101 cookies y una batalla

Capítulo Primero: La huida


Montaje de Santiago Solano
       El pueblo está dentro de la esfera de plasma. Y los cortafuegos de capas superpuestas sobre la esfera, separados de ésta por un campo de fuerza invisible al ojo humano. Cuando la esfera y los cortafuegos empiezan a flaquear, cuando las hordas mentales se materializan en soldados armados hasta los dientes e invaden los campos de cultivo orgánico, Lilu decide trasladarse a Puerto Origen. Pero antes hay que dejar la defensa de La Casa resuelta, hay que decidir las líneas maestras de la estrategia bélica a seguir, hay que poner al frente de todo a alguien capaz de llevarlo a cabo, con todos los recursos disponibles.
       Lilu mira a Dogo, que parece más una estatua de metal que un ser vivo, y le dice:
      — Despierta a Teknos.
      Dogo es su guardaespaldas personal, una inteligencia artificial de seguridad, un soldado boina verde en cuerpo mecánico de perro con extremidades extensibles y permutables. Dogo le sigue a todos lados por expreso deseo del su propio yo digital.
       El cánido se activa al instante, hace una especie de reverencia y baja las escaleras de la torre a todo correr. Sale de la casa y baja por la Calle de Nohalos, llega a la Plaza de España; y luego gira a la derecha, buscando la Calle Toledo. Desde la altura de la torre, los ojos orgánicos del post humano lo ven hacerse cada vez más pequeño, luego desaparecer tras los muros de las casas.
       Lilu no puede creer que el escudo que ha resistido los embates de trescientos años de intemperie radioactiva esté ahora literalmente licuándose, disolviéndose y mezclándose con los escombros que el avance de la agresión psíquica va produciendo. La Humanidad es historia, de eso no hay duda, pero la fuerza empática desarrollada en el tiempo geológico de su existencia, encerrada en los rescoldos del recuerdo, pervive. Y a poco que se urge en ella actúa. Y ahora está más activa que nunca.
       Lilu, es decir Elías Quimey, uno de los tres, no acierta a comprender que toda la estructura digital se vaya contaminado, lenta pero inexorablemente, de la inexactitud de la ventolera neuronal. Él sabe que ella siempre ha estado ahí, siempre presente, en estado de latencia, como un mal augurio o un ruido de fondo. Pero ahora, de repente, arrecia, y con fuerza, con un ímpetu irrefrenable. Algo la impulsa, algo como un hálito mental de origen desconocido que mueve todos los hilos a su antojo y que parece estar situado allende las fronteras, más allá desde luego del espacio caliente del Sistema Solar, muy lejos de la burbuja de partículas cargadas con que se protege nuestro sol, en ese helado y desconocido espacio inter estar. Al menos esos son los informes que envían los reservistas, los viejos programas de formación básica, enviados por su mismo yo digital en misión de observadores.
       — No era previsible nada de esto, de ahí esta facilidad, esta indefensión — dice para sí.


Continuará...