Extraída de Google |
Con frecuencia viajaba a ese país. Le llamaba su tierra, sus raíces, su árbol, y tenía predilección por aquel limonero, que precisamente estaba plantado a la entrada de la casa, junto a un muro de piedra, y donde la luna, “coquetamente”, se posaba cada noche.
Era un día gris y amenazaba tormenta. Cogió su paraguas y salió a la calle, y por extraño que fuese, ya no se vio tan sola: oyó al trueno, habló con el viento, y al poco rato sintió una voz…era su amigo: ¡el silencio!