La puerta desafiante

     La puerta permanecía firme, desafiante, viendo como el hombre, dispuesto a ultrajarla, se acercaba. Pretendía conocer el secreto supremo que guardaba celosamente en su interior. Todo era silencio, los pasos se deslizaban por un silencio sepulcral. 
     La puerta observaba los vertiginosos cambios que daba la vida, los errores que cometía el hombre a los largo del tiempo, sin detenerse a analizar y a comprobar las causas de su sinrazón, no quería o no le interesaba conocer las razones de su egoísmo. Únicamente pensaba en sus propios intereses, pretendía, por todos los medios posibles, cruzar aquel umbral, robar lo que había al otro lado y huir de aquella inaguantable soledad. 
     Una extraña sensación le empujaba hacia su objetivo que, por momentos, parecía recular hacia un infinito incierto, difuso, caótico. Por este motivo tenía que llegar, era preciso alcanzar la meta acabando, definitivamente, con las intrigantes sombras que tan sólo pretendían robarle la facultad de soñar.
     No existía ninguna excusa. El hombre, fuera de sí, debía traspasar aquel umbral maldito y, arrepentido de tanta estupidez, recuperar la palabra. luna va introduciendo en la triste botella de su soledad.
     Los poetas hacen chocar sus copas en el inmenso Olimpo de los poemas olvidados. La luna les entrega, dichosa, sus mejores versos.