está bien. No se sabe qué es lo que tiene en el hígado. Los médicos no acaban de identificar de qué se trata. Tememos lo peor. Dios no lo quiera. Han decidido hacerle una incisión para realizar una biopsia y ver qué es. Y así estamos. 
       (Pero a estas alturas, pasados ya cuatro años de la redacción de este coloquio contigo (8 del 6 del año 2011) necesario e intimista, amistoso y profundamente fraterno, debo decir que lo peor apareció y se consumó. Mi hermano falleció el 11 de mayo de 2012. Tenía 68 años).
       Yo voy tirando. Ya te he dicho que pienso ir a España en julio. Espero que lo de mi hermano se resuelva positivamente. Pero, como acabo de decir, terminó llevándoselo el Creador para que, como ejemplar maestro de escuela, continuara desempeñando su profesión, que tanto amaba, entre los niños que desde el Limbo pasan al Cielo, de forma ininterrumpida. Así lo veo y percibo yo. Y seguro que así es. 
       Desde el punto de vista de la actividad intelectual, aunque nunca he dejado de curiosear y ver cosas, la verdad es que no me he podido entregar de lleno a nada concreto, pues la vista me está fallando por culpa de esta diplopía que me aqueja y me invalida en una proporción bastante notable. El ojo izquierdo trabaja mucho más que el derecho pues tiene que adaptarse a éste para conseguir, en lo posible, una visión de los objetos más acorde con la realidad. Aparece todo siempre un poco desenfocado y, encima, se duplica la imagen.
       Después de casi año y medio han resuelto, no el problema en sí, pues la diplopía sigue, sino la visión. Me han cambiado los cristales de las gafas, manteniendo la misma graduación pero añadiendo dioptrías de prisma. Es decir que orientan la visión unificando y coordinando la conjunción de ambos ojos. Esto hace que pueda conducir, cosa que no podía hacer desde hace más de un año y me puedo mover con soltura por la calle sin peligro alguno. Piensa lo que supone ver dos postes de farola, cuando en realidad es uno solo, colocado en medio de la acera por donde vas caminando. En más de una ocasión he ido contra el de verdad, dándome un buen testarazo, como decía mi madre, pues no lo percibía como real, pero en verdad lo era.
       Una cosa es cierta: parece que psíquicamente estoy muy bien pues ni siquiera he tenido atisbos de depresión, cosa que temía mi mujer. En realidad, y dentro de mí, lo temía yo también pero mi optimismo inveterado me ha sostenido. A esto hay que añadir –perdona si te cuento esto, es una forma para compartir algo que llevo dentro y me va resultando pesado y duro de soportar- que cada día tomo unas 15 pastillas. Pastillas que son decisivas para el mantenimiento de un “statu quo” saludable a nivel cardiológico, angiológico y diabético. Debo mantener una alimentación controlada a base de verduras, proteínas y un mínimo de grasas. Y esto lo organizo yo pues Stefi y Mari Luz trabajan y no me pueden seguir en ello. Y mi suegra… no quiero que se encargue de mi alimentación pues se pone muy nerviosa, ya que piensa no estar a la altura de la tarea. ¿Quieres que te añada algo más? Pues sí, aún hay algo más. Cada tres o cuatro días, indefectiblemente, tengo que controlarme la glicemia y la tensión sanguínea, control que realizo cuatro veces en esos días: En ayunas, dos horas después de desayunar, dos horas después de comer y dos horas después de cenar. Y todos esos controles los verifico con su respectivo pinchazo en una de las yemas de los dedos de la mano izquierda, alternándolas, para que brote una gota de sangre que deposito en un aparatito que en cinco segundos me da el resultado. Pero no termina ahí, pues todos los días me tengo que poner dos inyecciones en el vientre, una antes de desayunar y otra antes de cenar. No es insulina, sino una medicina llamada Byetta, americana que ha salido hace dos años y que ayuda al diafragma en la producción de insulina. Y esto todos los días, todos…
       Como ves tengo mucho que hacer. Y si quiero seguir contemplando las maravillas de este mundo y conversando con amigos como tú, aunque sea muy de tarde en tarde, no puedo descuidarme. Por eso me cuesta mucho viajar, pues tengo que llevarme una serie de aparatitos para medir la glicemia y la tensión, además de la gran cantidad de cajitas de medicinas… nada agradable pues debe hacerse incluso a horarios más o menos fijos. Y sin olvidar que he nacido en 1938 y que calzo, por este año, un pie de 73 años (en estos momentos he superado abundantemente el número: 77), “¡que ahí es ná!”, como diría un castizo de Lavapiés.
       Como ves un desastre. De todas maneras, pienso ir este varano a mi Ávila, esperando que mi hermano esté bien. Bueno y si no lo mismo, pues voy com mayor razón. Necesito verlo, pasar con él unos cuantos días. Dios dirá. Y como ves, Dios ha dicho y su Palabra es ley, pero para el cristiano se conjuga estrechamente unida al verbo amar, pues Dios es Amor, afirma San Juan Evangelista, y su voluntad es expresión de decisiones que no son otra cosa que obras de amor.
       Un tema característico de los escritos de san Juan es el amor. «Por esta razón, afirma Benedicto XVI en la audiencia general del 9 de agosto de 2006, decidí comenzar mi primera carta encíclica con las palabras de este Apóstol: "Dios es amor (Deus caritas est) y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él" (1 Jn 4, 16). Es muy difícil encontrar textos semejantes en otras religiones. Por tanto, esas expresiones nos sitúan ante un dato realmente peculiar del cristianismo. Son palabras que infrunden consuelo en los corazones afligidos.


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       Veo, por lo demás, que tu actividad literaria sigue viento en popa. Cuánto me alegro de eso. Y además eres un buen entrevistador literario, que no es fácil. No conozco a Antonio Castillo-Olivares Reixa, ni a Mila Aumente. Creo haber visto en la librería española “Sorgente”, de Plaza Navona, el libro de esta escritora: “El funeral de un cobarde”. Espero encontrarlo en Ávila y adquirirlo, lo mismo que “Cercle – Al otro lado de los Pirineos” y su segunda parte “Cercle – Por los montes ibéricos”. Me apasionan las novelas históricas, y si son de época medieval, tanto mejor.
       Pero he visto que en poesía, como te he dicho ya alguna vez, si no recuerdo mal, eres magnífico. Una versificación técnicamente perfecta y llena de lirismo, ese lirismo que, a pesar del tema que desarrolla, que podríamos llamar “social”, es tan humano que sin espejismos ni vuelos pindáricos, despierta sentimientos, imágenes, visiones que sólo la humildad de la persona humana, la de todos los días, puede despertar, pues muchos encontramos rasgos de identificación personal, al menos deseados, como la “honradez”. Quien la posee puede ser definido “hombre cabal”, adjetivo casi en desuso, tal vez porque la “integridad” que caracteriza y define al hombre cabal es un vocablo, un substantivo de tanta substancia que no nos atrevemos a afrontar su contenido y menos a aplicarlo a una persona. Por eso cuando se llega a aplicar es porque esa tendencia a la perfección de algunas personas ha alcanzado una cima tan elevada, que no dudamos en aplicarla. Pero todo esto, si no dicho sí sugerido, colma los deseos y hasta los anhelos más profundos del ser humano -de algunos seres al menos. Y es que la lectura poética es indolora, penetra suavemente, despierta y desata, pero nunca vientos ni tempestades, pues la poesía tiene tiempos y dimensiones más profundos y remueve lo que se anida en el alma, en los latidos del corazón. 
       La poesía verdadera no zarandea ni estremece al ser con estertores de vendavales, sino que penetra acariciando y despertando vientecillos y brisas en las laderas de nuestros entresijos, sacando a la luz nuestros desencuentros para congraciarlos con la vida, con los hombres. Esos reencuentros se fraguan y consolidan, en la persona de fe, apoyándose en la Palabra, en ese Verbo que nos ha dado dimensiones sobrehumanas, filiación divina. Por eso la poesía es la palabra que más se acerca a la Palabra, tanto para el poeta como para el que lee o escucha. Decía Dámaso Alonso que la poesía, sobre todo, tiene dos autores: el poeta, y el lector, o el que escucha. Cada uno de ellos tiene su función. Sabemos lo que hace el autor, pero nunca sabremos lo que ha provocado dentro del lector. Seguramente éste ha dado nuevos contenidos a las palabras; le han sugerido nuevas imágenes, diversas en su mente a las que aparecen plasmadas en los versos. Nuevos sentimientos, nuevas emociones, nuevas asociaciones e ideas, incluso percepciones de opresión y de explotación, que despiertan resquemores pero nunca odios ni venganzas. La poesía no pesca en aguas emponzoñadas, aunque pueda indicar dónde se encuentran aquellas, como aviso de caminantes. Nunca estimula ni propone como modelo aquello de que “a río revuelto, ganancia de pescadores”. La poesía es un hontanar de aguas siempre limpias, frescas, inagotables, vitalizantes, purificantes, cuyo remanso hace de espejo al alma tanto del poeta como del lector, quienes, en cierto modo, se unen, se entrelazan, se fusionan, se viven y secretean en silencio y con los ojos cerrados, cogidos de las manos, captados ambos por la palabra en la Palabra, ocasión única, sublime.
       He leído “Un instante inexorable” y el comentario que te ha hecho Emilio Porta. Estoy totalmente de acuerdo con él. La condensación es tu fuerte. Una condensación artística en la que se unen detalles imprescindibles para captar plenamente la visión de conjunto que en tan poco espacio se almacena. Tus cuentos son como las miniaturas de los manuscritos medievales que cuanto más las miras (o más los lees) más te gustan, pues en cada visión (en cada lectura) descubres algo nuevo que en la visión o lectura anterior no percibiste. Pero lo que se nota de manera inmediata es la emotividad que despierta. Una emotividad que si sabes controlarla no te pierdes en los meandros de la melancolía y de la tristeza, impulsado por la turbina del sentimiento que acelera el contacto con la muerte. Ese control busca el equilibrio entre racionalidad y emotividad. No siempre es posible encontrar ese equilibrio bien balanceado. A veces, inevitable e inexorablemente, vierte hacia un lado más que hacia otro, especialmente cuando la emoción alcanza momentos álgidos. Pero si lo consigues, las perspectivas que se descubren en la lectura de tus cuentos son inmensas, detalladas, como si usaras una lente de aumento. Las cosas se colocan en su sitio, no tanto en la trama, que ya lo están, sino dentro del que lo lee, dentro de mí. Y aquí, supuesto ese equilibrio razón-emotividad, inicia una actividad nueva: el diálogo serio y constructivo, alentador y enriquecedor con el autor, contigo, querido Cele. 
       La emotividad, ya lo sabes, cuando es predominante, no es eficaz y es como si estuviera caminando sin apoyar los pies en el suelo. Es, como se suele decir, “estar en las nubes”, pues falta el contraste con la realidad, marcada por la razón y las potencias del alma que la sostienen, es decir: memoria, entendimiento y voluntad. Pero cuando predomina la razón de manera absoluta, se peca de racionalismo, dando a la razón la única forma de explicar las cosas, excluyendo –en la visión cristiana- la revelación, por ejemplo; o se peca de realismo y no es bueno reificarlo o cosificarlo todo. En definitiva, el control y equilibrio de la emotividad y de la racionalidad es la base para el diálogo -que no monólogo- interior con el autor, contigo aunque tú no intervengas personalmente , pero estás presente en tu cuento, en tu poesía, en tu escrito. Ésta, quizás, sea una manera de abordar la crítica textual poco tenida en cuenta hasta el momento, si es que alguien la ha tenido en consideración alguna vez. A través de ella se llega a ser “coautor” del texto, según lo indicado por Dámaso Alonso, expresando el lector su propia autoría con ese diálogo interior explícitamente manifestado en un escrito paralelo, si es que lo desea dar a conocer. 
       Los comentarios que las técnicas modernas permiten añadir a los escritos en los blogs, por ejemplo, son, a mi parecer, algo diverso pues llaman en causa al autor, que responde –si responde, tú eres de los pocos que lo hacen con la sonrisa en los labios, derramando simpatía y afecto a raudales, además de sabiduría- con mayor o menor extensión, tratando el tema concreto desde puntos de vista contrastantes o, por lo menos diversos, tratando de exponer cada uno su idea. La mayor parte de los comentarios o son laudatorios o denigratorios. No forman parte de eso que denomino diálogo interior, exteriorizado, sin reclamar o implícitamente exigir la respuesta del autor. En el diálogo interior están implicadas las potencias del alma, como las llamaba nuestro catecismo de Astete o de Ripalda, conceptos psicológicos como emociones, sensaciones, pensamiento, razonamiento, equilibrio, honestidad de pensamiento, coherencia en el discurso y en la vida, y desde el punto de vista religioso, la fe y la caridad, sin excluir la perspectiva humana, manifestada en un humanismo –con su dimensión transcendente- en el que el hombre, con todo lo que conlleva, esté en el centro… Muy complejo, como ves, como complejo, enrevesado y compliucadoes el hombre. 
       Yo me rindo ya, por hoy. Seguiremos hablando. Yo tengo las manos en diversas masas. Ya sé que el que mucho abarca aprieta poco. Es mi debilidad y eso hace que produzca poco. Pero bueno, algo irá saliendo. 
       Te abrazo fuerte y deseo lo mejor para tus mujeres y para ti. Espero verte este verano en Ávila (3 al 24 de julio) si Dios quiere.
       Hasta pronto. Gracias por estar ahí y hacerme gozar de esta manera tan limpia y tan pura como es la lectura de tus escritos. Ciao. Tu amigo entrañable

Guillermo