Yo también siento

       Desde el primer momento que vi a Elisa sentí que habíamos nacido para amarnos. Miraba sus pasos, la forma de mover sus labios, los momentos en que se contemplaba en el espejo sumiendo un poco el vientre y procurando formar una hermosa curva con su cintura y sus caderas ¡Qué mujer!
       El tiempo ha transcurrido y cada día contemplo con tristeza la imposibilidad de que ella sienta algo por mí; me mira y parece no darse cuenta de que existo, mientras yo me muero de deseos de manifestarle el amor que siento por ella. Pero con sinceridad ¿quién se puede imaginar que una chica de veintidós años, tan bonita, se fije en mí? Después de los piropos y lindezas que me dijo la primera vez que nos vimos, han transcurrido semanas y ahora me tiene olvidado; no se acuerda de que ella fue la que me despertó al amor. La verdad es que no soy nadie, no significo nada para nadie Me gustaría poder fastidiar a los que la incomodan todo el día, sobre todo a aquel miserable viejo que parece ser su preferido, que siempre se lo lleva al baño. ¿Qué puede hacer a estas alturas? Creo que nada, sin embargo me muero de rabia al imaginarme a los dos solos, a puerta cerrada en la ducha. Y sigo esperando mi oportunidad, yo sé que le gusto, pero así son las mujeres. No cabe duda, las cosas vienen a su tiempo, mi paciencia ha tenido premio. 
       Hoy por fin acaricié el cuerpo de Elisa. Aún conservo su perfume, qué delicia sentir su piel, rozarla con éxtasis; empecé por su pelo, sus orejas, sus mejillas, su naricita. Me deslicé por su cuello, sentí el dulce palpitar de sus pechos; luego, un vientre terso y tibio. Sus caderas y sus muslos los repasé con cuidado; deslizándome lentamente, bajé por sus piernas y, por último, di masaje con ternura a cada dedo de sus pies. Al final cubrí su pelo, luego con delicadeza me llevó a tomar el sol, colgándome sobre una cuerda para que me secara.