Las sirenitas de Las Barrancas

A todas  las  niñas  de  Burujón (Toledo)   

Extraída de Google

       Pues Señor...


       Esto eran dos hermosas sirenitas. Como ya sabéis las sirenas son niñas igual de guapas que vosotras, pero con una pequeña diferencia, en lugar de piernas tienen una bellísima cola de pez formada por escamas de plata. En consecuencia viven en el mar aunque también pueden respirar como nosotros.
       Las dos sirenitas de este cuento eran muy traviesas y juguetonas, se pasaban el día persiguiendo a los caballitos de mar. Neptuno, el dios del Mar, tenía que regañarlas de vez en cuando, pero lo hacía disimulando una sonrisa bonachona pues las quería mucho, y cuando no le oían decía de ellas que eran las joyas de su reino. 
       Las tardes de domingo las sirenitas se montaban en un delfín, (los delfines son los taxis de las sirenas) y viajaban a la Ciudad de las Perlas. Allí llamaban a las ostras cerradas golpeando con los nudillas en sus conchas. 
       — Señora ostra, señora ostra, ¿Querría darnos una perla para hacernos un collar? 
       — Pero que coquetas sois — contestaron las ostras, y se abrieron sonriendo dejando que las sirenitas las cogieran las perlas. 
       Además de traviesas eran muy curiosas y un buen día decidieron conocer como vivimos los humanos, Se prepararon un bocata de algas marinas y se dirigieron a Lisboa, que como vuestras maestras os habrán explicado, es la capital de Portugal, y el lugar por donde desemboca el río Tajo. 
       Nadando contra corriente, y sólo por la noche para no ser vistas, atravesaron Portugal, se adentraron en nuestra querida España y llegaron a un lugar, conocido como Las Barrancas, cerca de un pueblo llamado Burujón, donde el río parecía adormecerse bajo el sol. 
       — ¡Qué lugar más precioso! Podríamos quedarnos aquí, y sumergirnos en el agua cuando oyésemos llegar a los humanos. 
       Así que mis queridas amigas de Burujón, cuando vayáis a Las Barrancas acercaos silenciosamente y quizás podáis sorprenderlas, tumbadas en la arena, peinando sus dorados cabellos y dejando que el sol arranque destellos de plata de sus colas de pez. 
       Y colorín colorado este cuento se ha acabado.