Un susto en el futuro

Extraída de Google
11 de diciembre de 2015 

       El claustro está en sesión de evaluación. El director preside la mesa; es el que va cantando los nombres de los alumnos. Los otros profesores, siete en total, hablan primero de la persona: sus cualidades, sus actitudes, sus defectos; y justifican con más o menos detalle sus palabras, según cada uno cree necesario. Finalmente, y en relación con los conocimientos adquiridos de la asignatura que cada cual imparte, aprueban o suspenden a cada cual. 
       — Juan Francisco Ortega López — dice el director.
       Todos los profesores por unanimidad afirman que es un muchacho conflictivo, que no atiende a lo que se le dice, que no responde con prontitud a los requerimientos, y que siempre lo hace airadamente; que se inclina siempre a la violencia cuando se le contradice. Las notas son todas desfavorables.
       El director frunce el ceño y pregunta:
       — ¿Queréis que le llame a capítulo y hable con él?
       Los siete asienten.


14 de diciembre de 2015 

       El director del instituto está en su despacho. La luz entra en la estancia desde una ventana en lo alto de la pared que hay a su espalda e incide directamente en la silla que tiene al otro lado de la mesa: él está sentado en la penumbra. El suelo de la sala es de madera y muestra aquí y allá extrañas marcas, como arañazos de una alimaña hambrienta. Hay una estantería con libros a su izquierda, y unos sofás arrimados a una mesa camilla a la derecha, en el ángulo más oscuro. Alguien llama a la puerta.
       — Pase, pase — dice el director.
       La puerta se abre y muestra a un muchacho pelirrojo un poco desaliñado, con pecas en los mofletes y mirar perdido arriba de un corpachón que se levanta casi hasta los dos metros.
       — Me ha dicho el profesor de mates que quiere verme — dice. 
       — ¡Ah!, sí, Juan Francisco, entre, cierre la puerta y siéntese.
       El alumno hace lo que le dicen. No hay ni una mota de temor, ni un gesto de nerviosismo en todo su ser. Cruza la pierna derecha sobre la izquierda y observa la luz caer desde la ventana, en actitud de espera. La atenta mirada del director, que permanece en silencio, cae sobre él. El tiempo parece detenido en el mundo hasta que el muchacho se envalentona, saca un cigarrillo del bolsillo derecho de su chaqueta y hace ademanes de encenderlo.
       — Aquí está prohibido fumar, ¿sabe? — dice el director.
       — ¿Y quién lo prohíbe? — pregunta el alumno. Hay en su voz seguridad y arrogancia; y una pizca de burla.
       — Yo — replica el director.
       — ¿Y quién es usted para prohibirme nada a mí?
Extraída de Google
       El director no contesta a la pregunta, sólo se levanta de su silla muy lentamente, como si transportara sobre sus hombros un peso de miles de millones de años de historia. Para cuando está de pie ya todo él se ha transformado: su cara es la de un lobo, sus manos, las garras asesinas del depredador, su respiración, la de un animal sediento de sangre.
       El joven se queda petrificado en su silla mientras el hombre lobo rodea la mesa, olfatea la estantería, pasa por detrás de él, y tras subirse primero a un sofá y luego a la mesa camilla, salta al suelo y se le acerca por detrás. Los puntiagudos colmillos del hombre lobo están a sólo unos centímetros de su yugular. El aliento de la bestia llega nítido a las fosas nasales del muchacho.
       Luego el lobo deja su gruñido amenazador a un lado de su oreja izquierda, saca su asquerosa lengua y le embadurna de la cara de saliva, una saliva espesa y pegajosa. El alumno se orina de miedo.
       El lobo vuelve a su sitio, a su silla del otro lado de la mesa. Para cuando sus posaderas tocan la piel negra del sillón de director, de nuevo es ya otra vez sólo un hombre, un hombre en un cuerpo de anciano.
       — ¿Es suficiente con esto? — pregunta.
       — Sí, señor director – dice el muchacho.
       — Bueno, pues vuelva a clase y sea bueno. 


18 de diciembre de 2015 

       El claustro de profesores está en la sesión de evaluación de cada viernes.
       — Juan Francisco Ortega López — dice el director.
       Todos los profesores, siete en total, afirman que la llamada a capítulo ha causado los efectos deseados, que el alumno es la sombra de lo que era. Sólo Matilde, la profesora de ética se atreve a preguntar:
       — ¿Cómo es posible este milagro, Señor Director?
       — Le he dado un susto, ¿sabe? Un buen susto.



----------0000000000----------



Posdata:
Si alguien ve a Juan Francisco de aquí al lunes catorce y quiere advertirle de lo que le espera, por mí que lo haga. No pienso decir nada a nadie.