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Empezó a llover nada más amainar el viento. Desde la ventana se veía el verde de la cosecha más allá de las últimas casas del pueblo bebiendo plácidamente.
Mientras el empleado de la gestoría nos explicaba los detalles legales de la firma ante notario que íbamos a realizar, las calles se encharcaron con un dedo de agua, lo suficiente para que nos mojamos los zapatos y los bajos del pantalón, como antes, cuando en abril se cumplían los refranes.