El príncipe azul

       Conozco a Inés casi desde niña, desde que los dos éramos adolescentes e íbamos en la misma pandilla. Siempre me gustó, era callada y tímida y tenía una belleza un poco exótica, muy morena, con una melena negra y brillante y unos ojos verde oliva que parecían mirar muy dentro. No sé por qué nunca me decidí a empezar algo serio con ella, yo sé que también le gustaba y hubiera estado encantada. Bueno, no es que le gustara, es que estaba loca por mí, yo creo que se enamoró como una tonta. Quizá por eso no entré a saco, porque yo no lo estaba igual y no quería hacerle daño. Me gustaba, claro, pero como me gustaban otras muchas y, no es por presumir, pero todas se me daban muy bien; además algunas se dejaban y ella era de las que no.
       Pero salimos unas cuantas veces aquel invierno, cuando ella tenía quince años y yo diecisiete, como los pelegrinitos de Lorca. Íbamos a bailar a sitios de esos oscuros que había entonces y nos besábamos como locos. Creo que fui el primero que la besé; sí, me di cuenta porque cuando le metí la lengua no se lo esperaba y le dio como mucha vergüenza; cerró los ojos para no mirarme y escondió la cabeza en mi hombro mientras me acariciaba un poco el pelo por el cogote. Me pareció que temblaba levemente, no sé si estaba llorando. Eran los primeros sesenta y las monjas tenían comido el coco a las tías.
       Tardé en volver a llamarla, aunque me apetecía; pero no quería que se hiciera demasiadas ilusiones porque yo me conozco y siempre me pasa lo mismo, me canso enseguida. Pero salimos cuatro o cinco veces más hasta que pasé de ella del todo porque, aunque no me lo decía, yo sabía que estaba cada vez más enamorada. Me dolió pero lo hice; me sentí como un auténtico cabronazo.
       El siguiente verano se hizo novia de otro tío, uno de la pandilla de los mayores, y se acabó cualquier posibilidad. Además ocurrió lo del embarazo ¡Joder, me vinieron a buscar al campamento de La Granja porque me tenía que casar con Beatriz. Yo no quería ni atado ¡Si solo habían sido dos o tres veces y me importaba un carajo la tía! Pero me casé; o me casaron. Y, claro, aquello terminó como el rosario de la aurora antes de dos años. Y en ese tiempo también se casó Inés con el fulano ese de la moto.
       Nos veíamos y yo sé que le seguía gustando o a lo mejor hasta me quería, pero no quise meterme en medio de su matrimonio. Así que casi veinte años después conocí a Espe y me casé con ella; justo cuando Inés se estaba separando, hay que joderse…
       En estos últimos años solo he visto a Inés una semana en verano. Y bueno, digamos que teníamos una asignatura pendiente y una noche, casi sin pensarlo, la aprobamos con nota. Fue mágico, toda una vida perdida volcada en una noche. Me volví loco, tanto que pensé en separarme de Espe; estuve unos días trastornado pero no me atreví. ¡Coño, tengo dos hijos y ya es hora de que siente la cabeza! ¡Cómo he podido ser tan gilipollas, si ella siempre ha estado ahí...! Y yo... creo que la he querido más de lo que creía.
       Hoy me ha llamado. Desde que estoy en este hospital no cojo el teléfono a nadie, no quiero que vengan a verme, no quiero compasión; pero a ella sí se lo he cogido. Se ha enterado de lo mío y me quería dar ánimos. Yo he disimulado, le he dicho que sí, que estoy mejorando, que pronto me darán el alta. Pero me parece que no se lo ha creído; con esta voz de ultratumba que se me ha puesto casi no podía hablar. ¡Me gustaría tanto volver a verla…! Le he prometido que nos encontraremos el verano que viene. Creo que cuando ha colgado estaba llorando.
       Ahora entra la enfermera con los paliativos. Ya solo queda esperar.